Capítulo 25: El precio de la posesividad

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Lara salió de la mansión, su corazón desgarrado, su mente confusa y la culpa carcomiéndola. Había sido humillada más de una vez por ser un fenómeno, ella misma odiando ser un lobo, hasta que su familia le repitió constantemente que aquello no era verdad. El auto-desprecio estaba a la orden del día cuando se trataba de sí misma. Caminó hasta llegar al bosque, el lugar donde parecía que todo tenía más sentido. Pudo oler a los animales tan fácilmente como un lobo real podría hacerlo, escuchaba todo de la misma forma, pero sus manos y sus pies eran de humanos, así como su consciencia. Pero, el tomar a Miranda a la fuerza fue algo que sólo un monstruo podría hacer. Ella amaba a la Miranda humana que se veía frágil, que la necesitaba y la que la defendió de los hombres que la capturaron, encerrándola como un animal. Cuando vio que todo lo que ella creía que era amor incondicional resultara ser falso, no pudo asimilarlo, le habían dicho que Miranda estaba muerta, que habían acabado con la vida de la mujer que amaba. La rubia era una mentirosa, una desgraciada que la utilizaba para poder hacerle daño a sus seres queridos, una mujer que quería erradicar a los que eran como ella, su mente se lo decía, mientras el lobo caminaba en círculos, buscando la compañera que había perdido. Vera la había utilizado, por lo que enloqueció, la obligó a mostrar el rostro de la que creyó amar, y la mirada, así como el olor celeste en sus ojos, lo compartían ambas mujeres. Vera y Miranda tenían ojos azules, la misma fragancia y sensación al tocar su rostro. Lara le había hecho daño y eso es algo que ella misma no se perdonaría jamás. Por lo que, incluso si es darle su vida, lo haría.  

—Soy una estúpida. —Se dijo levantando el rostro mientras la lluvia comenzaba a caer desde el cielo obscuro, haciendo desaparecer las estrellas. Deseaba regresar el tiempo, si bien, no pudiendo volver al tiempo en el que su mejilla descansaba en la cabeza de Miranda, al menos, antes de haberla lastimado. Cayó de rodillas, sus pantalones ensuciándose con el barro, mientras se sujetaba la cabeza con desesperación, llorando su arrepentimiento.

   Enna podía recordarlo, el estar siempre con Lorena. Desde que eran muy jóvenes has conocía, puede que Kara y Lorena fueran físicamente exactas, pero sus personalidades eran diferentes. Compasiva, inteligente, fuerte y hermosa, por lo que nunca apartó la mirada, siguiéndola como un perro a su dueño. Su razón no podía hacer nada cuando el lobo gruñía agresivo, reclamando lo que consideraba suyo. Se acercó con pasos lentos bajo la lluvia hasta Zena, el tigre de cabello naranja aleonado, estaba sentado en un tronco a pocos metros de la entrada de la clínica.

—Tú no tienes por qué estar aquí. —Dijo llena de veneno al estar frente a Zena, indiferente, la pelirroja la miró.

—Afortunadamente para ti, no planeo quedarme. Me iré junto con Miranda y Lorena y no tendrás que preocuparte más por mí.

—Simplemente no puedo entender la razón por la cual la Alfa no acabó contigo. No hay forma de que permita que te lleves a Lorena.

—Tiene que hacerlo, ya que ahora ella es mi compañera.

—Haré a Lorena entrar en razón, cueste lo que cueste. —Dijo caminando más allá del tronco de Zena, dirigiéndose a la clínica.

—No te detendré, porque eres su amiga, también parte de su manada, por lo que no puedo interceder si entras o no a esa clínica… Pero, si escucho algo que demuestre que ella está en peligro, entraré y te arrancaré la garganta.

— ¿Crees que es tan simple? ¿Sexo? —Se burló Enna. —No soy como Lara, una estúpida cobarde. Llorar por una mujer a la cual ha conocido por un par de meses… Yo, en cambio, conozco a Lorena desde muy jóvenes, he estado apoyándola, cuidando de ella y la he visto crecer. Y el sexo, lo he tenido con ella, nuestro primer celo compartido por nuestra confianza. —Apretó su puño, las garras lastimando su palma hasta hacerla sangrar. —No puedo entender por qué ella y su lobo escogió a una forastera, una bestia que no pertenece a la manada, que le dará hijos felinos y no lobos. La fuerza en la descendencia, en conseguir hacer crecer a la manada.

—Eres una maldita corta de mente. Cómo si importara si ella tienes hijos tigres o lobos… Serían sus hijos y nadie debería rechazar a sus hijos.

—La mujer que la ama y el lobo que la desea, sintiendo que éramos la mitad de la otra, hasta que apareciste. Eres un estorbo, la piedra en mi camino.

   Zena tenía la guardia baja, no únicamente porque estaba en las tierras de los lobos y debía mantenerse controlada, sino porque Enna era amiga de Lorena y no deseaba ser odiada por la loba. Incluso si todos la odiaban, no lastimaría a quienes la morena amaba. Enna no se transformaría en lobo, demasiado lento, Zena la detendría, por lo que giró rápidamente, clavando un gran puñal de plata, encajándolo lo más profundo que podía. La sangre corría copiosa en la espalda del tigre que rugió su dolor.

—No soy científica, no sé cuál es la razón por la cual la plata es un veneno para nosotros, pero… así como daña a los licántropos, daña a todos los cambiantes… Incluyéndote.

— ¡Maldita! —Gritó para dar un zarpazo, Enna lo esquivó, mirando a Zena arrodillada escupiendo sangre. Zena deseaba quitarse el arma, sintiendo la piel alrededor pedirse, pero antes de poder quitárselo, Enna la pateó con fuerza en la cabeza, la pelirroja rodando en la grama mojada. La castaña pisó su cabeza al ver que Zena intentaba levantarse.

—Solamente tengo que deshacerme de ti y todo volverá a ser como antes. Lorena volverá a mí, necesitándome y así la podre tenerla como compañera.

—Te… mataré.

—Gata estúpida… Eres una novedad para Lorena.

   Se puso en canclillas sujetando el mango de la daga con fuerza, empujándola más contra la espalda de Zena. La pelirroja rugió de dolor, entre tanto, Lorena se levantó de su escritorio, sintiendo un terrible dolor en la espalda, su corazón acelerado y falta de aire. Un rugido llegó poderosamente, por lo que corrió sin importar que la silla se callera, empujando la puerta, la lluvia cayendo liviana en la noche completamente ennegrecida, falta de luna y estrellas. El olor de la sangre golpeó sus fosas nasales, hasta que no muy lejos vio a Enna y Zena, la primera levantada y la segunda en el suelo. Trató de salir del aturdimiento inicial, para llegar a su compañera, arrodillándose a su lado.

— ¡Zena! ¡¿Qué te ha pasado?! —Preguntó en llanto, levantando el rostro para ver a Enna. — ¿Enna? ¿Quién hizo esto?

—Lorena… —Jadeó adolorida Zena, intentando levantarse inútilmente, cayendo nuevamente.

— ¡Zena! ¡Por favor! ¡Zena, resiste, te lo pido! —Exclamó con la mano en la empuñadura, extrayéndola con toda su fuerza, para después tapar la herida con las manos, intentando detener el sangrado. —¡Enna, ayúdame a llevarla a la clínica! ¡Puede morir!

—Me sorprende que todavía esté viva. —Comentó con la voz plana, completamente sin emociones.

— ¿Qué has dicho?

—Una bestia sin sentido de la comunidad, apoyando a una mujer que asesinaba a los nuestros, que te quiere llevar lejos de la manada, además de que te arrebató de mí... Esto es lo menos que se merece.

—No… No lo comprendo. —Titubeó.

—Es simple, hice lo que hace cualquiera de nosotros… Una lucha para ganar a tu compañera… Yo gané y ella perdió.

—Espera… ¿Tú…? ¡¿Tú hiciese esto?!

—Simplemente tengo que terminarlo. —Dijo extrayendo las garras, Lorena abrazó la cabeza de Zena, mirando con rabia a la que alguna vez llamó amiga.

— ¡¿Cómo pudiste hacer esto?!

—Lorena, quítate para poder acabar con este problema.

— ¿Mi compañera te parece un problema? No puedo creerlo.

   Lorena se levantó, rodeando el cuerpo de Zena para estar junto a Enna. Necesitaba llevar a su compañera a la clínica rápidamente, antes de que el sangrado y el veneno de la plata acabaran con Zena, pero imaginaba que la castaña se lo impediría. Las memorias de su juventud, reír, jugar y charlar con Enna habían desaparecido, lo hicieron cuando la castaña se obsesionó con ella. 

—Te mataré si te acercas más a ella, Enna. Lárgate o acepta el juicio que recibirás por esto.

—Lo siento, Lorena, pero no puedo hacerlo… Lo único que se interpone entre tú y yo es ella, por lo tanto, la mataré.

—Lamento que digas eso. —Sus garras se extrajeron como sus incisivos. —La piedad era por los años de amistad, pero morirás antes de acercarte a mi compañera e impedirme sanarla.

