La siguiente mañana era el día posterior de su cumpleaños por lo que no vendrían sirvientes a levantar al príncipe. Fue la claridad del día y un peso extra en su cama lo que lo despertó.
Lo primero que sintió fue que sus ojos estaban pesados y su cabeza no soportaba incluso algo tan anodino como el trino de las aves. Se incorporó sobre sus codos, todavía con la camisa arrugada del día anterior, y parpadeó. Notó los regalos en una esquina de su habitación, la botella medio vacía de vino en la mesa de noche, el sol bañando su habitación y luego sus ojos somnolientos se encontraron con un cabello castaño color miel de la persona que dormía a su lado.
La reacción fue automática. Salió de la cama deshecha y se acercó al tocador buscando su daga en el primer cajón. De hecho, era la primera vez que la usaría en esas circunstancias puesto que nunca nadie se había atrevido a colarse a su habitación antes. Al encontrarla, tomó aire a punto de llamar a los guardias que en ese momento estarían recorriendo los pasillos frente a su aposentos, pero al último momento ningún sonido salió de su boca.
Recordó que, de hecho, fue él quien se acostó al lado de este joven dormido. Su rostro fue enrojeciendo de vergüenza mientras los recuerdos se iban acumulando como terrones de azúcar. Poco a poco dejó caer la daga sobre la cómoda de madera.
Él...él..¿había traído a un chico a su habitación?
De repente palideció al darse cuenta de las implicaciones. No pudo haber salido de la nada como su mente ebria lo recordaba. De seguro lo conoció en su fiesta de cumpleaños y entonces de alguna manera... ¿terminó aquí?
Al recordar su terrible e inapropiado comportamiento con el joven quiso que la tierra lo tragara.
Emitió un quejido ahogado en pena. Nunca en su vida había llegado a esos extremos de perder la compostura. Sí, es verdad, hubo muchos muchachos que llamaron su atención una que otra ocasión en la corte. Pero sus pensamientos siempre se los guardó para sí mismo. Sabía lo que se esperaba de él: Ser el futuro rey y dejar un heredero que le sucediera. No había espacio para este tipo de escándalos. Y sin embargo allí estaban.
De repente se hizo la mortificante pregunta: ¿Cómo lo sacaría de aquí? La ventana era demasiado alta y había guardias afuera en el pasillo. Quien lo viera, ni siquiera tendría que intentar explicar que solo durmieron, los rumores correrían como fuego incendiando las calles del pueblo.
Fue entonces que el bulto en su cama empezó a removerse. Un rostro somnoliento asomó con ternura como un hurón de su guarida. Su cabello estaba despeinado y sus ojos hechos de miel lo encontraron. Debía admitirlo, se veía un poco adorable con la calidez del sol de la mañana rodeándolo. Pero aquel no era el rumbo de pensamientos que necesitaba en ese momento.
—¿Buenos días?
El joven de ojos almendras inclinó la cabeza y sonrió. Y ese gesto, casi quebró sus defensas porque era una de las sonrisas más bonitas que había visto nunca. Tenía un hoyuelo y su mirada era dulce.
Pero también se sintió molesto al ver la simplicidad con la que el otro chico estaba tomando ese infortunio. Fue como haber tragado un caramelo agrio al verlo bajo otro lente. Había conocido a jóvenes así antes, jóvenes que pensaban que conseguirían el mundo con una sonrisa suya. Su pánico se tornó piedra y allí estaba el príncipe de escarcha fría que todos conocían.
—No se supone que deberías estar aquí.
El joven parpadeó sin dejar de mostrar la bonita sonrisa.
—¿Dónde más se supone que debería estar, Karl?
Casi se atragantó. ¡La osadía! Su rostro se volvió lívido de rabia.
—No tienes ningún derecho a llamarme con esa confianza. Quizás ayer te di una idea equivocada, pero hoy-
—Puedes llamarme Gim si quieres. Recuerdo haber recibido ese nombre por un mago. Aunque ayer creo me dijiste que no te gustaban las galletas de jengibre.
La ira fue apagada con un chorro de agua helada. Fue capaz de evitar mostrar la vergüenza en su rostro, aunque de todas formas sus orejas se tiñeron de rojo y cerró los ojos pasando la mano por sus párpados, dándose cuenta que, de hecho, recordaba en la noche haber dicho eso.
—Bien —Respiró hondo y abrió sus ojos negros con la serenidad de una deidad—. ¿Qué quieres?
—¿Disculpa?
—Ya entendí que recuerdas todo lo que pasó anoche. Yo también lo recuerdo. No hay necesidad de nombrarlo ni negarlo. —Se apoyó sobre la columna de madera que lindaba una de las esquinas de su cama con brazos cruzados—. Así que solo sé directo: ¿qué quieres?
Desde el punto de vista del príncipe, era evidente que la razón por la que sacaba a la luz lo de anoche, no solo era para avergonzarlo sino porqué quería algo a cambio de su silencio. Así se manejaba el mundo de la corte del palacio. Había secretos en sus paredes que se habían sellado con favores, dinero o títulos. Lo había aprendido y desde siempre le había disgustado. Cuando era niño e ingenuo, se decía a sí mismo que él iba a ser diferente. Que nunca sobornaría a nadie por guardar silencio, porque creía que nunca tendría un secreto del que avergonzarse. Sin embargo, de hecho, había llegado a ocurrir.
—¿Qué quiero? —La pregunta parecía haberlo tomado por sorpresa y lo miró de nuevo con sus ojos de miel tristes bajo el sol—. No había pensado en eso hasta ahora.
El príncipe blanqueó los ojos.
—Escucha—Su voz cuando estaba enojado tenía el efecto de acallar a un salón entero—. No sé qué ideas te dio lo que pasó anoche. Solo fue un error de una vez que no se volverá a repetir. Necesito que me digas tus términos para llegar a un acuerdo y tomar caminos separados.
Su corazón se sintió extraño al ver la sonrisa del joven desaparecer y sus ojos opacarse. Pero no tenía otra opción. No podía pensar egoístamente. Tenía una corona que levantar sobre su cabeza y un pueblo expectante de su próximo movimiento. No podía ceder a sus caprichos ni mantener un escándalo como aquel. Además, a pesar de lo que su corazón quería creer, sabía que aquel joven posiblemente lo traicionaría en el futuro. Solo se había acercado por interés. Por más lindo que fuera, no tenía que olvidar que pertenecía a aquel mundo de la corte donde todos buscaban el favor del rey. Y estaban dispuestos a cualquier cosa para conseguir ascender.
Escuchó las sábanas removerse y entonces miró al joven de expresión preocupada de pie. Recién se dio cuenta que su ropa era como la de un guardia. Con un uniforme rojo de botones plateados y pantalones blancos. No parecía la ropa de un aristócrata. Frunció el ceño, confundido.
—No tengo términos. No sé que quieres escuchar si ya te dije la verdad. ¿Quieres que invente una mentira?
Karl alzó las cejas. Esperó cualquier tipo de respuestas menos esa.
—¿Su Majestad?
Con el corazón en la garganta se giró a la puerta. Volvieron a tocar.
—El Rey, Su Alteza Real, va a entrar.
—¿Qué? Todavía no-
Pero solo era un anuncio así que las puertas se abrieron y el rey entró con su ostentosa capa y la sonrisa perpetua de un león.
Nota de Autora:
Estoy con cuenta regresiva para Navidad, hace unas semanas puse el arbolito en mi casa <3 ¿Ustedes ya pusieron el árbol en las suyas?
¡Gracias por leer!
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La manera correcta de hechizar al príncipe (BL)
Lãng mạnUn hechizo que salió mal: Gim no fue creado para amar, pero lo hace. Por el cumpleaños del Príncipe Heredero Karl en diciembre, recibe unas galletas de jengibre. Una de ellas se convierten en Gim, un chico de jengibre que tiene la misión de matarlo...