39. El Diablo

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Llegó la noche

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Llegó la noche. No quería salir de la habitación, pero, si iba a encontrar a Hillary, necesitaba encontrar primero al Diablo.

Aurora se bañó sin poder dejar de pensar en su pasado. Supuso que encontrar a la Elegida sería una manera de enmendar todo. Cepilló su cabello y lo dejó suelto intentando que así se camuflara un poco la cicatriz, aunque se aplicó mucha base de maquillaje para esconderla. Usó un vestido negro por debajo de los muslos y unas botas no muy altas.

Pidió un taxi que la llevó ll más cerca del club posible mientras el taxista le lanzaba miraditas y Aurora sentía asco por sus pensamientos.

Vio su objetivo: el Club Moon. Era realmente enorme cuando entró. Estaba plagado de gente de todo tipo. Desde los jóvenes de dieciocho (y algunos más jóvenes) hasta gente poco más mayor que ella.

Usó su poder. Había gente muy estúpida allí que no buscaba otra cosa que alguien con quien pasar la noche. Gente con pensamientos completamente impuros y sucios.

Aurora se dirigió a la barra y pidió un trago. No iba a mentir, lo necesitaba aquella noche. Ya era hora. Miró al camarero. No pudo leerle la mente, pero estaba arremangado y no tenía ningún rastro de marca. Aunque eso no significaba que no sea uno de ellos.

Se acercó a Aurora.

—¿Tienes cita? —preguntó.

—Sería una estúpida se no la tuviese, ¿no cree?

La cosa es que no tenía «cita».

El camarero de ojos verdes la miró escéptico. Más bien con cara de asco. Aurora arqueó una ceja y usó mis poderes mentales para que le dijera lo que quería saber.

—Sal por la puerta de atrás y camina por el callejón sin salida. A unos diez metros a la derecha encontrarás la puerta. Luego solo espera.

Sin siquiera dar las gracias por la información, se levantó y siguió su camino. Atravesó a todos aquellos que obstruían su camino hasta el pasillo de servicio. Estaba oscuro, pero no por eso podía quedarse quieta.

Salió por la puerta del servicio. Caminó los diez metros calculando lo que andaba. El callejón estaba lleno de pósteres y de basura. Mientras esperaba, sacó del bolsillo de la chaqueta de cuero una caja de cerillas y un cigarrillo. Lo encendió y lo llevó a sus labios.

Observar cómo el aliento se escapaba de su boca con un simple suspiro con olor a quemado era simplemente relajante para ella. Era como un último escape de oxígeno antes de morir. Y relajarse era justo lo que ella necesitaba.

—¿Eres la de la cita? —la asustó una voz desde una puerta.

—Sí —afirmó Aurora, con ojos rojos que convencían al muchacho.

Le hizo señas para que lo siguiera. Se adentró en unas escaleras que llevaban a una especie de discoteca mucho más oscura. No se atrevía a mirar a su alrededor, simplemente continuó por donde el hombre de la puerta le indicó.

Aurora Potter: la última Merodeadora (reescrito)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora