El astronauta

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Pasos lentos daba mientras caminaba bajo la luz de la luna. Ahí estaba él, callado y tímido, observando cómo las personas iban y venían, ocupadas.

—Disculpe, no fue mi intención —dijo mientras daba una pequeña reverencia, avergonzado.

La persona a quien había tropezado no le prestó atención y siguió en lo suyo. Él, extrañado, continuó su andar sin un rumbo fijo. Cuando iba a doblar por la esquina, notó a un sujeto con una ropa bastante peculiar; parecía un astronauta.

¡Beep beep!

—¡Agh! ¡La alarma! —se quejó para luego apagarla desde su celular—. No quiero ir al trabajo —bufó molesto, para luego de un solo tirón acostarse nuevamente en la cama, y segundos más tarde, pararse de esta.

Su trabajo de medio tiempo en una cafetería no le estaba siendo rentable para todos sus gastos. Los insumos habían aumentado en las últimas semanas y además debía ayudar a sus padres en la casa y en su universidad, por lo que casi nunca tenía tiempo para él. A veces, por la noche, después de un arduo esfuerzo, tomaba su cuaderno y un lápiz para escribir pequeños pensamientos, los cuales deseaba plasmar en una historia. "Un chico que debía irse, pero no sabía de qué forma despedirse" era su idea principal.

Una, dos, tres, cuatro, cinco y hasta seis bolas de papel tiraba por minuto, irritado. Estaba cansado de no tener inspiración. Todas las ideas que tenía no iban de acuerdo con el mensaje que quería transmitirle al mundo; deseaba expresar su estrés a través de una historia que pareciese triste, pero no lo era en realidad. El personaje era alguien muy querido por millones de personas en el mundo, sin embargo, tenía que retirarse por un tiempo de sus actividades por un servicio a su nación. Al lado de él, vivía una niña que, siempre que lo encontraba triste, buscaba la manera de sacarle una sonrisa. Ella era su motivo de felicidad, lo hacía sentir querido y especial.

Siempre que salía y ella se encontraba ahí, le regalaba dibujos de ellos dos juntos alrededor del mundo, y hoy no era la excepción. El personaje regresó a casa después de manejar bicicleta por un rato, agotado por los kilómetros que recorrió. Entró a su casa y se dirigió a su cuarto para ver los dibujos creados por ella, que estaban pegados en la pared de su habitación. Luego, decidió salir a la entrada y sentarse en el bordillo de la carretera a esperarla.

—¡Moon! —la niña saltó contenta por verlo, en cambio, él estaba completamente fuera del mundo normal. Se sentía ido, no sabía cómo decirle que debía irse—. ¡Juguemos con la manguera juntos!

No decía nada, su mirada estaba fija hacia la nada. Ella lo miró y supo qué le pasaba, por lo que decidió tomarlo de las mejillas y darle una leve apretada.

—Mira, te traje otro dibujo, significa que a pesar de todo estaremos juntos —se lo mostró feliz. Al notar que tenía una leve sonrisa, saltó emocionada.

—¿Quieres manejar tu bicicleta? —le preguntó a la niña.

—Sí, Moon, manejemos juntos. ¡Oh, pero me puedo caer! Aún no soy lo suficientemente buena —rascó su nuca, un poco indecisa.

—Aprenderás a soltarte. Los seres humanos somos como una oruguita. Estamos dentro de una cascarita que nos protege del mundo exterior y, cuando vamos creciendo, esa capita que nos protege se va rompiendo, para que podamos volar como lo hacen ellas —dijo Moon acariciándole el cabello.

—¿Y ser igual de bonitas como ellas? —preguntó emocionada y atenta. Moon le había puesto como apodo "Mundo y mariposa", por lo que ella deseaba ser pronto una para verse igual de bonita.

Segundos más tarde, regresó con su bicicleta morada y su casco de seguridad. Moon la ayudó al principio a que pudiese manejar de a poco. Las horas pasaron y ella aprendió por su cuenta.

—Bueno, te ayudaré a empujarte, pero seguirás y te veré —se posicionó en la parte trasera del asiento y puso sus manos en la espalda de la niña para impulsarla.

—¿Nos volveremos a ver? —le preguntó ella.

—Sí, cuando regreses —le respondió, fingiendo una sonrisa.

Moon le dio un leve empujón a la bicicleta y ella comenzó a pedalear.

—¡Mira, mira, sí puedo! ¡Ahora seré una mariposa igual de bonita que las demás! —gritó emocionada mientras manejaba—. ¡Nos vemos ahorita! ¡No tardaré!

Él solo la veía ser feliz, y esa felicidad que ella le transmitía lo ayudó a despedirse.

—Nos vemos dentro de dos años, mi mundo —fueron sus últimas palabras para ella.

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