No doy segundas oportunidades

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Después de huir como una completa cobarde del profesor Pasquarelli y del resto de la clase, fui a esconderme en el único lugar en el que estoy segura de que nadie me buscaría -a no ser que me conocieran muy bien-, es decir, en el armario del conserje.

Estuve alrededor de tres horas metida en ese armario respirando lejía y limpia- pisos con aroma a lavanda.

Mi buen amigo Rey. Rey el conserje fue dejándome el almuerzo, platicamos un poco sobre lo sucedido a la hora de Literatura y me aconsejo no decirle nada a nadie sobre lo que vi en la sala de profesores en la mañana.

En cuanto se hizo la hora de salida, corrí lo más rápido que pude, calle abajo.

No necesitaba que nadie me viera hasta el lunes.

Pasé el fin de semana metida bajo las sábanas, leyendo un poco sobre Literatura necesitaba aprobar el curso, para así librarme del pesado señor Pasquarelli -, comiendo y viendo algunas pelis con Carolina o Agustín.

El domingo en la noche entré en una especie de ataque de pánico, no quería ir a la escuela siguiente, pero sabía que tenía una tarea que presentar y un examen que presentar.

Mientras resolvía mi examen de Literatura, luchaba contra el deseo de romper la hoja en pedacitos y enviar a la mierda las clases de recuperación.

Odiaba a Valentina Zenere por abalanzarse sobre todos los hombres que me parecían atractivos, odiaba al señor Pasquarelli por ser otro más del mundo, y también me odiaba a mí por permitirme todo este chiste de sentirme ligeramente atraída hacía el adonis que tenía como profesor.

Sí, esa pequeña confesión sobre el señor Pasquarelli me dejó en shock, ni siquiera era consciente de ello hasta ayer en la noche.

Ahora me encontraba caminando entre los alumnos, dispuesta a ir a la sala de profesores, entregarle mi trabajo y examen al señor Pasquarelli y desaparecerme el resto del día -bajo las sábanas de mi habitación-.

Toco la puerta de su oficina tranquilamente.

Nadie responde.

¿No está en su oficina?

Toco de nuevo, pegando mi oreja en la puerta.

Ruido. Él está ahí.

—¿Hola? —llamo tocando la puerta de nuevo-. Señor Pasquarelli , soy Karol

Sevilla, yo...

La puerta se abre.

El señor Pasquarelli me mira algo sorprendido.

-¿Todo está en orden? -pregunto al ver su apariencia.

Tiene el cabello desordenado, la camisa arrugada por todos lados, los dos primeros botones desabrochados y la corbata floja.

—Sí, todo en orden-dice juntando la puerta un poco más― ¿Qué se te ofrece?

¿Qué es lo que no quiere que vea?

-Quería dejarle mi trabajo y examen, es que... hoy me retiraré temprano –comento.

-Lo siento mucho, Karol... -dice torciendo la boca, parece apresurado—, pero ahora mismo no puedo atenderte.

Algo cae dentro de su oficina y él salta en su sitio.

-¿Todo anda bien? —pregunto preocupada.

-Sí, todo perfecto -dice sonriéndome nervioso- ¿Sabes qué...? Dame tus trabajos, los revisaré en cuanto me desocupe.

Él toma con una de sus manos los folders que sostengo sobre mi pecho y los toma con cuidado.

¿Por qué se empeña en mantener la puerta cerrada?

Profe, no borre el pizarrón |RUGGAROL|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora