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Era una situación bastante inusual.

Su padre, el emperador, juzgando a Izuku, la séptima muerte.

Desde el incidente del secuestro y el terrible ataque que la serpiente sufrió habían pasado ocho años donde nada realmente importante ocurrió, a excepción de la cancelación del compromiso de su hermana mayor, Fuyumi. El bastardo con que su padre la había comprometido era hijo de un noble que aportaba mucho en las decisiones del imperio, sin embargo, le había dado la información suficiente a Natsuo para que lo investigara y quedara por cancelado aquel inédito compromiso. Fuyumi lloro durante semanas, pero todo valió la pena, a sus veintiún años ya se encontraba casada con un gran conde de excelente reputación donde ambos ya esperaba a su primer hijo.

Fuyumi estaba a salvo, su vida ya no corría peligro tampoco la de Natsuo y la de nadie del imperio. Izuku y sus amigos ahora eran entrenados por Keigo y Shouta, su fidelidad ahora estaba con el pueblo y el emperador. Dabi por su parte fue restaurado a las filas de los fieles, específicamente bajo la mira de Keigo y sus tropas, no había nuevos sucesos, no había asesinatos y mucho menos torturas o extrañas personas seguidoras de un desquiciado mental.

Le hubiera gustado decir que todo estaba en su perfecto orden, pero cierta personita se impuso la tarea de fastidiarlo como nadie nunca ante lo hizo. Izuku, había tomado una fascinación por él, cada vez que tenia la posibilidad de acompañarlo a donde fuera, lo hacia, sin mencionar que siempre le estaba entregando una sonrisa donde sus ojos cada vez se veían más claros. Un verde que lo hipnotizaba, no solo a él, sino a varios de su alrededor, su dulce e inexplicable fragancia dulzona que colocaba a varios bajos su merced, bueno, solo a algunos, y sospechaba que el hombre que exigió una asamblea formal con el emperador para acusar a Izuku, había sido rechazado por él. Buscando venganza, tomó la estúpida idea de sentenciar su vida, y que mejor que su padre para hacerlo.

La persona perteneciente al reino que había acusado a la pequeña serpiente de robar y difundir secretos imperiales a cierto grupo que se formó al termino de la guerra, era el hombre que estaba a un lado de Izuku siendo interrogado por el emperador, mostraba confianza y seguridad, dos calidades a su favor a los ojos de su padre.

La gran asamblea se conformó solo porque un guardia, hijo de un marqués, miembro de la junta real comenzó el rumor de que alguien que había sido traído al imperio encontró secretos importantes dentro de las paredes del castillo para venderlos al mejor postor, en este caso los revolucionarios que eran polizones de otro imperio, nada importante.

Por otro lado, el semblante de Izuku era todo lo contrario. Estaba ansioso y temblaba por todos lados, retorcía sus dedos a cada lado de su cadera. Jamás había sido una persona que pudiera manejar multitudes, apenas podía dirigirle la palabra a él para felicitarlo por estupidez sin dejar de temblar, por otro lado, solo por hacer aquel débil gesto podrían condenarlo a muerte por mostrarse más culpable que el mismo culpable.

- Se claro, soldado -ordenó Enji, sentado en el trono. Lucia cansado.

Natsuo estaba sentado a su lado, ahora con veinte años debía permanecer la mayor parte del tiempo a un lado del emperador para seguir las costumbres y aprender sus gestiones. Él estaba fuera del campo de visión de la asamblea, se sentía curioso por saber como la pequeña serpiente, en este caso inocente, salía de aquella situación tan poco favorable a su persona.

El guardia dio un paso adelante para arrodillarse en una de sus piernas y colocar su mano derecha en el lado izquierdo de su pecho, mostrando absoluto respeto a la corona antes de poder hablar y colocarse de pie.

Enji sonrió.

- Encontré bajo su cama unos documentos sobre el manejo secreto de la guerra, su alteza.

VENIDERO - BNHADonde viven las historias. Descúbrelo ahora