Capítulo 57

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No sabía porque sentirse más ultrajada, porque Esmerée se hubiera tomado el atrevimiento de probar una gota de sangre de la princesa luego de que la despertaran inmediatamente luego de que se desmayó, o porque Sullen, sin importar la sangre que le recorría la espalda a Melione ni mucho menos que tuviera las heridas abiertas, se la hubiera llevado a la habitación de las mazmorras y la hubiera usado como si fuera cualquier cosa. Luego la había llevado a la misma celda en la que había pasado meses y casi le había escupido.

Melione había dormido o, más bien, se había desmayado por no sabía cuánto tiempo, pero debió ser bastante, pues el aire frio ahora era un tanto más cálido y el sol brillaba en medio del cielo. Puede que solo hubiera quedado inconsciente por algunos días, el cambio del clima en realidad no era la gran cosa. Evitó ponerse de espaldas a cualquier costo, no sabía cómo describir el dolor que la recorría con cada pequeño movimiento que hacía gracias a los latigazos e intensificado por el problema de espalda que sufría desde hacía años. Por un momento, miró la pared en la que marcaba todos los días que había pasado ahí abajo, tomó una pequeña roca y trazó otra línea. Ya casi cubrían toda la pared, un día más a la lista de las veces en las que se sintió inútil, usada y miserable. Un día más en el que tenía que seguir luchando por su vida.

El resonar de las botas en el suelo de piedra le provocó un pequeño temblor, así que se alejó de la puerta de la celda y esperó a ver quién aparecía. Un hombre muy alto y de hombros anchos abrió su celda y le ofreció una mano para que ella misma fuera hacia él, lo cual evidentemente no hizo, así que él fue hasta ella y la tomó por el brazo de una forma tan suave que la sorprendió. Caminaron fuera de las mazmorras y Melione se preguntó porque ese guardia era tan suave con ella. Eso no era propio de los soldados y mucho menos de los humanos. Intentó ver la cara de aquel hombre, pero estaba cubierta por la capucha de la capa que la escondía entre las sombras, el hombre aumento su agarre cuando entraron en la sala del trono, la dejó frente a Esmerée y luego se marchó.

— Despertaste, ya estaba pensando en dar tus restos a los cerdos —pronuncio Esmerée con esa sonrisa que Melione quería arrancarle de la cara.

— Nunca moriré debido a ti, Esmerée, quítate esa idea de la cabeza —contestó la princesa algo indiferente.

— Eso ya lo veremos.

Sino fuera por el tono en que había dicho esas palabras y como se acomodó en su trono, la princesa habría saltado sobre Esmerée y le habría arrancado la garganta con sus propias garras.

Un guardia le puso las cadenas que la quemaron al instante tanto al cuello como a las muñecas, extrañó la suavidad del toque del hombre que la había llevado hasta ese lugar. Todos miraron a un costado de la sala, lo cual provocó que Melione también lo hiciera, Acacia sostenía una flama rojiza en su mano, está se apagó luego de que el hombre a su lado sacara el trozo de hierro con el escudo real humano brillando por el calor que la flama le otorgo.

A Melione se le descompuso el cuerpo. Iban a marcarla.

— Creo que ya debes imaginarte lo que haremos hoy —pronuncio Esmerée haciendo un ademan hacia el hierro brillante.

— Estas loca —dijo Melione con un hilo de voz.

— Lo sé, querida. Lo sé -¿—su tono en las dos últimas palabras pudieron haberse interpretado como el siseo de una serpiente.

El hombre comenzó a acercársele con el trozo de hierro aun caliente y rojizo, Melione intentó alejarse lo más rápido que pudo, pero los guardias la detuvieron antes de que pudiera ir muy lejos. Ese hombre cada vez se acercaba más y más y la princesa sintió el impulso de gritar tan fuerte que lastimaría sus propios oídos.

La Promesa del Destino *[EN PROCESO]*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora