Capítulo 20. Celos

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Si supieras qué calidez siente mi pecho cada vez que digo tu nombre, me pedirías que no dejara de llamarte nunca.

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Cuando regresé a casa el día que murió mi madre fue cuando entendí realmente qué significaba echar de menos a alguien. ¡Estaba todo tan vacío sin ella! Incluso, a día de hoy, muchas noches me despierto a las tres o las cuatro de la madrugada, me siento en la cama y lloro en silencio pensando en ella.

Si no fuera poco el dolor, en el tanatorio ya no podía acercarme a mi refugio cuanto quisiera: tú y yo no podíamos mostrarnos delante de los demás con naturalidad. Es cierto que sentía tu presencia constante. Cada vez que necesitaba un poco de aliento, miraba a mi alrededor y terminaba por encontrarte, siempre alejado, pero siempre lo suficientemente cerca para localizarte cuando lo necesitaba; constantemente pendiente de mí.

En la sala del tanatorio me agobiaba. Venían familiares que no recordaba, amigos de mi padre a los que apenas conocía, compañeros de mi madre a los que nunca había visto y, uno detrás de otro, me daban el pésame. Muchos querían abrazarme, incluso.

Te busqué con la mirada para pedir que me sacaras de allí un rato. Me miraste y me entendiste. Siempre lo hacías. Ibas a buscarme, pero, de pronto, te vi abrazado a Silvia; os disteis un beso. No sabía que mi corazón podía crujir hasta aquel momento.

Tenía que fingir. Todos sabían que eras un amigo y que me habías apoyado. Sin embargo, nadie podía ni imaginar lo que había significado para mí vivir todo aquello contigo a mi lado.

Silvia estuvo conmigo casi todo el tiempo, pendiente de mí a todas horas. Cada vez tenía más claro que no podía hacerle daño. Cuando por fin se acabó la tortura de estar en el tanatorio ese día, Silvia quiso acompañarme y estar un rato conmigo en casa. Se interesó por mí y por cómo me sentía, pero también tuvo un minuto en que me preguntó por ti.

—Sé que no es momento para hablar de estas cosas, pero estoy preocupada —me dijo—. ¿Sabes si Tristán tiene algo con Melania?

—No, no tienen nada. —Me sentí muy mal. No era capaz de sentir más dolor, pero no puedo negar que también me invadía la culpabilidad—. Además, Melania ahora está con un chico.

—Sí, con Rodri. Tristán me lo ha contado. No sé, pues creo que tiene algo con alguien. Está muy raro.

—Están siendo días duros para todos —intenté disculparte. O disculparme, no sé.

—Viene de tiempo atrás. Por teléfono, cada vez estaba más frío y distante.

Silvia tenía miedo de que la dejaras. Seguía loca por ti y el reencuentro no estaba siendo como ella había imaginado. Me sentí fatal. ¿Cómo iba a meterme yo en medio de vuestra relación? ¿Cómo iba a partirle el corazón de esa manera? Me imaginaba que algo sentías tú también, pero, aunque fuera así, no podría estar contigo. No podía hacerle eso a la que había considerado mi hermana.

Mis tíos iban a llegar de Florida el domingo. Mi padre nos propuso a Fran y a mí ir los tres a Florida con ellos. A mí me quedaba algún examen por hacer, pero me importaba poco, y, de todas formas, no estaba en condiciones de aprobar. Me pareció buena idea, así que lo planificamos: nos iríamos el lunes de noche y no regresaríamos hasta septiembre para empezar las clases de nuevo. La casa se me caía encima sin mi madre. Y necesitaba tomar distancia de ti.

Hasta que te odiéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora