Cloe Smith nació en un mundo de tinieblas, donde la luz era solo un sueño y un enigma. Nadie sabía de dónde venía, si existía o cómo crearla. Solo se contaban historias de un tiempo lejano, cuando el sol iluminaba el cielo y las estrellas brillaban...
La voz de Brianda era apenas un murmullo quebrado, cargado con el peso de mil inviernos. Cuando alzó la mirada hacia mí, sus ojos eran dos océanos en tempestad, y las lágrimas, ríos que esculpían surcos de dolor en sus mejillas pálidas.
—Claro, Brianda... dime.
Mi respuesta salió en un susurro, como quien teme romper algo frágil. Ella, con manos temblorosas que parecían gritar todo lo que su voz no podía, las empuñó con una fuerza que parecía arrancada de sus últimas reservas de voluntad.
—Es que... no sé cómo decirte esto, pero... me sentía tan sola.
Aquellas palabras fueron un puñal que atravesó mi pecho. Su soledad, como un eco sepulcral, me envolvió. Sabía lo que significaba estar atrapada en el frío abrazo de la eternidad, condenada al silencio, a la ausencia, a un vacío que devora hasta los recuerdos. Brianda, perdida en su propio abismo, nos veía a Douglas y a mí como sombras que jamás podrían llenar su vacío.
Intenté ofrecerle algo, lo poco que podía, y mi voz, rota pero cálida, trató de alcanzarla:
—¿Sola? Pero ahora estamos juntas... somos un equipo, Brianda. Douglas también está con nosotras. Puede que no seamos Amada ni tu equipo de exploración, pero no estás sola. Estamos aquí, contigo, caminando por este sendero que no elegimos. Lo que pasó no fue tu culpa, no te castigues más... Ellos sabían los riesgos, sabían que estaban desafiando lo desconocido. Fueron héroes... los más valientes que la humanidad haya conocido.
Su llanto se hizo más feroz, más desgarrador, mientras se arrojaba a mis brazos, buscando consuelo en un abrazo que jamás podría sentir. Su cuerpo temblaba como una hoja a punto de caer, y aun así, su desamparo me atravesó como si me desnudara el alma. Entre sollozos, su voz, apenas un hilo, llegó a mis oídos:
—Lo sé, pero... ¿y si pudimos hacer algo más? ¿Y si existió una forma, un camino que nunca vimos? ¿Si pudimos salvarlos y les fallamos?
La desesperanza en sus palabras se entrelazó con la mía, y por un instante, quise perderme con ella en ese abismo. La besé en la frente, un gesto inútil, un intento de sujetar algo que ya se desmoronaba. Mi voz, ahora apagada, trató de sostenerla, aunque sabía que mis palabras eran solo cenizas en el viento:
—Brianda, por favor... no te castigues más. Nadie pudo prever esa tragedia. Si existe algo más allá de este dolor, quiero pensar que ellos ahora están libres, en un lugar donde las estrellas nunca dejan de brillar.
Y mientras sus lágrimas seguían cayendo, su dolor se volvió mío, y entendí que a veces no hay consuelo suficiente para quienes cargan con el peso de lo irremediable.
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Brianda, con los ojos aún húmedos por un llanto que parecía inagotable, me miró con una intensidad que helaba el alma. Las lágrimas continuaban su silencioso recorrido por sus mejillas, pero esta vez, su voz se alzó cargada de algo más que emoción; era una mezcla de promesa y desesperación, como si con cada palabra intentara aferrarse a la última chispa de esperanza.