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Hyunjin permaneció de pie mirando, sin ver, mientras el tren la llevaba a Seúl. Una fiesta. No se sentía de ánimos para fiestas. No se sentía de ánimos para nada, pero Karina le había convencido. Un puñado de sus viejas amigas estarían allí, había dicho ella.

—Gran cosa —murmuró Hyunjin. Miró hacia el oeste, el sol todavía se aferraba, sumergiéndose en el mar mientras luchaba con las nubes que traían una llovizna lenta. Y los colores eran magníficos. Pero encontraba poca alegría en ellos esta noche. Volteó su rostro y ahuecó sus manos, encendiendo la llama de su cigarro.

Condujo a través de las calles mojadas, pensamientos de Seungmin inundaron su mente y los echó a un lado.

—Jesús, mírate... —dijo Karina tirando de Hyunjin hacia el interior—... luces como una mierda.

—Gracias.

—Lo digo en serio ¿Cuándo fue la última vez que comiste?

Hyunjin se encogió de hombros, deslizando otro cigarrillo entre sus labios. Karina le observó, su rostro reflejó preocupación.

—Nunca te había visto de esta manera Hyunjin. Estoy preocupada por ti.

—Por favor —dijo Hyunjin y puso los ojos— Estoy bien.

—¿Por qué no la llamas? —preguntó Karina con suavidad. Hyunjin meneó la cabeza.

—No —tomó una profunda calada de su cigarrillo— Soy muy feliz siendo miserable.

La luna de HyunjinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora