Solicitud de traslado

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Me quedo parada en el pasillo afuera de la clase de literatura intentando apaciguar mi miedo.

Quería ser mala con él, pero eso sería acatar sus últimas órdenes, así que esta mañana fui a la oficina del director a solicitar un traslado de clase. Solo faltaba su firma y la aprobación de la dirección.

Observo la hoja entre mis manos.

Si la firma este será el fin.

Me obligaré a mí misma a olvidar al señor Pasquarelli.

Pego la hoja a mi pecho y toco la puerta, interrumpiendo la clase ya iniciada.

-Señorita, Sevilla -dice-, llega tarde, pase.

Sin más se dirige a su escritorio.

Los ojos de la clase se sitúan en mí.

-De hecho, señor -digo aclarándome la garganta—, no seguiré formando parte de su clase.

El bolígrafo que trae en la mano cae de punta hacia el suelo, colida con este y la punta se hunde.

Con pesadez y sorpresa dirige su contraído rostro hacia mí.

-¿Cómo dice?

—Que ya no seré parte de su clase - digo-¿Ahora si escuchó?

El silencio en la clase es sepulcral.

Pongo la hoja frente a él, sobre su escritorio.

Observa la hoja unos instantes, la toma y sin firmarla vuelve a entregármela.

-Tome asiento, discutimos esto al final de la clase, señorita —dice.

A regañadientes me dirijo a mi sitio habitual.

No miro a nadie, no tengo ganas.

Solo quiero que firme la puta hoja para poder irme de aquí y olvidarme de que esto sucedió alguna vez.

Tiene razón, hubiese sido más fácil si nos hubiésemos conocido meses después de lo que realmente sucedió, pero no es la realidad, nos conocimos cuando la vida decidió que debíamos hacerlo.

Jamás andaremos de la mano por la calle, no será mi pareja de graduación, no se lo podré presentar a mis padres como mi novio nunca y sus amigos nunca me aceptarán.

Relación imposible.

Dirijo mi atención a su clase, el ambiente es tenso, o por lo menos yo lo percibo así. Las palabras salen como cuchillos de sus labios y se nota que está enfadado.

Aparto la mirada cada vez que me mira.

Giro hacia el fondo de la clase encontrándome con la mirada burlona de Valentina Zenere.

Pongo los ojos en blanco en cuanto regreso mi mirada hacia el frente.

La clase culmina y todos parecen querer salir lo más rápido posible. Se genera un embotellamiento en la puerta durante algunos minutos, espero hasta el final para salir sin ningún rasguño.

Me acerco a la puerta dispuesta a salir, pero Ruggero se me atraviesa y cierra de un portazo. Pone seguro y baja la pequeña persiana sobre el vidrio.

Me toma la muñeca y me lleva hasta su escritorio.

Está furioso, me causa risa.

—¿Quieres largarte de mi clase? —pregunta.

No me inmuto, ignoro por completo su enojo.

-Eso estaba por hacer —mascullo.

Revuelve su cabello.

Se sienta en su silla, con los codos sobre el borde del escritorio, cubriendo su rostro con sus manos.

-¿Por qué? —pregunta en un tono más suave, hasta parece súplica.

—Creo que es lo mejor —digo.

Eleva su mirada miel hacia la mía.

-No te vayas de mi clase —me pide tomando una de mis manos.

-Dijiste que lo único que importaba era tu empleo, y está bien -digo—, no quiero quedarme mirándote como una estúpida mientras tú finges ser el buen profesor de nuevo. Me dejaste en claro tus intereses, no pienso quedarme a que te burles de mí.

Saco la hoja del traslado de mi cuaderno y vuelvo a plantarla frente a él.

-Firma -ordeno estrellando un lapicero sobre la hoja.

-No -su voz es férrea.

-Firma —insisto.

-¡No! -gruñe con enfado.

-Aceptaste alejarte de mí —escupo—, por el bien de ambos, así que firma, maldita sea.

-Fui un imbécil-dice-, te traté mal y dije cosas feas, no era verdad, no me importa más mi empleo, eso no era cierto.

-No me importa, Ruggero-digo-. Lo pensé y tienes razón, jamás conseguiré algo real contigo, nunca te tendré como quiero y nunca se verá normal ante los ojos del resto, hay que olvidarlo.

Se levanta de su sitio y se pone frente a mí, me acorrala con sus brazos, apoyándose en el borde del escritorio. Intento irme, pero me lo impide.

-Podemos tener lo que queremos- dice, -renunciaré si es lo que necesito... renunciaré.

Pega su frente a la mía, acercando sus labios a los míos con anhelo.

-Haré lo que sea para atrapar a la persona de las amenazas —promete- y haré lo que sea para conservarte a mi lado, Karol.

Presiona sus labios contra mi mejilla derecha.

-No te vayas de mi clase —dice.

-Déjame ir —le pido sin fuerzas para seguir poniendo resistencia.

Quiero esto, lo deseo más que cualquier cosa. Odio admitir que estoy enamorada de Ruggero, pero lo estoy, y quiero todo con él, quiero tenerlo de todas las maneras que yo quiera, pero no se puede. Quiero quedarme, lo quiero a él, pero hoy tengo que alejarme, para que quizá, en un mañana podamos estar juntos, justo como debe ser.

-Puedo elegir quedarme -digo—, y lo haría porque te quiero... pero también puedo elegir irme, y la razón seguiría siendo que es porque te quiero.

-¿Y...? -sus pulgares acarician mis pómulos.

-Escojo irme -digo-, acordamos en el café que esto pararía por el bien de ambos.

-Karol, te quiero -dice.

-Y yo a usted, señor Pasquarelli— sonrío a medias.

Extiendo la hoja hacia él.

Su rostro se descompone un poco más.

Toma un lapicero del cajón.

-No me rendiré aún ―dice.

Y sin más firma la hoja.

-Puedes correr lejos de todo, menos de mí.

Profe, no borre el pizarrón |RUGGAROL|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora