Memoria en una nube

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Si las nubes significaran algo más que parte de la creación, serían pequeñas gotas que conforman el corazón de una persona. Y si existen millones de ellas, con diversas formas y tamaños, representarían la magia que se esconde en su interior, donde cada gota cuenta su propia historia. En este mundo, las nubes se unen como sueños y recuerdos, creando una obra de arte que solo puede ser pintada por el dueño de ese corazón.

— Mamá, ¿por qué las nubes nunca se caen? —preguntó inquieta la niña.

— Cariño, las nubes son inmensos algodones mágicos que viven en el cielo. Se mantienen ahí porque están llenas de sueños y secretos que no queremos dejar escapar —respondió su madre.

— ¿Y si quiero tomar una? ¿Puedo hacerlo? —Miró al cielo viendo cómo se movían.

— No, cariño. Desafortunadamente, esos algodones se desvanecerían y revelarían lo que se esconde allí —le respondió con dulzura—. Pero, ¿sabes qué podrías hacer?

— No, mami —respondió con inocencia.

— Crear tu propia nube —se levantó del césped—. Busquemos hojas, colores y pinturas dentro de casa. Verás que tendrás un bonito azúcar hilado.

Madre e hija recogieron hojas de diversos colores y regresaron al cálido césped. Se sentaron juntas, y con risas y alegría, comenzaron a dibujar y pintar. La niña imaginó formas caprichosas, combinando colores brillantes para hacer su propia versión de un "azúcar hilado". ¿Cómo sería una nube perfecta? Se preguntó la pequeña, pero no supo qué responderse.

— Listo, mami, mira —le mostró.

— Está muy bonita —la abrazó—. Déjala secar y guárdala. Dentro de unos años la volveremos a ver para que veas la magia de la que te hablé.

— Sí, luego que esté seca, se la mostraré a Moon —sonrió contenta.

El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos cálidos y suaves. Ambas observaron cómo las nubes reales tomaban colores mágicos al atardecer. La niña sostuvo su nube de hojas y colores, maravillada por la belleza que habían creado juntas.

— Mami, ¿crees que las nubes en el cielo también guardan recuerdos como la mía? —preguntó la niña con curiosidad.

— Quién sabe, bonita. Las nubes en el cielo tienen historias que solo el viento conoce. Pero cada una, ya sea en el cielo o en tus manos, lleva consigo un poco de la magia de la vida —la madre sonrió con cariño.

Mientras la noche llegaba y las estrellas inundaban el cielo, madre e hija se acurrucaron juntas en el césped, admirando el universo en expansión sobre ellas. La pequeña guardó su dibujo con cuidado, ansiosa por descubrir qué historias guardaría en el futuro. Años después, regresaron al mismo árbol donde disfrutaron aquella tarde y observaron las diversas formas y tamaños de las nubes.

— Mira, mamá, ya terminé —le mostró su nuevo dibujo.

— ¿Segura de que terminaste? No entiendo, ¿por qué está tan... simple? —cuestionó su madre, viendo que había un trazo en lápiz que representaba la forma pero estaba vacía, a diferencia de su primera vez, en la que había llenado con muchos colores y brillos.

— No está simple, mamá. He llegado a entender que las nubes no siempre son de colores vibrantes. A veces son radiantes y felices, y otras veces, como cuando llueve, pueden ser tristes y grises. Por eso decidí dejar mi dibujo en blanco; quiero mostrar su pureza y brillo, como si cada nube guardara secretos especiales. Recuerdo cuando era más pequeña, me contaste que las nubes eran como algodones mágicos flotando en el cielo, y creo que por eso las veo blancas, como símbolo de su misterio y encanto —agregó segura.

Una suave brisa hizo bailar las hojas del árbol y el lápiz en blanco en sus manos. La madre sintió que la conexión entre ellas se intensificaba, como si cada trazo representara una puerta que se abría en sus vidas. Las dos se levantaron y se dirigieron a casa, donde colgaron la nueva creación junto a la primera. En la noche, bajo el cielo estrellado, madre e hija se abrazaron, compartiendo un momento de gratitud por la magia de las nubes y la belleza en constante cambio de la vida.

A medida que los años pasaban, la colección de nubes de la niña creció, cada una contando su propia historia. Y aunque las nubes del cielo continuaban su danza eterna, enlazaban los recuerdos compartidos, las risas y los sueños, creando una obra de arte en constante evolución, pintada por el dueño de aquel corazón lleno de magia.

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