Pascua.

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Tom se separó y tomó al pequeño de los hombros.

– ¡David! – Le gritó, sumamente enojado ahora que el niño estaba a salvo y la angustia se había esfumado – ¿¡Qué demonios hacías ahí!? – mientras le hablaba a gritos, lo sacudía, exigiendo una explicación. David lloraba – ¡Contéstame!

– ¡Yo - yo tenía hambre! ¡Pensé que los sorprendería si pescaba yo solo! – se excusó hipando.

– ¡David! ¡Tienes sólo cinco años! ¡No puedes ir por ahí solo sin supervisión! – dijo Bill. El barco arribó – ¡No vuelvas a hacer eso nunca más! – bajó al niño y le propinó una nalgada que lo mandó corriendo a la cabaña, sobándose el trasero y llorando. – ¡Y estás castigado!

Ambos miraron como iba directo a su choza y cerraba la puerta (corrió el velo). Bill suspiró y se volvió a ver a su hermano, que tenía los brazos cruzados y los ojos rojos. Se acercó y lo abrazó.

– Niño travieso – susurró el mayor y le respondió el abrazo. – ¿Con qué vas a castigarlo?

– Mañana es pascua. No podrá buscar huevos. Es más, él va a esconderlos, para que nosotros no los encontremos tan fácil.

Cuando el abuelo llegó, había llevado consigo tradiciones que ellos habían olvidado. Las pascuas era una de ellas. Cuando fue a vivir ahí definitivamente ahí les enseñó a hacer tintes naturales y a pintar los huevos de las gallinas. También, en aquel último viaje pintó el cabello de su nieto mayor.

– Cierto, lo había olvidado. A él le encanta ir a buscar los huevos... ¿en serio vas a prohibirle hacerlo? – ahora abogaba por el pequeño. Podía sacarlos de sus casillas con sus preguntas, interrumpirlos mientras tenían sexo y ahora hasta arriesgar su vida por tonterías, pero era un niño.

– Tom, hoy casi se mata – dijo separándose – y de paso casi nos mata de un susto a nosotros tan solo porque tenía hambre.

– Quería sorprendernos – le recordó. – Quería que supiéramos que podía ser útil.

– Eso no quita el hecho de que hoy casi fue comida de tiburón. – Señaló vagamente el mar – Dime ¿qué hubiera pasado si hubiéramos llegado tarde? ¿Lo habrías superado? Yo no. Ni aunque lo de ayer resultase en otro bebé – bajó sus manos y acarició el estómago del rastudo. – No hubiera podido...

Tom lo miró solemnemente y tomó una de sus manos.

– Ahora me arrepiento de veras de lo que dije hace un rato. – Bill negó y apretó su mano.

– No tiene importancia ya. Y por cierto – lo miró de pies a cabeza – otra vez estás mojado. – sonrió burlonamente.

– Deja de reírte de mí y vayamos por comida – dijo con los ojos entrecerrados y comenzó a caminar, o más bien dicho, trotar hacia la selva.

– ¡Tom, no te pongas así! Tienes que admitir que es divertido porque secaste tus rastas en vano.

El mayor lo ignoró olímpicamente y siguió su camino.

Cuando regresaron a la cabaña, Gordon estaba despierto y balbuceando cosas. Los gemelos lo miraron con curiosidad.

– Muy pocas veces hace eso – apuntó Bill y lo tomó en brazos. – ¿Cuándo dijo David su primera palabra?

– A los dos años.

– P... p-p – dijo, o más bien trató de decir, Gordon, que alzaba sus manitas, señalándolos.

– ¡Vaya! Ahora sí quiere decirnos algo – añadió el de rastas, con las cejas arqueadas.

Ambos quedaron en silencio, mirando al bebé atentamente, poniendo atención a lo que sería su primera palabra.

El regreso a la Laguna azul - TWCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora