Capítulo 28

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Entonces me dediqué a escuchar la canción. Había algo que me llamaba, como la primera vez, algo en aquellas palabras que salían de la boca de Finneas que decían mi nombre.

Me quedé quieta, muda. Todos mis sentidos se centraban ahora en aquella melodía, en la letra, en pensar que ella la había escrito pensando en mí.

Las piernas se me tambalearon y me sentí débil. Eran las palabras de la mujer que yo amaba, eran los sentimientos que yo jamás había reconocido. Pero, ¿y si no era cómo yo creía? ¿Si aquella canción no hablaba de mí si no de... Yoko?

Los pensamientos comenzaron a chocar entre sí en mi cabeza, provocando un completo caos en ella. Las dudas comenzaron a atormentarme cruelmente, ¿estaría ella pensando en mí? ¿Me extrañaría? ¿Me amaba? Deseé llevarme las manos a la cabeza para intentar acallar las voces en mi mente, pero sólo me limité a quedarme inmóvil.

Había algo en esa canción que gritaba mi nombre, estaba segura. Pero no quería parecer tonta y hacerme burdas ilusiones aún teniendo el corazón roto y el dolor abismal en mi pecho.

Sentí mis ojos humedecerse. Deseaba tener la respuesta, tener alguna especie de poder o magia que me mostrara lo que yo quería saber.

Me sentí... como si aún viviera en Venecia y ella... estuviera a lado mío.

La cabeza comenzó a darme vueltas, pidiéndome la razón para que ya no la quisiera escuchar, pero el corazón, batiendo adolorido contra mi pecho, me rogaba que lo dejara seguir allí, que aún sintiendo dolor, le gustaban los recuerdos.

Yo no sabía a quién obedecer, ambos eran tan fuertes y yo tan débil, pero entonces, algo se removió dentro de mí.

La fierecilla que llegué a pensar que ya no existía, se movía con cautela en mi interior, escuchando atenta cada palabra en esa canción, y ya no pude luchar contra ella, se había vuelto igual de vulnerable como yo, pero esa era la cuestión, ambas lo éramos y ninguna de las dos teníamos la fuerza suficiente para ganarle a la otra.

Simplemente me quedé allí, escuchando, inmóvil, hasta que sentí que una lágrima cayó por mi ojo y resbaló por mi mejilla.

Al menos me alegraba una cosa, su sueño se había cumplido, sus canciones habían sido tocadas por un artista, al menos ella era feliz, ¿no?

De pronto me embargó la curiosidad, ¿dónde estará ella? ¿Y Yoko? ¿Seguirán juntas?

Entonces dejé escapar otro par de lágrimas.

Aquella canción era lo único que me hablaba de Wednesday y no estaba segura de qué me decía.

No supe a qué hora llegó Eugene y se situó a mi lado. Muy apenas me miró.

—¿Cuántas fotos has tomado? —preguntó, pero no respondí. Entonces me miró de verdad y notó el rastro húmedo que habían dejado las lágrimas—. ¿Qué tienes? —inquirió, visiblemente preocupado.

—Es su canción —musité sin apartar la vista del artista sobre el escenario.

—¿Su canción? —repitió sin comprender.

Desde el día en que llegué y le conté a Eugene todo, no había mencionado nada relativo a la historia de Wednesday y Yoko, aunque la llevara conmigo día y noche, impregnada en mi piel y no se lograra salir de mi cabeza.

—Ella escribe canciones —farfullé—. Es compositora —di por hecho—. Y esa es su canción.

—¿Se la escuchaste tocar alguna vez?

¿Acaso él creía que no era verdad?

—Mira la pantalla —dije—. El nombre de la autora —especifiqué.

Manual de lo Prohibido | Wenclair (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora