Amargo

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Santo cielo, santo cielo, ¿maleducado? No, Do Kyungsoo era todo menos eso, ¿qué hay de malo con defender mi teoría? Murmuraba desconcertado entre ceños fruncidos y bufidos exasperados.

Murmurar es de mala educación, le regañó su subconsciente.

-¡Agh! –se quejó esta vez en voz alta mientras caminaba apresurado por el pasillo ya vacío de la universidad.

Repentinamente sintió su cuerpo entero impactar contra un sólido muro, que –juraba– momentos atrás no se encontraba ahí.

Otro quejido se escapó de entre sus labios al caer torpemente en el suelo, todos los papeles que traía encima fueron a parar por doquier esparciéndose unos más lejos que otros.

Tras analizar su absurda situación levantó la vista para encarar lo que antes creyó era un muro, sorprendiéndose al encontrar a un grandulón plantado ante él. El chico era alto y con hombros anchos, de piel entre morena y miel, su rostro denotando preocupación y a su vez, en desacuerdo con ello, un fuerte sonrojo le envolvía, lucía agitado, respirando con dificultad.

Kyungsoo reprimió una mueca y volvió su vista al piso dispuesto a recoger sus apuntes lo antes posible, en eso notó un ramo de flores arruinadas, aunque no estaba seguro de si podían considerarse un ramo, sólo habían tres de ellas, margaritas para ser exactos.

Retrocedió por su seguridad y siguió recogiendo en silencio, no discutiría, ahora sólo quería volver a casa y descansar de su asqueroso día, sin embargo, la enorme sombra del chico lo cubrió por completo y vio sus manos temblorosas tomar las hojas con brusquedad, más rápido que eficiente.

-¡Hey! ¿Qué demonios? ¡Suelta eso! –exclamó horrorizado al ver las arrugas que aparecían en el papel. Intentó arrebatárselas pero le fue imposible.

Sus perfectas notas se retorcían entre las gigantescas manos, Kyungsoo sentía como el tic nervioso iniciaba en su ojo derecho.

-¡Nini, no! –una tercera voz intervino a lo lejos acompañada de unos pasos demasiado sutiles como para tratarse de alguien que corría- ¡No, no, no! –le regañó en cuanto estuvo a su lado y tomó sus muñecas para apartarlo.

El chico era castaño, de ojos caídos como un cachorro, su cuerpo delgado y pequeño, con movimientos tan ligeros como los de un bailarín; sus pequeñas manos apenas alcanzaban a rodear las muñecas del fortachón que se resistía, no parecía tener intención de detenerse hasta terminar de recoger cada hoja, se veía asustado.

-Nini, arruinarás los papeles del chico, detente… -susurró al oído del más alto, que se detuvo de inmediato soltando el agarre de los apuntes– yo me encargo –repuso el castaño ordenando todo con extremo cuidado. Su mirada se detuvo por un largo segundo sobre las flores arruinadas y continuó sin mencionar nada.

-Las flores… -murmuró el chico más alto como si hubiese notado la mirada del otro, su voz sonaba quebrada, como si estuviese al borde del llanto.

-No pasa nada, amor –le respondió a la vez que le devolvía las hojas a Kyungsoo y se disculpaba con una mueca –Ahora vayamos a casa –dijo tomando la mano del moreno para arrastrarlo lejos.

-¿Y-y…cómo…? –trató de preguntar mirando de Kyungsoo a su compañero.

-Luego, luego, luego –le acalló enseguida alejándose cada vez más –andando. ¡Adiós, lo sentimos mucho! –Gritó al último y desaparecieron de la vista del mayor.

Kyungsoo estaba congelado en su lugar, sintiéndose estúpido por quedarse a escuchar la conversación, además su trabajo estaba arrugado y ya no le servía de nada; tardó en procesar lo que acababa de ocurrir.

Suspiró. Necesitaba llegar a casa y tomar una gran taza de café amargo.

Él es  -Kaisoo OneShotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora