CAPÍTULO 6

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      Daenaera

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Dos enormes ojos rojos ardientes la escudriñaban en la oscuridad. Podía reconocer esa mirada en cualquier lugar: le pertenecía a Mantarys. Su dragona abrió las fauces y recibió la llamarada rojo pálido con los brazos extendidos. Sintió el calor bañar su piel, pero no quemaba; al contrario, las llamas parecían limpiarle el alma. Cerró los ojos y se conectó con Mantarys. Su espíritu la llamaba.

De pronto, un dolor agudo le recorrió la espalda y abrió los ojos, jadeando. Se tocó despacio el abultado vientre y sintió moverse en su interior a la criatura. De entre las piernas le recorría un hilo de sangre y al lado de sus rodillas una camada de huevos de dragón, brillantes y humeantes, le llamaban con sus agudos chillidos.

—«¡Madre, madre!»

Tomó con reverencia al huevo color verde con destellos de plata y sintió la calidez en su interior. Daenaera lo acerco a su vientre y susurró una promesa.

Encontraré la parte faltante. El dragón tiene tres cabezas.

Abrió los ojos con pesadez y le costó enfocar la figura que se inclinaba sobre ella. No era Mantarys, sino Aegon quien la miraba con preocupación.

—¿¡Dany!? ¿Cómo te sientes? —le pregunto.

La ayudo a sentarse en la cama y puso unos almohadones en la cabecera donde se dejó caer.

—Terrible —contestó. La voz le salió ronca y raposa, y le sobrevino un ataque de tos. Sentía la garganta reseca y como una lija. El escozor se alivió un poco con el vaso de agua fresca que Aegon le ofreció.

El agua se le escurrió de la boca, por entre el cuello y mojándole el camisón y el pecho. Aegon se sentó muy cerca de ella en la cama y la secó. Dany ni siquiera protestó porque se sentía muy débil.

—Tengo hambre —murmuró.

Era cierto. Había un vacío doloroso en su estómago. Ni siquiera podía mantener abiertos los ojos. Escuchó a Aegon levantarse de la cama y hablar con alguien en susurros en la puerta. Trozos del Sueño de Dragón llegaron a ella y se tocó el vientre.

—Alguien te traerá comida y bebida. También he mandado a avisar a tus padres y al maestre Elos.

Dany lo miró. Aún tenía ese destello de preocupación en sus ojos.

—Estoy bien —le aseguró.

—¿Bien? —negó con la cabeza—. Dany, dormiste por una semana. Yo estaba… estábamos muy preocupados por ti.

Daenaera Targaryen sonrió porque la preocupación de Aegon le parecía adorable. Aún cuando no le devolviera la sonrisa, sino un entrecejo fruncido. Levantó una mano y le acarició el rostro. El rastro de una incipiente barba que lo hacían ver más apuesto y maduro de lo que ya era le raspaba en la palma de la mano. La mirada de Aegon se suavizo y parecía complacido con el toque. Solo le faltaba ronronear como lo hacía Mantarys cuando Daenaera la acariciaba.

No podía dejar de mirarlo. Parecía haber adelgazado un poco y unas oscuras ojeras le indicaban que había descansado poco o nada. Intentó no alegrarse porque la preocupación por ella le había quitado el sueño, pero fue imposible. Una sensación cálida se esparció por su pecho y estómago.

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