El vacío que un día pensé nunca tener, se avecinó más rápido que una ola de tsunami. No sé cómo expresarme, el mismo sentimiento de falta de compañía me aturde todo el tiempo. Desearía que jamás hubiese llegado ese momento, pero esta historia había llegado a su final, por lo menos para mí.
La sensación de culpa lo invadía. Encerrado en una habitación con una hoja de papel y un lápiz negro que tenía la punta casi partida por la mitad debido a la fuerza que aplicó sobre el frágil material blanco, eran los únicos objetos que lo acompañaban. Las cinco de la mañana se hacían más notorias mientras él seguía sentado en aquel rincón. La camisa blanca holgada que llevaba puesta parecía no haber sido lavada en días; el moco y la mugre lograban un aspecto de suciedad. En su rostro angelical se marcaban unas ojeras enormes, tenía los ojos hinchados y una nariz tan roja por haber estado llorando.
¿Qué había pasado? Hace menos de una semana estaba sonriendo y riendo con sus chistes y memorias divertidas. ¿Qué le había apagado esa sonrisa tan característica de su ser? Aquella que cuando mamá la veía, le hacía olvidar todos sus problemas. ¿A dónde se había ido?
"¡Toc-toc!" Sonó la puerta al ser tocada por su madre. Nick se levantó rápidamente del lugar en donde se encontraba para acostarse en su cama y taparse de pies a cabeza con la cobija, no quería verla.
—Cariño, buenos días, despierta. El desayuno está servido —le dio un beso en su cabeza—. Baja pronto.
"No tengo hambre" fue lo único que le respondió a su madre. Aun así, ella le trajo a su mesita de noche su comida, sabía perfectamente que después de irse, se levantaría y desayunaría.
El sonido de la puerta al ser cerrada se escuchó dentro de las cuatro paredes. Sin embargo, el cansancio consumió a Nick y se quedó dormido. Llevaba dos días en la misma monotonía: encerrado en su cuarto, pensando en si escribir o no una historia acerca del bosque Aokigahara. Una vez al día salía de su cuarto para tomar una ducha, y además, de manera silenciosa, sentía ira, pero no sabía cómo expresarla. A veces se preguntaba si era correcto golpear la pared, su armario, o tirar sus pertenencias al suelo y destruirlas. En este punto, no sabía qué hacer consigo mismo.
—Saldré a caminar —avisó a su madre, para luego salir de casa.
Para muchos seguramente sea extraño, pero la historia transcurre en California, por lo que su madre sabía a qué sitio se estaba dirigiendo. Además, era un chico independiente en muchos sentidos. Su tienda de videojuegos favorita era cada vez más visible, por lo que empezó a correr antes de que se hiciera tarde o de lo contrario, perdería su turno. Al girar a la derecha, casi se tropieza con un semáforo, a lo que frenó en seco y entró a la tienda.
—Llegas cinco minutos tarde, Nick, pero te perdono esta vez —agregó risueño Ney—. ¡Bro, apestas! ¿Hace cuánto no te bañas? —hizo una mueca—. Espantarás a la clientela.
—Ya me voy a cambiar —respondió casi en un susurro.
—No te demores —le golpeó leve la espalda mientras reía.
Su día laboral había culminado. Miró el cielo y notó que otra noche oscura y fría asomaba sus narices. Dio un gran suspiro y se dirigió a casa. La música retumbaba en sus oídos mientras llevaba sus manos dentro de su buzo, la mochila a medio lado y un tapabocas que evitaba ver por completo sus expresiones faciales.
La luz amarilla de la entrada principal y un pasillo que contenía dos puertas fue lo primero que se cruzó al entrar. Un recuerdo lo invadió y sintió cómo su piel se erizaba. No quería volver a vivirlo; el simple hecho de recordar esa escena en específico hacía que sus ojos se cristalizaran. Lo veía como si estuviera ocurriendo otra vez.
El sentimiento de culpa lo volvió a invadir. Corrió a su habitación y se encerró con las luces apagadas. Se había engañado nuevamente. Creía que había olvidado todo, pero solo era él mismo intentando evadir sus problemas con tal de no ver el mal crepúsculo. Cada día y cada noche caía una vez más.
Su madre había visto cuando llegó y se encerró en su cuarto, por lo que se acercó a la puerta y tocó.
—Nick, cielo, ¿estás bien? —preguntó en un tono dulce.
Aquel tono fue la gota que rebasó el vaso. Tomó su almohada y se tapó la boca con ella para ahogar sus gritos. Deseaba con tanta fe tener a alguien a quien dirigirse cuando no podía seguir adelante. Bueno, tiene a su familia, ¿cierto? Nick siente que cuando más los necesita, es cuando se apresuran a decirle cosas hirientes que evitan que pida ayuda. El sonido de la madera lo sacó de su mente en blanco; no quería hablar, tenía un inmenso nudo en la garganta.
"Estoy bien" escuchó detrás de la puerta la madre. Pero para Nick, soltar esas palabras era como volver a sentirse solo. Su madre temía que su situación se repitiera. Una lágrima recorrió su mejilla y rendida se sentó en el suelo, recostando su espalda en la puerta de Nick, para decir en un susurro:
—No estás solo, mi pequeño sol. Dame tiempo para poder ayudarte a brillar. Pronto te sacaré de este lugar.
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Galaxia
RandomLa escritura trasciende más allá de la simple plasmación de pensamientos; es la manifestación de vivencias que han dejado huella, un viaje a través de mundos entrelazados. Cada historia, poema, novela, microrrelato y demás obra literaria es como un...