Capítulo 6

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Aurora

Me desperté con un terrible dolor de cabeza. No quería abrir los ojos, sería aún peor. Cuando estuve más lúcida, percibí una fragancia distinta en mi habitación. Mi almohada olía al champú que Pedro utilizaba. Y la cama... la cama era más grande que la mía. Me levanté de un salto y me di cuenta de que estaba en la habitación de Pedro. Había pasado la noche en su casa. Pero... ¿por qué?

Tenía visiones borrosas de la noche anterior. Recordé comprar una botella de whisky en la tienda que había una calle más abajo de casa. Bebí largos sorbos a medida que caminaba. El líquido me abrasaba la garganta, pero cada vez era menos consciente de que mis pasos me conducían hasta las afueras de la ciudad.

¡El puente! ¡Estuve en el puente! ¿Lo había... lo había intentado? ¿Pensé en suicidarme?

Una imagen de Pedro apareció en mi mente. Estaba en el puente, a mi lado, hablando conmigo. ¿Qué hacía ahí con el pánico que le daban las alturas? No conseguía visualizar lo que hablábamos, pero Pedro estaba... estaba asustado. Con los ojos llenos de dolor.

Quería irme a casa, aunque primero necesitaba encontrar mi ropa. Estaba vestida con una camiseta larga de un grupo de rock. ¿Pedro me había desnudado? Joder.

De repente, me costaba respirar. Estaba teniendo un ataque de ansiedad. Joder, joder, joder. Me apoyé bruscamente sobre el escritorio de Pedro y un vaso de cristal —lleno de agua— cayó al suelo. Tenía los pies mojados, pero no era el momento para preocuparse de ello.

Intenté hacer memoria de los ejercicios de aquella naturista que encontré en Internet. Cerré los ojos y traté de relajar mi respiración. Apoyé mi mano izquierda sobre el pecho, buscando que las pulsaciones de mi corazón se redujeran. Repetí el ejercicio como diez veces hasta que la ansiedad se desvaneció.

Abrí los ojos y la puerta estaba abierta. Pedro estaba apoyado sobre el marco y los brazos cruzados. Estaba segura de que había visto todo el espectáculo.

— ¿Te encuentras bien? —preguntó.

—Sí, es solo que... —acaricié mis sienes— me duele un poco la cabeza.

—Había ido a por una pastilla, pero tendré que ir a por otro vaso de agua. —Señaló con la cabeza a mis pies, llenos de agua y cristales esparcidos a mi alrededor.

—Lo siento —me disculpé—. ¿Dónde está mi ropa?

—En la lavadora. Tuve que quitártela porque estaba llena de vómito.

¿Vómito? ¿Había vomitado? ¿Por qué no me acordaba de eso? Aunque, claro, ingerir un litro de whisky por primera vez en tu vida solo podía traer malas consecuencias.

— ¿Puedes prestarme ropa para irme a casa? —Pedro no se movió—. ¿Por favor?

—Creo que me debes una explicación. —Ladeó la cabeza. Su tono era tranquilo, comprensivo, como siempre que quería hablar conmigo sobre el problema que jamás le expliqué.

—Fui una imprudente, eso es todo. —Esperaba que fuese suficiente para él, pero parecía que esa vez no iba a ser el chico bueno que me daba espacio—. En fin, supongo que tendré que irme a casa en camiseta y bragas.

Salí de su habitación con la esperanza de no encontrarme con su padre, aunque no tardé en recordar que los sábados por la mañana trabajaba en la joyería. Pedro se giró para mirarme, pero no me detuvo. Quizá era lo suficientemente inteligente para saber que no saldría a la calle con tan poca ropa.

—Solo quiero ayudarte, Aurora —susurró—. Es lo único que quiero.

—No puedes ayudarme.

— ¿Por qué no?

Aurora: una historia sobre enfermedades mentalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora