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«No hay imposibles ya no

Si al final tengo tuamor.» 

Llegó a Midoriko media hora después de haber recibido la carta, Kagome tenía toda la razón al decir que era una pequeña ciudad y tan pronto puso un pie en aquel lugar, la esencia de la exsacerdotisa llegó a él casi de inmediato, como si ella pasara mucho tiempo en la entrada de aquella pequeña ciudad.

Siguió el rastro hasta una casa sencilla de un piso, ahí era dónde la esencia de Kagome se sentía con más fuerza, vio que ella tenía las luces prendidas de la casa, señal de que todavía estaba despierta, no se dio cuenta que el ritmo de su caminata disminuyó, completamente a la expectativa de qué pasaría en ese momento.

Había recorrido demasiado, ya había visitado tres ciudades y esta era la última, había caído en falsas señales e incluso se llegó a cuestionar si Kagome había realmente reencarnado en esa época. Antes de estar lo suficientemente cerca se dijo que ese era el último intento, si la persona que se encontraba ahí no era Kagome, entonces dejaría que su vida tomara el rumbo que debió haber tomado hace mucho tiempo atrás.

No tuvo que tocar la puerta, la suerte por primera vez se puso de su lado y esta se abrió incluso antes de que él tuviera la iniciativa de tocar; de ahí salió corriendo un cachorro blanco, no parecía ni siquiera tener un año.

—¡Yakō, ven aquí! —Una voz femenina se escuchó desde el interior de la casa seguido de unos pasos que indicaban que ella estaba corriendo para alcanzar al cachorro, pero tan pronto puso sus pies fuera de la casa, lo miró.

Sesshōmaru nunca había creído en el concepto de las películas románticas cuándo mencionaban que «el tiempo se detenía», sin embargo, por esa ocasión, les daría la razón. Sus orbes dorados se encontraron con los zafiros de Kagome y se identificaron al instante. La chica no lucía como en aquella pintura, su cabello rebelde y desordenado ahora era completamente lacio y le llegaba a los hombros, sin embargo, eso no la hacía parecerse menos a la Kagome que fue.

Y él pudo jurar que el tiempo se detuvo cuándo la vio.

Cuando al fin la encontró.

Empezaron a caminar hasta quedar frente a frente, posiblemente por pura inercia, atraídos —tal vez— por aquel hilo rojo del destino que tanto relataban las leyendas o por el deseo inmenso de volver a verse, por el anhelo de volver a estar juntos.

—¿Sesshōmaru? —Preguntó ella dudosa, tan sólo cuatro pasos los separaban. Si Kagome daba dos, o incluso uno, él daría los que faltaran.

—Kagome.

Tan pronto dijo su nombre, lo siguiente sucedió en cámara lenta: la chica había empezado a llorar al momento que ella daba los cuatro pasos faltantes y lo abrazaba con fuerza, con aquel anhelo que él mismo sentía en ese momento. Y que no iba a reprimir más; sus brazos también aprisionaron el cuerpo femenino, levantándola la distancia que los separaba para que ella llorara en su hombro y que le echara los brazos al cuello como tantos años atrás.

—No es un sueño, ¿verdad? —La escuchó susurrar.

—No lo es.

La sintió todavía llorar, pero a la vez luchar con calmarse, él entendía el sentimiento: habían sido demasiados años de angustia sin saber si su plan de reencontrarse daría resultado. Si el destino iba a ser generosos con ellos.

Y ahora estaban juntos y cómo tantas veces en el pasado, solamente ocupó uno de sus brazos para sostenerla, mientras que su mano viajaba a su cabello corto para acariciarlo suavemente y así darle un poco de consuelo hasta que ella finalmente se calmó.

Y fue entonces cuando ella buscó sus labios y él le correspondió aquel beso.

Se sintió como estar nuevamente en casa.

—¿Estuviste esperando mucho? —Preguntó tan pronto se separaron.

—No. —Mintió, porque de nada servía que Kagome se sintiera culpable por demorar tanto, eso no había estado en manos de ella.

Sin embargo, ella sabía que mentía, aunque por esa noche le compraría aquella mentira y no preguntaría nada más. Sesshōmaru prefirió que fuera así, porque el pasado en ese momento había dejado de tener importancia. Porque el yōkai que había vivido de recuerdos y anhelos, al fin estaba con la persona que tanto había estado esperando.

Kagome le siguió abrazando hasta que la sintió ponerse fría por el clima de la noche y le dijo que lo mejor era entrar, ella aceptó y llamó al cachorro para que también entrara y en todo ese trayecto, no lo soltó de la mano; ellos dos jamás habían sido una pareja que se tomaba de la mano todo el tiempo, pero tal vez ella —al igual que él— tenía miedo de que todo eso no fuera nada más que un juego de su mente.

Entró en aquella casa dónde la esencia de Kagome estaba impregnada en cada decoración por mínima que pareciera y Sesshōmaru no evitó rememorar como era el palacio tan pronto Kagome había llegado a hacer cambios a libre demanda, sin que él realmente deseara impedírselo.

—¿Te quedarás? —Preguntó ella solo a unos pasos de distancia de él. Había soltado su mano para ponerle más agua al traste del cachorro—. ¿O tienes una vida hecha en otro lugar?

—Me quedaré.

Y aquellas parecieron las palabras mágicas que ella quería escuchar; aquella noche finalmente volvieron a estar juntos cómo lo habían hecho tantos años atrás, amándose libremente y rogando por una tregua, porque no tuvieron que volver a pasar eso, aunque dentro de sí mismos sabían que era imposible, que el futuro les alcanzaría.

Pero tal vez no todo era malo, porque tenían ese presente y se tenían finalmente uno al otro y disfrutarían de cada momento que pasaron juntos.

Él sabía que la esperaría y la buscaría el tiempo que fuera necesario y ella estaba segura de que nunca lo olvidaría, de qué estaban conectados por ese amor tan grande que se tenían mutuamente, ese amor que los había hecho soportar la distancia y la espera, ese mismo amor que posiblemente podría darles varias sorpresas.

Tal vez la eternidad no fuera tan mal sí la recompensa al final fuera volver a encontrarse y amarse tanto como la primera vez.

Eternidad (Sesshome) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora