La Fiesta de Gryffindor

3. Peleas justificadas

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Se encontraban en el séptimo piso, de nuevo.

Miró que Draco no venía solo, porque estaba acompañado de sus amigos. Los dos últimos llevaban en sus manos unas bolsas con lo que parecían ser botellas de vidrio, por el sonido que hacían al chocar entre sí, debia ser esa razón de porque iban a pasos seguros para evitar algún accidente.

Por supuesto, Draco no llevaba nada. A Harry le extrañaría que fuera así, porque le daría la apariencia de estar viendo a un elfo doméstico y no creía que Malfoy se hubiera vuelto tan humilde en ese tiempo con la fortuna que poseía. Recordaba las historias que su padrino le contaba sobre la familia Malfoy, el cómo le habían dado la espalda porque Sirius no quería heredar todas las responsabilidades que conllevaba el apellido Black y decidió fugarse siendo joven hasta que su padre le dio un refugio. Tenía entendido que la madre de Draco, que era parte de la familia Black, no recibió bien esa decisión junto a su otra prima, Bellatrix Lestrange.

Su padre le había advertido que se cuidara del pequeño Malfoy desde que empezó su primer año en Hogwarts. Por supuesto, como buen hijo obediente le hizo caso, y no acepto la mano que el rubio le había ofrecido en cuanto se vieron por primera vez en el tren de Hogwarts. Luego, la rivalidad sólo aumento cuando fue seleccionado en Gryffindor y Malfoy en Slytherin, respetando esa costumbre entre casas de comportarse como verdaderos enemigos.

Parecía que el destino estaba obrando en contra suya. No deseaba tener nada que ver con Malfoy, pero no había mucho que pudiera hacer si quería que mantuviera la boca cerrada sobre la fiesta que estaban realizando.

Apoyándose sobre el marco de la puerta, los espero tratando de parecer indiferente. Malfoy se detuvo en frente suyo, notando las miradas curiosas de sus amigos detrás suyo.

—Que puntuales. Empezaba a creer que te habías arrepentido —murmuró en un tono hosco, deteniendo su miraba sobre el rubio.

Malfoy formo una sonrisa maliciosa, cruzando los brazos sobre su pecho con una expresión arrogante.

—¿Te decepcione, Potter? Discúlpame, pero me niego a permitir que unos Gryffindors realicen una fiesta sin ser supervisados —respondió divertido, ladeando su cabeza—. Además, tienes que admitir que nosotros podemos hacer mejores fiestas, y por eso nos necesitas.

Harry resoplo por la nariz, conteniendose para no intentar golpearlo.

—No te necesito para nada, Malfoy. Preferiría matarme antes que aceptar tu ayuda, pero claro, debí suponer que querrías meterte en donde no te llaman. Estoy harto de que siempre trates de llamar la atención.

—No necesito llamar la atención de nadie, ya lo hago sin tener que mover un dedo —respondió indiferente, dando un paso adelante para acortar la distancia entre ambos—. Creo que tu eres él que busca atención, ¿acaso no tienes suficiente con ser el mejor buscador? Oh, espera, creo que alguien ya te ha robado ese puesto.

—Eres un hijo de...

Antes de tener la oportunidad para borrar la estúpida sonrisa que mostraba a golpes, ambos escucharon un carraspeo que los hizo reaccionar de la pequeña batalla de miradas que se estaban dirigiendo.

—Disculpen si interrumpo sus fantásticos intentos de coqueteo, pero mis brazos están a punto de colapsar y si no quieren que les tire encima estas botellas sobre sus cabezas, será mejor que nos dejes pasar Potter —advertía Pansy Parkinson con una mirada fulminante.

—Apoyo el comentario de Pansy, no saben cuanto costó subir las escaleras con estas cosas —intervino Blaise con una mueca fastidiada.

La presencia asfixiante de Malfoy se apartó de él, como si una fuerza invisible le hubiera empujado. Harry rodó los ojos, abriendo la puerta que conducía a la Sala de los Menesteres para permitirles el paso.