Un hechizo que salió mal: Gim no fue creado para amar, pero lo hace. Por el cumpleaños del Príncipe Heredero Karl en diciembre, recibe unas galletas de jengibre.
Una de ellas se convierten en Gim, un chico de jengibre que tiene la misión de matarlo...
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KARL
Karl regresó a la capital con una maleta y un corazón incompleto. No los necesitaba para gobernar. Nadie, sin embargo, podría decirlo tan fácilmente y eso era algo para enorgullecerse. Aparte de cuestionarse porqué el príncipe parecía de mal humor, nadie sospechaba que pasaba detrás de la mirada vacía y fría del príncipe.
Aunque su padre insistió en la pena de muerte, Karl se negó. No porque tuviera sentimientos complicados al respecto sino porque necesitaba a Gim vivo si quería interrogarlo sobre su creador. El Mago Auroro todavía seguía prófugo después de todo.
—Su Majestad, esto es lo que recuperamos del criminal. —El jefe de la Guardia Real le entregó el bolso que Gim llevaba a todo lado y la daga envuelta con un bordado de flores. El dolor cruzó por un momento en su mirada pero en seguida se recompuso y tomó el bolso.
Cuando llegó a la biblioteca, ya no había miradas que juzgaban ni bocas que cotilleaban. Miró el alba pasar con una luz blanca y gentil por el recinto donde cada uno de sus libros lo esperaban. Se sintió como llegar a un hogar. Escogió su banco y abrió el bolso de Gim. Encontró su libreta, aquella que registró todo su trayecto. Al recordarlo con la nariz enterrada en ella mientras pintaba con demasiada emoción un paisaje por lo demás común le costó recuperarse un poco.
Se encontró con flores. Muchas flores con significados escritos que hablaban de poemas. También encontró dibujos de él. Durmiendo en un carruaje al atardecer. Sonriendo. No entendía su intención con eso; y de repente recordó el beso. Fue tan breve y suave como el aleteo de una mariposa. ¿Por qué había hecho eso? Molesto, cerró la libreta. No sabía cómo lidiaría con aquello al momento del juicio si ni siquiera era capaz de ver su libreta.
—Príncipe.
Su corazón dolió ante el llamado pero en seguida las gotas de dolor se convirtieron en chispa y luego en fuego. Se puso en pie empuñando la espada que llevaba con él, pero su posición de alerta trastabilló un poco al ver a su visitante. Se había deslizado de las hojas de papel y paseaba con la libertad de un dragón de verdad. Era el dragón hecho de papel que Gim le había mostrado una noche. Sus escamas seguían siendo doradas delatando la magia que lo hacía vibrar de vida.
—¿Cómo puedes estar...
—¿Vivo? Lo mismo me pregunto. Quizás Gim también se lo preguntó. Me pregunto si es una clase de cadena. Alguien creo a Gim, Gim me creó a mi y yo crearé a alguien más.
—No si yo te corto en pedazos.
—¿Y por qué haría eso? —exclamó con la profunda indignación propia de un dragón de más de cien años. Sus bigotes se tensaron mientras buscaba por la habitación—. ¿Dónde está Gim?
Para ese momento Karl ya había guardado la espada y solo mirada con desinterés a la criatura.