Capítulo 29

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Me levanté de la cama y me serví una taza de café con leche. Caminé hasta el librero y saqué de la orilla izquierda el sobre amarillo que abarcaba el último espacio en toda la hilera de libros. Caminé de nuevo hasta la mesa y lo dejé allí, indecisa de mi siguiente acción.

Me le quedé mirando un buen rato, ¿qué tanto daño podía causarme mirar su rostro en aquellas fotografías?

Sabía que desde que se las mostré a Eugene, no las había vuelto a sacar, porque cada vez que me acordaba siquiera de Wednesday, el corazón latía con dolor, pero pensarla lejos me hacía tener la necesidad de sentirla cerca, aunque sea en fotografías.

Rocé con las yemas de mis dedos el borde del sobre y vacilé con el cordón rojo que lo mantenía cerrado. Quería verla... pero el timbre sonó. Alguien llamaba a mi puerta, de seguro era Eugene.

Tomé el sobre, lo puse encima de una silla, luego agarré una frazada azul y me envolví con ella.

Me apenaba un poco que la gente me viera en pijama. Pero entonces me acordé de Wednesday, aquella vez que había llegado al departamento de Yoko y me había visto en el mismo pijama que ahora traía puesta.

Ignoré la punzada de dolor en el corazón y corrí escaleras abajo para abrir la puerta.

—Eugene, hola —dije al verlo.

—Veo que estás a salvo, ¿no chocaste anoche? —bromeó, mirando su camioneta.

Me reí.

—Pasa —abrí más la puerta y lo dejé entrar.

Fue detrás de mí en las escaleras hasta que llegamos a la segunda planta, donde era mi casa.

—¿Te acabas de despertar? —preguntó.

—Quizás.

Se rio y luego miró el sobre amarillo sobre la silla, en su mirada había un destello enigmático. La misma mirada que había puesto la primera vez que le mostré el contenido de aquel sobre.

—Eugene, ¿gustas chocolate caliente?

—¿Eh? —me miró—. Sí, claro —sonrió.

—Sírvete mientras voy a cambiarme —dije ignorando esas miradas misteriosas de Eugene. Seguro sólo se acordó de lo que había en él, nada más.

Me fui a mi habitación y me vestí casual, a fin de cuentas no importaba mucho la ropa que usáramos, todo iba oculto debajo de algún abrigo que el frío invernal nos obligaba a usar.

Salí y vi a Eugene sentado en la mesa, tomando de su taza con chocolate.

—¿Lista? —preguntó poniendo la taza a lado del sobre amarillo, sobre la mesa.

—Lista —le sonreí y me dirigí hasta él, luego tomé el sobre. ¿Qué no lo había dejado sobre una silla?

Suspiré, a lo mejor ya me estaba volviendo loca. Coloqué el sobre en su sitio de antes, hasta el final de todos los libros que nunca abría y luego me giré hacía Eugene.

—Vámonos —le sonreí, de nuevo.

Fuimos hasta un nuevo laboratorio de fotografías que Eugene había descubierto hace un par de días, estaba más cerca de mi casa y por lo tanto no tardamos mucho en llegar. Cuando revelamos todas nuestras fotografías, apartamos las mejores y luego nos dirigimos rumbo a la agencia de publicidad en donde se encontraba aquella persona de la revista.

—¿Ya estás mejor? —me preguntó Eugene, dejando las bromas infantiles con las que íbamos divirtiéndonos todo el camino.

Suspiré. Él tampoco había olvidado lo sucedido ayer.

Manual de lo Prohibido | Wenclair (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora