#4. Problemas presentados por el objeto durante las pruebas

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Para cuando el semáforo cambio, el sistema nervioso que recorría el cuerpo de Jongho se encontraba al límite de su capacidad. Sus pensamientos eran un conjunto de nubes caóticas que se condensaban dentro de su cráneo, amenazando con dejar caer la lluvia descontrolada que se traducía a una crisis en medio de la carretera. Lo peor de toda esa situación era que no había terminado de decidir el motivo principal de su desespero.

Con la voz quebrada por el pánico, le había dado un par de indicaciones a Yeosang después de oír el informe completo.

—No le hagas daño. Solo- dios, solo dile que espere a que yo llegue y que no haga nada. Estoy saliendo del trabajo, estaré en casa en aproximadamente... quince minutos —calculo que, si pisaba el acelerador y hacía la vista gorda a las señalizaciones de tráfico, llegaría en diez—. Dile a Mingi que espere a que yo llegue. Si te pregunta algo, lo que sea, dile que tiene que esperar por mí. Soy yo quien va a responder sus preguntas. Mantenle vigilado. Nada de violencia. Y, por encima de todo lo que te he dicho hasta ahora, evita que salga de la casa.

No sabía si estaba más asustado por lo que fuera a hacer Yeosang, o por tener que enfrentarse cara a cara con Mingi. Posiblemente las dos. Se aferro al volante, con el pulso acelerando a la par que el kilometraje en el tablero. Agradeció en silencio que aún no había almorzado, porque podía imaginarse bajándose del auto y vomitando en la acera frente al jardín delantero.

Mientras aparcaba, vio a su vecina haciendo estiramientos en ropa deportiva, con la tranquilidad propia de un ama de casa que se prepara para dar una vuelta trotando por el vecindario para luego ir a recoger a sus hijos a la escuela. Le saludó con un ademán enérgico en cuanto lo vio cerrar la puerta del vehículo y avanzar hacia la entrada de la casa. Jongho no le devolvió el saludo, apenas alcanzo a pensar en lo genial que sería estar en el lugar de ella en ese momento, teniendo que preocuparse por su cola de caballo o por si los niños tendrían mucha tarea que hacer.

Cruzó el vestíbulo, hallando la usual quietud que solía invadir su casa y que, en un día normal, sería irrelevante. Llego a la sala y se encontró por fin ante el problema que había estado sacudiéndole el piso durante el último cuarto de hora.
Los dos estaban sentados, cada uno en un sofá distinto, manteniendo una distancia prudente. Yeosang no volvió la mirada hacía él cuando camino a la sala, a diferencia de Mingi.

A simple vista, seguía igual que siempre, sin grandes cambios en su apariencia. El cabello castaño claro peinado en forma de ondas suaves, la cazadora abultada que lo hacía ver más grande de lo que ya era, las gafas torcidas. Mingi era el tipo de chico que te hacía mirar dos veces, transmitía una calidez reconfortante que te provocaba escalofríos y ganas de acercarte para sentirla mejor. Con solo mirarlo podías suponer que se trataba de alguien dulce y amable, lo que no era del todo falso. Los brazos de Jongho cayeron inertes al acercarse con pasos temerosos.

—Oh, estas aquí —con una sensación opresora en el pecho, comenzó a ver más allá de la superficie; las bolsas ennegrecidas debajo de los ojos, la carne alrededor de las uñas rotas y heridas, la peligrosa disminución de masa muscular que era notable por lo excesivamente grande que le quedaba la chaqueta. Había aprendido y memorizado la figura de Mingi, notaba con cada segundo que transcurrían los cambios que habían sucedido a la separación—. Tu, eh, amigo me dijo que esperara porque ya venías para acá.

Jongho suspiro pesadamente. Escuchar su voz, verle actuar como si las cosas entre ellos estuvieran en orden, resultaba amargo.

—¿Qué haces aquí? —pudo ver el dolor que sus palabras cortantes provocaron en la expresión contraria. No era natural para él decirlas, ni para Mingi escucharlas.

Proyecto Y.S  || jongsang Donde viven las historias. Descúbrelo ahora