Al comprender que no podía rechazar la exploración, supe que, de hacerlo, sería arrojada a las afueras del pueblo sin siquiera un equipo o suministros que me ayudaran a sobrevivir. No tenía escapatoria, y el pensamiento de pasar el resto de mi vida en un lugar donde la mayoría me odiaba me llenaba de una tristeza insoportable. Pero lo que realmente me rompió el corazón fue pensar en los niños del orfanato donde crecí. Ellos, al enterarse de la noticia, quedaron aterrados. Ellos eran mi única fuente de fortaleza, mi razón para seguir adelante, porque en sus pequeños corazones nunca hubo odio hacia mí, solo una pureza que se expresaba en amor, en abrazos cálidos que me daban la esperanza que tanto necesitaba.
Cuando la sesión en la asamblea terminó, los murmullos de los demás comenzaron a resonar en mis oídos como cuchillos afilados. "No volverá", "pobre chica, una menos en este pueblo", "nunca me cayó bien, ojalá desaparezca", decían, sin la menor compasión. Otros, con una mezcla de morbo y crueldad, añadían: "Ojalá regrese y nos cuente qué hay allá afuera, aunque todos sabemos que su misión está condenada. Nadie ha vuelto jamás".
Acepté mi destino, pero no podía dejar de preguntarme, con un nudo en la garganta, por qué ninguno de los exploradores había regresado. ¿Estarían todos muertos? ¿Qué horrores inimaginables los habían detenido allá afuera? Mientras estas preguntas me atormentaban, de repente, una voz apenas audible, llena de tristeza, me susurró al oído: "Perdóname, lo siento mucho".
Me quedé helada. Giré rápidamente para ver quién había hablado, pero no había nadie. Y entonces, sin razón aparente, las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos, incontrolables. Sentí cómo mi corazón se rompía en mil pedazos. Puse mi mano en el pecho, tratando de calmar la agonía, y me pregunté, llena de confusión: ¿Qué significaba ese "lo siento mucho"? Me sequé las lágrimas como pude y, sintiendo el peso de la soledad, decidí buscar al único que siempre lograba arrancarme una sonrisa en este mundo cruel: mi amigo Douglas.
Las horas pasaron lentamente, hasta que finalmente lo encontré sentado en las orillas del río negro, mirando hacia la distancia con una tristeza que me desgarró el alma. Me acerqué a él, y sin poder contenerme, lo abracé con todas mis fuerzas, mientras le decía con la voz quebrada: —Douglas, lo siento tanto. Ya sabes que debo irme, pero no puedo hacerlo sin despedirme de ti primero—. Cada palabra era un peso que cargaba en mi corazón, porque sabía, con una certeza dolorosa, que quizás no lo vería nunca más.
Douglas, con el dolor reflejado en su voz, me respondió sin voltear a verme: —Vete, por favor. No hagas esto más difícil de lo que ya es. Solo vete, Cloe. Pensé que estaríamos juntos para siempre en este maldito pueblo, pero estás rompiendo esa promesa que me hiciste. Sé que no es tu culpa, pero te vas a convertir en un recuerdo doloroso, y no quiero eso. Me niego a vivir con ese dolor.
Su frustración era palpable, y al verme decidida a emprender este viaje, me gritó desesperado: —Cloe, ¿por qué tienes que irte? ¿No entiendes que es una locura? ¡Nunca volverás a verme, ni a nadie!—. Sus ojos reflejaban una desesperanza que rompía mi corazón, pero con tristeza le respondí: —Douglas, lo siento, pero es mi sueño. Siempre he querido conocer otros mundos, otras formas de vida. No puedo quedarme aquí, en esta oscuridad eterna. Necesito saber si hay algo más allá.
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Viaje hacia el corazón de la oscuridad (EN CURSO)
FantasyCloe Smith nació en un mundo de tinieblas, donde la luz era solo un sueño y un enigma. Nadie sabía de dónde venía, si existía o cómo crearla. Solo se contaban historias de un tiempo lejano, cuando el sol iluminaba el cielo y las estrellas brillaban...