Capítulo 2. La sorpresa

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En unas cajas tenía que meter toda mi corta y supuesta vida. ¿Cómo la gente es capaz de hacerlo? Metí un par de fotos que tenía con mi hermana, un par de muñecos a los cuales les tengo cariño, un par de libros (ya que me di cuenta hace poco de que me seguía gustando leer) y un par de cartas que me dedicaron mis (ahora viejas) amigas de allí, las cuales las tenía que ver cogiendo un autobús que aquí en mi tierra natal vale 1.85€, estafadores ejem, y estar media hora en él.


-¡Vamos Leila! ¡Nuestra vida nos espera!- me dijo mi padre con tal de borrarme esa cara de rencor y mala furia de mi arrugada cara de enfado. "¿Sí? Pues que espere más, no tengo ninguna prisa" pensé yo para mí. Dejé mis cajas de recuerdos y de vestimentas en la pequeña entrada que tenemos, nuestra casa era pequeña y ahora papá gana más dinero con esto de que le han ascendido.


Me metí dentro de mi habitación y escribí una carta tanto para mí y otra para el nuevo dueño de la casa. Para el anónimo dueño, puse: "Hola. Soy la antigua persona que lloraba en esa cama, la que escribía en ese escritorio, la que observaba la libertad por esa tranparente verja llamada cristal y la que vivía en esta habitación. Escribo esto para recordarte que estos metros cuadrados fueron míos, y ese abollado de la pared fue cuando me resbalé y me di con la cabeza. Esa mancha imborrable del suelo es pintura que utilicé para hacer el cuadro que está en ese armarito con la pegatina del gatito. Cuida el cuadro, será el trocito de mí que dejaré tanto para ti como para la casa. Sé tan feliz como fui yo. Firmado: el pasado de esta habitación, y ahora tuya."

Y la guardé en una cajita que está en una bolsa colgada detrás de un gancho de la puerta.


Cogí el trasportín donde estaba mi gato querido y nos fuimos para abajo, a donde estaban esperándome con el coche lleno de maletas, que más que un coche era una maleta con 4 ruedas.


Al bajar vi a mis amigas con una pancarta que ponía: "aunque estés lejos para nosotras estarás muy cerca, en nuestro corazón"

Rosa, una de mis amigas me dio una un abrazo entre lágrimas y seguidamente las demás. Dios odio las despedidas, sonrisas falsas y abrazos pegajosos. Ninguna dijo nada, normal, momento incómodos y padres delante con prisa. Me monté en el coche y con la mano me despedían todas. Puse en mi móvil una canción que pillé aleatoriamente: "Never to late". Miré por la ventanilla y todas mareaban la mano mientras leía en sus labios: - ¡TE QUEREMOS! ¡VEN PRONTO!- hasta que cuando me quise dar cuenta ya no se aclaraba bien quien era quien, así que me puse cómoda y dije en voz baja: - Adiós nueva vida.-


Tras varias canciones y sonrisas de mis padres diciendo lo felices que seríamos allí, llegamos.


Bajé de coche, un edificio de 13 plantas, ¡13! Damas y caballeros, me crujió el cuello al mirar cuando mi padre dijo: -¿Ves la de las cortinas azules? Esa es la nuestra- miré, y era la planta 13 encima de todo. Lo miré con vagueza y dije: -¿tengo que subir hasta allí para hacer mi vida doméstica?- tonta pregunta ya que sabía la respuesta.

Apareció el conserje, tendría 50 años pero parecía 40, que bien se cuida este hombre.


Era alto la verdad, tenía mucho pelo pero lo tenía corto y de un marrón blanquecino, pero tenía ya unas cuantas arrugas. Unos ojos achinados marrones que parecen decir que ese hombre ha sufrido mucho, pero admito que era un hombre muy guapo, seguro que había sido todo un galán. Vestía de traje marrón y una sonrisa perfecta, menos el color de sus dientes. Seguro que es más blanco el color del atardecer que sus dientes.

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