Promesa rota.

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Después de haber descansado un rato Tom se había visto obligado a regresar a casa y cuidar de los niños. Al caer la noche Bill había invitado a Vanessa a la cabaña, ella había aceptado gustosa. Tom había dormido a David. Gordon no había aceptado dormir y el moreno lo llevó en brazos.

Mientras tanto, Vanessa y Bill entraron a la cabaña. Ella soltó la mano del rubio (así iban) y fue hasta el espejo del "tocador".

– Bill, ¿crees que me he puesto demasiado colorete? – se volvió y le sonrió, mirándolo a los ojos.

– No, creo que estás hermosa – le respondió con una sonrisa ladeada, mientras su mirada estaba perdida en la de ella.

– Gracias, amable caballero - su sonrisa resplandeció una vez más mientras se acomodaba el cabello detrás del oído. Apoyó una mano sobre el pecho de este y comenzó a acercarse. Bill se quedó quiero y borró la sonrisa. Ella iba a besarlo... y él no haría nada.

– ¡Gordon no quería dormir! – Entró Tom y se detuvo al verlos a ambos, separándose rápidamente – ¡Oh! ... No pensé que aun estuvieras aquí.

– Sí... estaba diciéndole a Bill que se ve... que ambos se ven muy guapos con su nueva ropa – explicó antes de que el rubio pudiera decir algo. – Ahora estás aquí, sin nada que hacer, como de costumbre – añadió confiadamente.

– ¿Nada? – Le respondió el moreno, torciendo los labios por un segundo – Hacer dormir a mi hijo es algo que tengo que hacer. Además, siempre hay algo que hacer... ¡Podemos salir a contar las estrellas! – le dijo a Bill, lanzándole la indirecta para que ella se fuera.

– ¿¡Eso es lo que hacen aquí de noche!? – preguntó ella, mirándolo como a un bicho raro.

– A veces toco mi silbato y cantamos – añadió Bill. – O a veces simplemente... – se mordió el labio, no sabía si debía decirlo – A veces simplemente lo hacemos.

– ¡Lo hacen! – gritó ella, realmente sorprendida por algo que era más que obvio. Cuando se dio cuenta de ello, aclaró su garganta y sonrió – Claro... ¿lo hacen muy seguido?

– Cada vez que lo deseamos – el menor miró a su amante y sonrió. El mayor se la devolvió, cómplice.

Vanessa rio flojamente, sin saber qué decir.

– ¡A veces bailamos! – comentó Tom, percatándose de la incomodidad de ella. – Adoro bailar. ¡Ven Bill, mostrémosle! – sentó al niño en su cuna y tomó las manos de su hermano.

– ¡Rueda de las rosas, flores tan hermosas! ¡Pétalos, pétalos y todos se caen! – canturrearon al unísono y cayeron al terminar, riéndose.

– ¡Eso no es un baile! – les dijo, enojada mientras ellos se levantaban. – Eso no hacen los niños. La gente grande baila de una manera muy distinta. Podría enseñarles.

– ¡Claro! – Tom extendió las manos. Amaba bailar y si cabía la posibilidad de aprender uno nuevo, el estaría dispuesto.

Vanessa le ignoró totalmente y fue hasta Bill.

– Es así – pasó los brazos por el cuello del mayor y se acercó hasta que estuvieron pecho con pecho. El rubio puso las manos en su cadera por inercia. Una vez más sus ojos cambiaron y se centraron sólo en los de ella. – El espíritu lo desea. La carne lo añora. Bésame, cariño. Bésame ahora – cantó suavemente y luego sonrió, comenzando a balancearse de un lado a otro lentamente.

Tom los miraba estupefacto. Algo dentro de sí estaba rompiéndose poco a poco. Sentía un nudo en la garganta y un vacío en el estómago. Su corazón latía rápidamente y en cambio u respiración... no había. Había dejado de hacerlo. Su mirada se había perdido en cómo su amante y Vanessa se miraban uno a otro; en cómo se habían detenido y ninguno había abandonado su posición.

El regreso a la Laguna azul - TWCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora