¿Qué tan herido debe estar alguien para dañarte de esa forma?
¿Qué tan frío debe estar su corazón para quebrarte?
¿Qué tan grave puede ser la situación para convertir palabras en gritos?
¿Por qué actúan así?
¿Es siempre nuestra culpa, o simplemente cargamos con lo que nunca nos perteneció?
¿Por qué nos cuesta tanto soltar el dolor y seguir adelante?
¿Por qué minimizan los problemas de otros, como si fueran menos importantes?Tal vez nunca entendamos cuánto dolor lleva quien lastima,
pero eso no significa que debamos seguir cargando con lo que nos rompe.La habitación estaba envuelta en silencio. Me encontraba en el rincón, como tantas veces cuando el mundo parecía pesar demasiado. Buscaba un refugio entre las sombras, un poco de paz en mi propia soledad. Las lágrimas seguían cayendo, dejando un rastro salado en mis mejillas, mientras las palabras duras resonaban en mi mente como ecos que se negaban a desaparecer.
No quería quedarme ahí, atrapado, pero tampoco sabía cómo enfrentar lo que sentía. Mi vulnerabilidad siempre ha tomado el control, como si fuera parte de mí, una sombra inseparable. Cargaba años de dolor que se aferraban a mi espalda, recuerdos cosidos a mi piel, tan fríos como la nieve en pleno invierno.
¿De qué otra manera se puede reaccionar al dolor si no es llorando? Esa es mi monotonía: lágrimas que me acompañan cada vez que algo se rompe dentro de mí. Pero, ¿es suficiente? ¿Puedo hacer algo más que llorar? ¿Puedo encontrar la fuerza para darle un giro a mi historia?
No lo sé. Y ahí está el problema.
El tiempo sigue avanzando, indiferente, mientras yo permanezco como espectador, incapaz de moverme, de entrar en el juego y cambiar mi destino. Me aferro, cada día más, al "no puedes hacerlo, eres demasiado débil para lograrlo". Porque así viví los últimos años de mi infancia y los primeros de mi adolescencia. Me hicieron sentir insuficiente, como si cada intento estuviera destinado al fracaso, como si no valiera la pena luchar.No me siento capaz de enfrentar a quien me ha hecho daño. Le tengo miedo, pánico, terror. Es como un juego cruel: a veces lo quiero cerca, a veces lejos. Y entonces me pregunto, ¿soy masoquista conmigo mismo? En demasiadas ocasiones anhelo el afecto que me brinda, pero también deseo alejarlo cuando cambia, cuando lo desconozco, cuando se acerca y me hiere con sus gritos, con su rabia.
En esos momentos, desearía no tenerlo cerca, porque lo siento distante, ajeno a lo que alguna vez fuimos, a lo que construimos desde que era solo un bebé.
Extraño demasiado todo lo que se ha ido con el tiempo, como si solo quedaran cenizas y un cajón cubierto de polvo donde reposan los lindos recuerdos. Esos recuerdos duermen como los osos en invierno y despiertan de vez en cuando, trayendo una calidez pasajera. Pero no son como los de ahora, grises y tristes, de esos que quisieras borrar de tu mente con solo desearlo.
Me pregunto quién de los dos tuvo la culpa. ¿Fue él? ¿Fui yo? ¿O fuimos ambos? Nos distanciamos con el paso de los años, como dos hojas llevadas por el viento, y ahora me cuesta recordar cómo sucedió. Solo sé que ahora todo se siente como un invierno frío.
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Galaxia
RandomLa escritura trasciende más allá de la simple plasmación de pensamientos; es la manifestación de vivencias que han dejado huella, un viaje a través de mundos entrelazados. Cada historia, poema, novela, microrrelato y demás obra literaria es como un...