Carla había sido invitada a una fiesta de disfraces y se había tomado el tiempo de preparar un excelente atuendo. Se puso un maquillaje espectacular, un vestido de gala y un par de tacones rojos. Al salir de la casa, vio una bolsa de cuero en la puerta de su casa; no parecía que fuera de ella, pero la abrió de todas formas.
La bolsa estaba vacía, pero al cerrarla de nuevo, Carla sintió un frio inexplicable que le subió por la columna vertebral. Decidió dejar la bolsa en la casa y continuar su camino hasta la fiesta.
Finalmente, llegó a la fiesta y se unió a la diversión. Todo iba bien, hasta que Carla notó que la bolsa parecía seguir sus pasos. La vio en la esquina de su ojo, pero cada vez que volvía para mirar, la bolsa estaba en un lugar diferente. Carla comenzó a sentirse incómoda y dejó la fiesta, sintiendo como si alguien o algo la siguiera.
Mientras se apresuraba a volver a casa, sintió una fuerte presencia detrás de ella, y al darse vuelta, la bolsa había aparecido de repente. Temblando de miedo, Carla corrió todo lo que pudo, llegando a su puerta sin aliento.
Aterrorizada, se dio cuenta de que la bolsa estaba ahora en su hogar. Trató de llamar a la policía, pero no podía encontrar su teléfono en ninguna parte. Entonces se dio cuenta de que la bolsa estaba abierta, y algo se deslizó desde dentro.
Carla gritó al ver que dentro de la bolsa había un brazo sangrante y deformado. Nunca supo lo que realmente pasó aquella noche, sólo que después de eso nunca jamás volvió a abrir una bolsa ajena.