   De un momento a otro, ambas habían cambiado de forma, mostrando a dos grandes lobos, diferentes a los corrientes, Enna intentó saltar sobre Zena, siendo impedida por Lorena, quien se montó en su lomo, apretando con los colmillos la piel. Ambas se separaron, el lobo blanco y negro intentando morder las patas del marrón. Lorena deseaba hacer pagar a Enna lo que había hecho, por lo que siguió intentando llegar sobre su amiga ahora enemiga. Alejaría a Enna de Zena lo más que pudiera, por lo que consiguió apartarla, ella persiguiendo a Enna en dirección al bosque. La lluvia cobraba más fuerza, así como los relámpagos que hacían su aparición. Los estruendos despertaron a Miranda que, aturdida por las pesadillas, buscó a Lorena y a Zena, pues no se sentía segura en aquel lugar. Al salir con los pies descalzos, con apenas una camiseta y pantaloncillos negros, vio a Zena, corrió hasta ella y en cuclillas revisó la profunda herida. Zena gruñó intentando nuevamente levantarse, para acabar vomitando más sangre.

—Mierda, que estás viva. ¿Qué te ha pasado?

—Una imbécil que no… acepta perder. ¿Lorena?

—No la encuentro.

—Plata… La plata. —Jadeó y Miranda la sujetó antes de que volviera a impactar el rostro contra el suelo.

—Me encargaré de ti, pero no puedo cargarte. ¿Puedes ponerte en pie?

—No… No lo sé.

— ¡Maldita sea! —Exclamó, arrimando un mechón de cabello rubio, para amarrarlo en una cola de caballo. —Resiste, voy a buscar a alguien que me ayude a llevarte a la clínica.

—Busca a… Lorena.

—Ella estará bien, tú eres primero.

   Miranda buscó una sábana, ató con fuerza la tela en el torso, esperando que eso resistiera lo suficiente, mientras que, a paso acelerado, corría a las cabañas siguientes, pero, sin conocer a los habitantes de las cabañas y por no tener el olfato que tenían los que la rodeaban, era difícil saber quién estaba en dónde. Hasta que fue detenida por dos lobos, ambos desconfiando de ella por ser una forastera, reconociéndola como la prisionera del juicio. Lara regresaba del bosque, el olor de Miranda demasiado fuerte, extraño cuando debería estar en la clínica por lo que siguió su fragancia.

— ¿Qué está pasando aquí? —Preguntó con la ceja arqueada, Miranda volteó el rostro y suspiró más tranquila.

—Dile a este par de idiotas que me dejen en paz. ¡Necesito ayuda, no que me acorralen de nuevo!

—Lárguense. —Ordenó y ambos hombres se retiraron sin oposición, después de todo, no sólo porque Lara era hermana de la Alfa, sino porque ellos eran vigilantes y la albina era su superior. —Muy bien. ¿Qué pasa?

— ¡Zena está herida frente a la clínica y no la puedo mover! ¡Tampoco sé dónde rayos se ha metido Lorena!

—Me adelantaré. —Dijo alejándose velozmente de la rubia, Miranda maldiciendo las piernas y la resistencia del licántropo.

   Lorena perseguía a Enna, su rabia superándola, deseando vengarse. Su cariño fraternal por la castaña en contra de su amor por la pelirroja. Enna había intentado asesinar a Zena y eso jamás se lo iba a perdonar. No importaba si ella era omega, debía proteger a su compañera, así como Zena la había protegido. Los celos de Enna habían acabado con su raciocinio, la mirada llena de encanto de su mejor amiga había desaparecido. No era deber de la Alfa acabar con Enna, especialmente cuando no había podido hacerla entrar en razón, sino de Lorena, pues ella era la causante de todo ese desastre. Enna saltó sobre Lorena, mordiendo su pata izquierda con fuerza, Lorena chilló y la loba castaña saltó lejos de ella para volver a ser una mujer. 

—No puedes ganarme, Lorena, soy más grande que tú. ¡Soy Alfa!

—Intentaste matar a mi compañera. —Respondió la morena sujetando su mano herida. —Desiste de querer hacerle daño o te mataré.

— ¡Tú debías ser MÍ compañera!

— ¡¿Cuándo vas a entender que no te amo?! Lo siento, pero me enamoré de otra persona, eso no es algo que puedas cambiar. Si asesinas a Zena solamente conseguirás mi desprecio. ¡Yo seré quién acabe con tu vida!

—No hay forma de hacerte cambiar de opinión. ¿Eh? Bien… Entonces morirás y luego lo haré yo. Estarás conmigo de un modo u otro.

— ¿Qué? ¡¿Acaso estás demente?!

—Ese es el precio por no escogerme.

Continuará…😸👇

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Tomando posesión de ti: Un nuevo ordenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora