KARL
Suspiró, incómodo, en el carruaje que habían alquilado para moverse hacia Salinas, el pueblo de los amayus de agua. Tenía un mal presentimiento que empezaba a echar raíces pero no tenía tiempo ni energía para pensar sobre ello. Guardó el papel donde se enlistaba los nombres y luego miró de reojo a Gim. Aunque estaba dormido desde que salieron de Laufey, parecía estar en una constante pesadilla con sudor perlando su frente y el ceño fruncido.
Karl intentó calmar esa pesadilla con un encantamiento, pero no era tan poderoso para controlar los elementos de espíritus y sueños. Así que solo se conformó con mantenerlo en su regazo regulando su fiebre con un suave hechizo de contrafuego, preguntándose si era normal para un amayu dormir tanto.
Al llegar a Salinas, la vista de un mar y un azul despejado lo envolvió. El ambiente era húmedo a pesar de ser invierno y aunque había niebla, el calor dejaba un sabor dulzón en el aire.
Sabía que de los pueblos del elemento de agua, este era el que más magia concentraba y más trabajo costó someter. Contaban las historias de sus antepasados que pasaron años antes de que pudieran conquistar a las criaturas mágicas de este territorio por sus habilidades culinarias. Se decía que durante el tiempo de guerra, la mayoría de bajas no se dieron en batalla sino por los frutos envenenados de árboles marinos que preparaban los Vunda. Al parecer los dulces encantados resultaban tan tentadores de conseguir que, aún sabiendo el peligro, seguía habiendo soldados que caían ante estos.
Gim se despertó cuando llegaron ya no en el regazo de Karl (por supuesto que este lo apartó antes de que despertara) y sin esa ilusión que tuvo cuando visitaron los anteriores pueblos.
Cruzaron el gran arco que les daba una deliciosa bienvenida y entonces el olor dulce a moras y arándanos de los que advertían los historiadores salió del papel de libro y se volvió un pastel de mora servido en un puesto de feria.
Al parecer habían llegado mientras se celebraba una feria de dulces de agua por fin de año. Pequeñas luces estaban dispersas en el atardecer como cardúmenes pintando el cielo y el mar mientras en la tierra se ofrecían los mejores manjares del reino.
Había crema de Sant Josep, el nombre de un soldado que se contaba después de probar el manjar dejó las armas y se volcó a la religión. Neulets sin rellenar con manzana al horno y canela, barquillos con manzana al horno y canela. Más adelante notó el pastel de miel y requesón. Polvorones de café, buñuelos fritos cubiertos con miel y diversos tipos de panes preparados.
Todo el ambiente estuviera bien sino fuera porque Gim no parecía disfrutarlo. Habían pasado por varios puestos de dulce pero no parecía curioso respecto a ninguno. Y Karl se dio cuenta que no era capaz de disfrutarlo. No supo en qué momento su felicidad se había entrelazado con la de Gim.
—Hey, ¿estás bien? ¿quieres seguir con el camino a la isla? —le preguntó en voz baja. Desde que abandonaron Laufey, la ciudad del fuego Gim estaba actuando extraño.
—No. Veamos un poco más de Salinas antes de seguir...Estoy bien, solo....un poco mareado por el viaje.
El príncipe lo miró poco convencido. Nunca lo había visto así con las anteriores travesías, siempre jalaba a Karl para mostrarle algo nuevo que había encontrado. Pero quizás estaba siendo insistente al respecto.
—Está bien—Solo que no lo estaba—. Si algo anda mal puedes decírmelo, ¿sabes?
—Sí, sí. —Y le ofreció una sonrisa pero era tan obvio que no sostenía la misma dulzura que siempre. Karl sentía que había perdido algo.
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La manera correcta de hechizar al príncipe (BL)
RomanceUn hechizo que salió mal: Gim no fue creado para amar, pero lo hace. Por el cumpleaños del Príncipe Heredero Karl en diciembre, recibe unas galletas de jengibre. Una de ellas se convierten en Gim, un chico de jengibre que tiene la misión de matarlo...