2. Desastre delictual

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glosario

txakurrak: perros


♡♡♡Catalina♡♡♡



No lo veía hace tres años en persona, pero Haize sigue siendo el mismo. Hoy lleva el pelo negro y eso explica que haga algo tan estúpido y temerario como aparecer en la mismísima fiscalía. Su sonrisa confiada es la de siempre y la manera relajada con la que camina hacia la entrada del edificio principal también es la de siempre; las manos en los bolsillos de sus pantalones negros, como si se paseara por su propia casa. Aunque hace calor porque es primavera, lleva una chaqueta negra que oculta los tatuajes de sus brazos. El sol hace resplandecer por un instante un aro que lleva en la oreja izquierda.

Las chicas a mi alrededor murmuran, hiperventilando porque el presunto delincuente —que de presunto no tiene nada, pero eso solo lo sé yo—, que acababan de ver en la pantalla, es el mismo chico que está caminando hacia nosotras. A mi también me parece irreal. Verlo aquí trae una tormenta de emociones, recuerdos. Recuerdos que he hecho un esfuerzo muy grande por dejar atrás.

A mitad de camino, Haize saca una cajetilla de cigarros, enciende uno y continúa el trayecto hacia acá, hacia el edificio principal, mientras se lo fuma, haciendo caso omiso de los abogados y policías que conversan en el patio, varios de ellos, mirándolo con recelo.

¿De cuando fuma este weón?

Mierda, va a pasar por nuestro lado. Estamos en la banca junto a la entrada, por lo que es inevitable. El café sigue desparramado a mis pies y yo quiero echarme a correr, esconderme detrás de los gruesos pilares de piedras de este antiguo edificio. O mejor aún, irme y esconderme en mi casa con mi gata y no salir de ahí. Y a pesar de eso... Es mi mejor amigo. ¿Cómo voy a echarme a correr? De pronto me siento traidora. Sí, es un delincuente. Pero, es Haize. A medida que se acerca y que el sol del mediodía ilumina su rostro, mi cuerpo empieza a reaccionar a su presencia, a recordar cuánto lo extrañaba y siento esas inevitables ganas de darle un abrazo.

Pero aunque él parece ser el mismo, yo ya no soy la misma. Ya no soy una niña tonta y crédula. No puedo dejar de lado mis estudios, mi carrera y correr hacia él a darle un abrazo como habría hecho tres años atrás.

Además, estaba enojada con él. Por eso no lo veo hace tanto tiempo. No puede ser que tenerlo aquí me emocione tanto de olvidar que decidí distanciarme porque...

—Es más guapo en persona —murmura una de las compañeras y no puedo evitar fruncir el ceño—, no me creo que ese chico haya cometido algún delito.

Pues sí que lo ha hecho. Y no uno, varios. Yo lo vi. Lo vi, ¡y ahora trabajo en la puta fiscalía! No puedo. No puedo saludarlo frente a estas personas. Haize está a dos metros y su mirada se cruza otra vez con la mía. Veo una chispa de diversión en sus ojos oscuros, pero no hace nada más que soltar el humo que había inspirado. Mi corazón late desbocado y él se acerca más.

El viento sopla ligeramente y su perfume llega hasta mí.

Huele a frutillas. Fresas. Siempre huele así. Sentir su olor hace que toda mi resolución por ignorarlo, por ocultar nuestra relación, se tambalee.

Pasa justo a mi lado y cuando creo que va a seguir caminando hacia la entrada del edificio, se detiene. Su cuerpo al lado del mío, a menos de medio metro.

—Pues ya ves, vine por ti.

Su voz grave se oye con claridad entre los murmullos de la gente; su acento vasco, su siseo al pronunciar. Giro el rostro hacia él, sintiendo pánico de que toda mi carrera se derrumbe por este momento, pero Haize no me mira a mí, sino a la fiscal que ahora está de pie en las puertas del edificio principal.

¡Dios!, decídete...(Dioses de Euskadi: El dios del viento, Libro 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora