El fin llegó sin aviso previo, como una tormenta que arrasa con todo a su paso. Nadie estuvo preparado para lo que sucedió esa noche. Los cielos iluminados y las calles vacías eran la señal de que algo había cambiado para siempre.
La humanidad fue llevada al borde del abismo, y no hubo forma de detener el inminente final. El resplandor de las estrellas y la oscuridad de la noche se fusionaron en una danza eterna que marcó el comienzo del fin.
El mundo quedó en un silencio sepulcral, y los últimos supervivientes se preguntaron cómo todo había llegado a su fin. En su desesperación, buscaron algún rastro de esperanza, pero no encontraron más que la desolación.
El fin fue la despedida definitiva, y la humanidad entendió que ya no había vuelta atrás. Lo que alguna vez fue un sueño de paz y amor, se había transformado en un infierno lleno de dolor y sufrimiento.
Los pájaros no cantaban, los ríos se habían secado y la naturaleza había expirado en silencio. El sol no brillaba, la luna no iluminaba y las estrellas habían desaparecido en la oscuridad.
Y así fue como la humanidad dio su último suspiro, confundidos, tristes, y solitarios en un mundo en ruinas. Y así fue como el fin llegó y se llevó todo lo que era precioso y amado, dejando sólo la desolación y el luto eterno.