Capítulo 20

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Sentí cómo la respiración de Wednesday se alejó de mi cuello y cómo el alma se me desplomaba al piso. ¿Yoko habrá visto...?

El silencio me hizo pensar en una infinidad de cosas.

—Esto sí que está oscuro —dijo y luego las luces se encendieron de nuevo.

Estaba de espaldas a la escena, pero Yoko no parecía para nada sorprendida, molesta o daba alguna señal típica de una persona que se sintiera engañada.

Me giré, la vi en la entrada con la mirada puesta en mí, maravillada por mi vestido. Luego divisé a Wednesday, quien también me miraba absorta, como si estuviese fascinada y... a un metro de distancia de mí.

Me preguntaba cómo podía alejarse tan rápido sin que alguien la notara cerca siquiera.

—Te ves hermosa, Enid —me dijo Yoko.

—Gracias, tú también estás bellísima —musité con la voz temblorosa que salió de mi.

—Démonos prisa —me instó, haciendo también un gesto con la mano para que saliera por la puerta—. Vamos, amor —le dijo a Wednesday.

Tomé mi abrigo y no le dirigí siquiera una mirada a Wednesday en el camino, o mejor dicho, una mirada que ella notara. ¿Qué demonios había ocurrido hace unos instantes? Hubo un acercamiento demasiado... demasiado... lo que sea. A fin de cuentas, había sido demasiado para mí.

¿Es que ella no se daba cuenta de lo que me hacía? Y cuando lo hacía, ¿no pensaba en Yoko?

Esto estaba sobrepasando los límites, Wednesday no era una cretina, no sé porqué se comportaba como una.

Especulé durante los cuarenta y tantos minutos que se había tomado el viaje hasta la dirección que Yoko tenía anotada en letra manuscrita en un papel doblado en cuatro.

—Aquí es —dijo Wednesday.

Dirigí mi vista a través de la ventana del auto, en donde un hermoso jardín se expandía glorioso en el exterior de aquel salón de eventos del cual vislumbraba sus luces, reflejándose en los cristales de los grandísimos vitrales de la casa.

Bajamos del auto después de que Wednesday la estacionara en el aparcamiento del jardín. Miré maravillada todo a mí alrededor, vaya celebración.

El pavoroso vestido y los tacones altos en color plata me dificultaron un poco el andar, no estaba muy acostumbrada a esto.

Yoko tomó del brazo a Wednesday y por el otro lado, me tomó también a mí. Juntas nos encaminó hacía el interior de la casa.

Me quedé sorprendida cuando divisé la decoración. Si afuera era hermoso, cuánto más adentro.

Del techo colgaban candiles enormes, hechos de cristal y pedrería, que reflejaban poderosamente la luz y la proyectaban en miles de colores danzantes. Las paredes, adornadas con pinturas de algún artista italiano, lucían acogedoras con ese color perla que las coloreaba. El suelo era blanco, de un piso que jamás había visto.

El lugar era grandísimo y gente vestida de lo más elegante parloteaba en pequeños grupos formados por tres o cuatro personas, con copas de cristal conteniendo vino; mientras que la música de fondo eran hermosas melodías de piano.

—Wow —musité sorprendida.

—Es... grande —concordó Yoko, viendo también los enormes candiles del lugar.

—Yoko, il mio diamante! —la voz ronca de un señor nos hizo voltear a verle.

Era un sujeto de aspecto opulento, alto y su cabello peinado lucía algunas cuantas canas esparcidas entre el gris.

Manual de lo Prohibido | Wenclair (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora