Godless (Sin Dios).

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Las lágrimas caían por su rostro mientras corría hacia la selva. Tomó la orilla de su playera y se despojó de ella. Lo mismo hizo con sus zapatillas, que salieron volando cuando se las quitó al vuelo. Lo más difícil fue el pantalón, que no quitó hasta que se halló en su destino. Frente a él caía el agua de la cascada, salpicando contra la superficie del lago.

Se limpió los ojos con los antebrazos para poder ver lo que hacía. Tomó el botón que abrochaba su prenda inferior y lo abrió rápidamente. Bajándolo bruscamente segundos después. Agarró entonces la cinta que amarraba su cabello y la arrancó, rompiéndola y tirándola al suelo mientras sollozaba.

Finalmente entró de un salto en el agua y cuando salió comenzó a limpiarse el rostro. Jamás había llorado tanto y le escocían los ojos, además de que no podía respirar adecuadamente. Se abrazó. Más lágrimas cayeron por sus mejillas. No quería llorar más. No debía llorar más. Debía ser fuerte, por sus hijos y por él mismo. Bill se iría con ella... y él tendría que cuidar de ellos. No debía llorar, pero mientras tanto, su cuerpo dejaba salir el enojo, la frustración, el dolor, la tristeza y la impotencia, y no había nada que pudiera hacer por el momento.

...

En la costa, Bill se había doblado los pantalones hasta las rodillas para pescar adecuadamente. Vanessa estaba sentada en el mismo bote que él, con una enorme sonrisa en su rostro.

– Así que aquí estamos. Juntos en medio de un hermoso estanque lleno de pececillos, a plena vista de todos – sonrió de lado. Ese detalle no se le había pasado cuando ambos abordaron. Tampoco ignoraba que el rubio estaba preocupado por el otro. Ella había escuchado la "pelea" y nada la había hecho más feliz. – Escucha esto, Bill – añadió, alzando una ceja. – Lo único que tenemos que hacer es recostarnos, – extendió las piernas y bajó la cabeza, acostándose – y nadie podrá vernos – extendió una mano, pidiéndole que la acompañara. Bill dudó un poco, pero dejó la lanza a un lado y yació junto a ella. – Podemos hacer lo que nos plazca – susurró en su oído para luego pasarle el brazo por los hombros y sonreír. Ella ganaba, siempre ganaba y el que el moreno corriera por la selva solo desencadenaba su plan. Alguien ya esperaba a Tom por ahí, escondido.

...

El mayor de los gemelos ya solo se mantenía quieto en el agua, analizando las cosas. Había dejado de llorar, pero no por eso había dejado de doler. Suspiró, resignándose y se dio la vuelta para nadar hacia su ropa. En lo alto del acantilado una figura dejó su lugar, tomó su rifle y descendió, cual cazador que ha visualizado a su presa.

Tom tomó su playera del suelo confiadamente.

– ¡Lindo! – le gritó una voz.

Levantó la mirada, en guardia. Ahí a pocos metros estaba Queensland, riéndose cruelmente. En sus pantalones se observaba una notoria erección.

– ¿¡Qué hace aquí!? – Le respondió el moreno airadamente, al notar sus intenciones – ¡Lárguese!

– ¡No! – Contestó el mayor, burlándose – El rubio no está para protegerte. ¿Él es quien lleva las riendas, cierto? – Con cada palabra iba avanzando un paso más, un paso que Tom retrocedía. – Ahora que no está pasaremos un muy buen rato tú y yo ¿¡Eh!? – bramó, mostrando los dientes.

– ¡¡Bill!! – llamó con todo el aire de sus pulmones. No sabía pelear ¿cómo se supone que habría de defenderse?

– ¡BILL! – Gritó más fuerte el otro, parodiando su inútil señal de auxilio. – No te escuchará – hizo un puchero y alzó los hombros. – Ahora mismo debe estarse divirtiendo con la señorita Vanessa – sonrió.

El regreso a la Laguna azul - TWCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora