Capítulo 3

12 0 0
                                    

Aurora

Me había olvidado de mi cumpleaños. ¿Quién, en su sano juicio, se olvidaría de su cumpleaños? Estuve tan empeñada en que los días fueran igual que el anterior, sin la más mínima presión, que no fui consciente de que cumplía diecinueve años. Diecinueve años, y demasiadas preguntas revoloteaban por mi cabeza. Preocupaciones que alguien de mi edad no debería tener. Yo debería estar yendo a la universidad cada mañana, saliendo por las tardes con mis amigos y cenando en compañía de mis padres.

Pero yo no tenía nada de eso, y nunca lo tendría.

Pedro y yo entramos en mi casa. Él había traído consigo una bolsa de mi tienda favorita, y yo no podía sentirme más culpable por haberle dicho que esperaba un paquete. No esperaba ninguno. De hecho, todavía no había cobrado esa semana por ser la canguro de Álex.

Le mentí porque era una cobarde, era incapaz de admitir el estado de ansiedad que se originaba al pensar en aquella cafetería. En nuestra cafetería, donde innumerables veces fuimos a desayunar. Odiaba a la Aurora en la que me había convertido.

Nos sentamos en el sofá. Estábamos tan cerca que olía su colonia, una mezcla de cítricos y menta, y llevaba el pelo húmedo. Pondría la mano en el fuego que se quedó dormido y vino a toda prisa para encontrarse conmigo en la portería.

—Espero acertar con los regalos.

Dejó la bolsa encima de mis piernas.

Sin decir nada, abrí la bolsa. En su interior, había dos paquetes envueltos en papel de Doraemon, una serie que veíamos después de clase cuando éramos pequeños. Mi madre, quien no trabajaba por aquel entonces, nos preparaba un chocolate caliente con galletas de mantequilla. Ojalá ese gato cósmico existiera, le pediría su puerta mágica para ir a dónde quisiera sin asustarme.

Cogí el primer paquete, el más grande, y por la forma diría que era un libro de tapa dura. Pedro me solía comprar los que todavía no estaban en mi estantería, aunque aquello era un trabajo muy difícil. Contaba con casi seiscientos veinte libros en mi cuarto, y la mayoría salieron a la venta durante el último año.

Pero, tras quitar el papel de regalo, me llevé una sorpresa. No era un libro, sino un álbum de fotos de mi tienda favorita. Era imposible fallar con un regalo si lo comprabas en esa tienda. En la portada se veía escrito La historia de nuestra vida con letras azules. Tragué saliva y la abrí con miedo. Sabía que esas fotos me recordarían a cuando era una persona diferente.

Sí, en ese álbum se encontraba nuestra historia. Había fotografías de cuando íbamos al parvulario, de las excursiones con el colegio, de los viajes de final de curso. De las vacaciones de verano, en las que Pedro y su padre venían con mi familia. Del instituto, de las fiestas con nuestros amigos, de los conciertos a los que asistimos.

Prácticamente llevábamos unidos desde antes de nacer. Nuestras madres eran buenas amigas y siempre estaban juntas. Yo nací en abril y, Pedro, en agosto. Creo que, por ese motivo, Pedro y yo éramos inseparables. Y ese álbum de fotos era la prueba de que seríamos amigos para siempre.

La única lágrima que derramé fue por una fotografía en concreto. La última que nos hicimos en aquel lago, el día que celebramos su cumpleaños. Cuando todo cambió, cuando mis planes se fueron a la mierda. Cuando creía que Pedro y yo tendríamos un futuro juntos.

— ¿Te... te gusta? —preguntó, inquieto. Tenía miedo de mi reacción, no sería la primera vez que me echaba a llorar sin motivo o le pedía entre gritos que se largase de casa.

—Es perfecto, Pedro. —Alcé la vista para encontrarme con el azul de sus ojos, en los que nadaría como si de un mar se tratara. Era cierto, ese regalo era perfecto. Pero también era un recordatorio de lo que había perdido y de lo que nunca recuperaría.

Aurora: una historia sobre enfermedades mentalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora