Cuando cruzamos el límite de los tres kilómetros, nos tambaleamos antes de levantarnos, cubiertos de polvo y con el peso del cansancio hundiendo nuestros pasos. Nos dimos la vuelta para mirar atrás, buscando algún rastro del camino que habíamos dejado, alguna señal de regreso, pero lo único que encontramos fue el vacío. El sendero había desaparecido por completo, tragado por un desolador abismo infinito. Frente a nosotros, no había más que un desierto interminable, frío y carente de vida.
Con un nudo en el pecho, rebusqué en mi mochila un lápiz y lo até a una cuerda improvisada, aferrándome a una esperanza tan frágil como absurda. Lo lancé hacia el borde del vacío con la absurda ilusión de que volvería, de que aún existía una conexión con lo que dejamos atrás. Pero la cuerda permaneció flácida en mis manos, inerte, como una condena muda. El lápiz nunca regresó.
Una certeza oscura me golpeó en ese instante: aquí, en este lugar sin alma, el principio y el final eran uno y el mismo. Cada paso que dábamos parecía desdibujar la línea entre avanzar y retroceder, y las leyes que alguna vez creímos comprender se desmoronaban en silencio, como ruinas olvidadas por el tiempo. Anoté en nuestro cuaderno una nueva regla, aunque hacerlo me parecía tan inútil como gritar en medio de una tormenta: "Nada regresa. Nada permanece."
Pero con cada trazo que escribía, la incertidumbre crecía como una sombra interminable. ¿Habíamos encontrado el límite de nuestra existencia o solo otro anillo en esta prisión infinita? ¿Existía, dentro de este mismo límite, otro aún más implacable?
No quise mirar a Douglas mientras aquellas preguntas se amontonaban en mi mente. No quería enfrentar la desesperación en su rostro, esa misma desesperación que sabía estaba reflejada en el mío. Seguimos adelante, porque detenernos era peor, pero cada paso se sentía más vacío, como si estuviéramos caminando hacia un destino que ya nos había olvidado.
Regla 7:
Las mismas reglas se aplican al cruzar el límite 3 km
Tras realizar una prueba con un lapis se determinó que este tampoco podrá volver, ya que fue manipulado con el objetivo de exploración, las reglas 1,2,3,4,5,6 posiblemente también se aplican al cruzar
Miré a Douglas, mi mente atrapada entre el asombro y una creciente inquietud, mientras su voz, baja y cargada de un extraño matiz, quebraba el silencio.
—Cloe —murmuró, sus palabras cayendo como un presagio oscuro—, ahora que estamos aquí y no hay retorno, enfrentamos un territorio donde lo desconocido es la única certeza. Tengo este miedo, uno que no puedo ignorar: si nos separamos, aunque sea por un instante, temo que uno de los dos desaparecerá... como si nunca hubiera existido. Por eso, toma esta soga. Átala a mí, y asegúrate de atarla también a ti. No podemos permitirnos el lujo de desvanecernos solos.
Lo observé mientras hablaba, y mi mirada se detuvo en un detalle que me hizo contener el aliento: Douglas no llevaba mochila alguna. La ausencia de aquel objeto esencial no era una simple imprudencia; era como si hubiera abrazado esta odisea sin prepararse, como si hubiera aceptado algo que yo aún no comprendía. Su temeridad, tan característica, ahora se teñía de un aire fatalista que me ponía los nervios de punta.
Cuando terminamos de atarnos la soga, incapaz de contenerme, le pregunté con voz temblorosa:
—¿Douglas... dónde está tu mochila?
Su respuesta llegó con una sonrisa tranquila, casi desconcertante, como si supiera algo que yo aún ignoraba.
—La mochila que llevas tú es especial, Cloe. Está marcada con el año de la última exploración, el año del último intento... el año del último regreso. Si logras volver, tu nombre será recordado, inmortalizado en la historia como la que cruzó el límite y regresó para contar su historia.
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Viaje hacia el corazón de la oscuridad (EN CURSO)
FantasyCloe Smith nació en un mundo de tinieblas, donde la luz era solo un sueño y un enigma. Nadie sabía de dónde venía, si existía o cómo crearla. Solo se contaban historias de un tiempo lejano, cuando el sol iluminaba el cielo y las estrellas brillaban...