CAPÍTULO 8

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Daenaera

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Era como estar en una encrucijada. Por un lado estaba las palabras de Aerion y Talisa, y por el otro, la reciente actitud de Aegon la hacían dudar de tomar una decisión.

No habían vuelto a hablar tras la noche en la que despertó Dany. Casi una luna.

Se la pasaba en el patio de entrenamiento o en la Sala de la Mesa Pintada haciendo planes. Dany cenaba casi siempre sola y al caer la noche, la puerta no se abría a pesar de que la dejaba sin seguro.

No podía soportar su indiferencia. ¿Qué había cambiado?

Incluso Rhaenys y su propia tía se habían apartado de ella. Dany no entendía y le dolía.

Su único pasatiempo era vagabundear por las cuevas del Monte Dragón. Había tocado cuatro veces más el Cuerno de Dragón. Descubrió, según los glifos Valyrios, que el cuerno se utilizaba para atar a los dragones en la antigüedad.

Mantarys y los otros dragones ahora acudirían a su llamado si tocaba el Cuerno. Aunque no se arriesgaría. La última vez que lo hizo sonar, tosió un poco de sangre y sintió los pulmones tan calientes, como si se consumiera por dentro. Había utilizado demasiada magia sin realizar un sacrificio. Error.

Tenia indicios de como hacer magia Valyria. Los Sueños de Dragón se lo mostraban. Sacrificios realizados con objetos, partes del cuerpo, sangre y con la vida.

Había visto la creación de los primeros dragones puros, nacidos de la magia de fuego y sangre en un lugar  casi olvidado y tragado por las sombras.

Había visto la espada ser afilada y luego imbuida con vida, brillante y ardiente.

Había visto al hombre traer oscuridad al mundo por su egoísmo y soberbia tras coronarse por encima de su propia carne y sangre.

Y aún así el Sueño que más le había impactado era ese que tuvo días atrás.

Aegon con una corona negra de acero Valyria y rubíes incrustados se sentaba en un terrorífico trono hecho a base de espadas fundidas. Visenya y Rhaenys se sentaban en sus pies, y ambas también portaban coronas.

Daenaera no se veía a si misma en la visión. No le tomo tiempo saber su significado: no tenía ningún lugar al lado de Aegon, ni ahora ni en un futuro.

Las visiones le habían hablado, su destino ya estaba escrito y aún así se negaba a aceptarlo.

«Debo hacerlo —penso—, no pertenezco a este lugar. Nunca lo he hecho»

Arrugó el trozo de pergamino ya casi sin fuerzas. Casi al segundo lo volvió a aplanar y releyó la letra bonita de lady Lynesse.

“Padre se casará con Alys, la hija de Lord Beesbury de Sotomiel dentro de una luna. Me complacería volver a recibirte en casa para esta ocasión de fiesta. Esperare tu respuesta.

Mi hermano también está deseando verte.

Lynesse Hightower.”

Abelar, el heredero de Lord Manfred Hightower daba por hecho que se casaría con Dany. Ante los ojos de Daenaera solo la querían por Mantarys. No era ningún secreto para los otros reinos que los Hightower de Antigua ostentaban de un gran poder e influencia en más de la mitad de los Siete Reinos de Poniente, a pesar de ser vasallos de los Gardener del Dominio.

Mientras habían vivido durante su niñez en Antigua, Lord Hightower les había ofrecido hospitalidad en el Faro y acceso libre a casi todos los libros de la biblioteca de la  ciudadela. Abelar y Lynesse, que tenían más o menos la edad de Dany se pasaban el día entero jugando o recibiendo juntos lecciones de la septa.

Había sido una estancia relativamente pacífica hasta su partida abrupta a las ciudades libres. Lord Hightower había cometido el error de concretar un matrimonio entre Abelar y Daenaera, poniendo mucho énfasis en darles crias de dragón a los niños que nacieran de ese matrimonio. Aunque no llevarán el apellido Targaryen, ni fueran puros de la sangre del dragón. Aerys se lo tomó como una afrenta: no intercambiaria a su hija como una yegua de raza.

Sin embargo, parecía que Abelar aún tenía esperanzas.

¿Las tenía? Daenaera a menudo recordaba el sueño con Mantarys y los huevos de dragón chillando por su madre. No era a su montura a quien llamaban, sino a Dany.

¿Era posible que esos futuros niños fueran de ella y Abelar si se casaban? La sola idea le parecía espantosa y le producía escalofríos. Pero luego recordó que no había lugar para ella al lado de Aegon. Talvez el heredero del Faro era su destino.

Pero lo cierto es que a su padre ya no le parecía tan mala idea casarla con Abelar, apesar de la afrenta de años atrás. Ahora él era el Lord Mayordomo de Rocadragón, y como mano derecha de Aegon era su deber mantener orden en el hogar. Dany interferia con esa paz. Así que estaba concretando la unión de su hija con los Hightower.

Si, de su propia hija. De la tonta que se había convertido en amante del señor de la casa, que además era casado. Dos veces.

A Dany le dolía que su padre no le creyese que nunca habían dormido juntos. Si, había admitido que hubo besos y toqueteos, pero para su padre ya estaba deshonrada.

Su padre, quien siempre la mimó y la adoró, ahora la miraba con decepción.

No podía refugiarse en su madre, era demasiado leal a Aerys y además, detrás de esa fachada amorosa y atenta, Dany siempre había visto un brillo de miedo y precaución en los ojos de su madre.

¿En quién podía confiar? Ya no tenía a nadie.

Bien podía irse a Lys a trabajar en las casas de placer y a sus padres les daría bastante igual.

Esa misma tarde se fue montada en Mantarys a Marcaderiva sin decirle adiós a nadie. En el puerto de la isla le fue fácil conseguir pasaje a Antigua en una coca pentoshi cargada de sedas y especias.

Por las tardes miraba hacia el horizonte esperando ver la silueta de Balerion y su jinete, quién la llegaba a buscar para llevarla de regreso a Rocadragón.

Esos eran solo sueños de una tonta niña enamorada porque nunca se hizo realidad.

En Antigua se esforzó por mantener su sonrisa. Bordaba lindos vestidos junto a Lynesse y la nueva lady Hightower, una muchachita de catorce años bastante tímida y menuda.

Con Abelar daba largos paseos a caballo por la Ciudadela o practicaban la cetreria en las afueras de la ciudad. Aunque a decir verdad el muchacho era más atento con la nueva esposa de su padre que con ella, a quien se supone debía cortejar.

Una luna.

Dos lunas.

Se regresaba a Marcaderiva y ni una sola carta de sus padres, de Aegon o Rhaenys.

Daenaera Targaryen se sentía tan desolada y desesperanzada que ganas no le faltaban para querer tirarse por la borda del barco.

Y entonces, se dió cuenta que Aegon había partido y no le dijo adiós.










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