CAPÍTULO 11

109 15 0
                                    

Aegon

🐲🐲🐲

El viaje a Rocadragón se le hizo eterno. No podía ver a Dany para asegurarse de que se encontraba mejor. En cambio, tenía que escuchar constantemente sus gritos de dolor mientras el sacerdote rojo le realizaba las curaciones diarias.

Aegon no era creyente de ninguna fe o dios, pero le pareció casi un milagro que en uno de los barcos Pentoshis que los escoltaban de regreso a casa viajara un sacerdote rojo de R’hllor.

Esa noche en los Peldaños de Piedra, Aegon perdió el control de Balerion. Siempre había tenido respeto por la criatura, pues su padre se lo había inculcado incluso antes de convertirse en jinete de dragón. La idea de que los valyrios controlaban a los dragones era una ilusión. Ilusión que se vió confirmada con el Cuerno dragón que su padre trajo con él de las ruinas de Valyria.

Daenaera le había contado que cualquiera que soplará el cuerno moriría, pero todo dragón que escuchara su sonido obedecería a su dueño.

Entonces, Aegon le había preguntado porque ella no había muerto si había soplado el cuerno. Dany se limitó a sonreír.

Magia. Era la única explicación que le encontraba.

Sabía que había algo extraño en Dany. Llegó a pensar que era una bruja la noche que se conocieron en las cuevas del Monte Dragón. De vez en cuando una sombra oscura se asomaba en sus ojos violetas y tenía extraños momentos como ese con su hermana, Visenya.

Su padre ya se lo había advertido en la carta. La hija de su tío era la clave para iniciar los preparativos para la Larga Noche. La verdadera razón del porque fueron creados los Targaryen, la rama menor de los Dogareon del feudo-franco de Valyria. El porque Daenys la Soñadora tuvo esa visión de la Maldición.

Solo habían sobrevivido para salvar al mundo. Solo aquellos con la sangre de dioses en sus venas podían lograrlo.

Aegon en un principio atribuyó las palabras de Lord Aerion a las de un loco. No era secreto para nadie que su padre había perdido la razón desde hacia años atrás. Sin embargo, los Sueños de Dragón tras la llegada de Daenaera eran acerca de lo mismo una y otra vez.

Hielo. Oscuridad. Frío. Muerte. Ojos azules en un rostro cadaverico. Y entre medio de ello, una espada llameante, irradiando calor y vida. La esperanza del Nuevo Amanecer.

Y su nombre siendo repetido una y otra vez: Aegon. Aegon. Aegon.

Daenaera lo entendía. También tenía Sueños de Dragón al igual que él, pero los de ella parecían ser más complejos, más antiguos. No solo del futuro, sino del pasado también. Memorias, historias tan antiguas y olvidadas convertidas en leyendas.

—Aegon —la voz de Orys Baratheon interrumpió sus pensamientos mientras entraba a sus recamaras—Hemos acomodado a Daenaera tal y como ordenante, pero...

—¿Pero? —Aegon lo alentó a continuar viendo cómo su amigo dudaba.

Orys dió un suspiro y negó con la cabeza.

—Ese esclavo de Pentos nos obligó a salir casi de inmediato. ¿Estás seguro que es confiable?

Entendía el porque Orys desconfiaba —él mismo lo hacía—, pero era la única esperanza a la que aferrarse por ahora.

—Dany es una devota de R’hllor —explicó—, ese sacerdote prometió ayudarla.

—Mi amigo —Orys tomó asiento en la misma mesa que él y se sirvió una copa de vino del Rejo—, a veces pecas de incrédulo. Los fanáticos religiosos son más peligrosos que una horda de los mejores caballeros del mundo.

Aegon lo sabía, sin embargo se sentía atado de manos en esta situación. Era culpa suya que Dany se encontrará en tal estado.

—Prometió salvarle la pierna. Si no lo hace, sabe que tiene una muerte segura apenas salga de esa habitación.

—¿Y qué harás ahora? —le preguntó Orys luego de unos minutos de silencio—. La chica se comprometería con el heredero del Faro. Si pierde la pierna nadie querrá casarse con ella.

Aego apretó los labios con fuerza. La noticia vino de la boca de su hermana menor poco después de desembarcar. La idea de que alguien más desposara a su Daenaera le hacía hervir la sangre.

—Ya tengo dos esposas —fue su respuesta.

Orys resopló, sabiendo cuáles eran los verdaderos sentimientos de su medio hermano.

—Al diablo con tus hermanas —dijo—. Nunca las has deseado como lo haces con esa niña.

No era solo deseo lo que sentía. Aegon se había enamorado por primera vez en su vida. Sin embargo, su madre y hermanas lo habían obligado a alejarse de ella.

Todo por ese sueño.

—La he visto en mis sueños —confesó Aegon.

Orys levantó la cejas e hizo un gesto vulgar.

—No de esa manera —gruño Aegon. Al menos no en ese sueño—. Luchabamos en los cielos, montados en los dragones.

—¿Ustedes dos?

Orys estaba desconcertado a juzgar por el gesto en su rostro.

—Bueno, no exactamente —aclaró—. Veía a los dragones. Mantarys cazando a Balerion.

Aegon esperó un rato por la respuesta de su amigo. Tenía la mirada perdida en el fondo de su copa y él mismo le dió un trago a su vino.

—Talvez no eran ustedes, sino los futuros jinetes de los dragones.

No lo había pensado de esa manera. Se aferró a ese rayo de esperanza.

—¿Crees que debería...?

—¿Casarte con ella? ¡Con un demonio que sí! —exclamó Orys—. Si no lo haces, me temo amigo mío, que te lamentaras el resto de tus días.

Aegon dió un largo y hondo suspiró mientras se dirigía a las habitaciones de su madre. Por fin había tomado una decisión.










Voten y comenten plis
💜🐲💜

FIRE ON FIREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora