II

56 13 6
                                    

No fue sencillo convencer a su padre, pero lo había logrado de milagro.

Le había dado solo tres razones para que aceptara contratar a los tres mocosos que algún día asesinaría por su mano y evitar la gran tragedia del imperio.

Era el sexto día de haber vuelto de aquel denigrante orfanato donde el capitán había mandado un mensaje para traer refuerzos y así poder encerrar a todos los coludidos de haber malversado el dinero que se les entregaba únicamente para los niños. Aquel pueblo era la corrupción en persona.

Estaba en el patio de práctica luchando para que Keigo no lograra botarle la espada a la cual se estaba aferrando. Una de las razones que habían prometido padre e hijo era que comenzara a perfeccionarse en el arte de la espada. Y mientras continuaba con su ficticia lucha a un lado del campo lleno de tierra y polvo por sus agiles y lamentables movimientos, bajo un techo con frutas y agua fresca estaban Izuku, Eijiro y Katsuki, observándolo mientras se alimentaban.

Otra de las razones era que debía responder por ellos.

- Estás distraído -habló Keigo tirándolo al suelo, quitándole finalmente la espada.

¿Cómo concentrarse cuando ellos estaban ahí sin hacer nada?

El capitán Takami miro a donde sus ojos estaban y les entregó una sonrisa a los niños.

- ¿Quieren entrenar con nosotros? -propuso.

Esto era el fin.

Lo último que le faltaba era que el gran capitán Takami, la fortaleza del imperio, fuera el entrenador de los malditos que acabarían con la vida en la tierra.

Su querido plan de asesinarlos lentamente estaba trayendo problemas, tremendos problemas.

- No creo que sea bueno para las peleas -dijo Izuku desviando su verdosa y asesina mirada.

- Y es cierto -afirmó Katsuki.

- Por eso nunca nos alejamos de él -continuó Eijiro.

- ¿Y qué hay de ustedes dos? -volvió a preguntar Keigo-. ¿No quieren ser fuertes para protegerlo?

Katsuki se veía emocionado, pero trataba de no mostrar tanto placer, por lo que solo asintió para ponerse de pie y dejar la manzana que estaba tragando. Eijiro fue lo contrario, grito de alegría para correr a un lado de Keigo admirando la fuerte espada que traía.

- Lo he estado viendo hace días y usted es increíble -mencionó Eijiro-. ¡Tsuki igual, aunque no lo diga!

- ¡Eiji!

Por detrás de esas vacías palabras, Shouto pudo escuchar la risa de Izuku mientras veía a sus amigos discutir. Estaba por vomitar.

Se puso de pie quitando todo rastro de polvo para rodar los ojos y salir de aquel lugar. Eran problema de Keigo ahora.

Camino unos cuantos pasos hasta llegar al castillo, no sabe cuantos metros avanzó hasta que le fue imposible ignorar las miradas curiosas de las criadas. Se detuvo molesto y espero a que con solo una ojeada comprendieran su confusión. Ellos solo miraron detrás de él.

Más confuso que antes, se dio la vuelta y pudo comprender todo.

Ahí estaba, la pesadilla personificada que lo atormentaba cada noche sin descanso.

Izuku lo había perseguido en sumo silencio desde el campo de entrenamiento sin decir una palabra y con dos naranjas en cada mano.

- ¿Qué haces? -preguntó con agresividad.

Aquellos verdes ojos que siempre vio con resentimiento, rencor y hostilidad pura, ahora mostraban un miedo paralizante, donde en cuestión de segundos todo su cuerpo comenzó a temblar.

VENIDERO - BNHADonde viven las historias. Descúbrelo ahora