Epílogo.

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Algunos días después.

Tom mantenía a David sobre su regazo y le leía un poco mientras Gordon ya dormía plácidamente en su cuna, a la diestra del moreno. Habían regresado hace poco de un baño nocturno y acababan de secarse.

– "...Desde entonces no estoy seguro de si yo debo obedecer a su decreto de morirme o si debo sentirme bien como mi cuerpo me aconseja..." – hablaba el mayor, recitando alguno de los poemas que contenía uno de los libros guardados.

– Papi... ¿Puedo preguntarte algo? – interrumpió. Parecía preocupado. Tom dejó el libro a un lado y lo acomodó mejor para poder ver su frustro.

– ¿Qué sucede? – le acarició una mejilla.

–... ¿Papi y tú están peleados? – cuestionó con la mirada baja. El mayor frunció el ceño.

– ¿Por qué lo preguntas? – dijo en voz baja.

– No está nunca en casa – miró a su padre a los ojos. Los del pequeño brillaban con lágrimas cristalinas. – Desayuna con nosotros. Come con nosotros. Cena con nosotros. Pero se va. Ya no duerme contigo – bajo de nuevo la mirada. – Lo extraño – se quejó, haciendo un puchero triste.

Tom apretó los labios y lo abrazó fuertemente. El pequeño se aferró a los mechones de su cabello suelto que caían sobre sus hombros.

– También yo, pequeño – le confesó y besó su frente.

– ¿Se irá? – preguntó inocentemente. Apartándose. Su padre dejó escapar una risilla melancólica.

– Vivimos en una isla, David. ¿A dónde podría ir? – Le sonrió vagamente. El niño se encogió de hombros. Tom borró la sonrisa y bajó la mirada. – No se irá – dijo después de unos segundos.

– ¿Qué fue lo que pasó, papi? – El pequeño rubio puso sus manitas en las mejillas de Tom y lo hizo mirarle. Pudo observar la mirada triste del mayor. – ¿Por qué debe dormir mi papi conmigo ahora?

– A veces la gente comete errores, David – tomó las manos del pequeño y las apartó de su rostro gentilmente. – Y algunos son más difíciles de perdonar que otros – le explicó con tono contenido.

– ¿Pero qué fue lo que te hizo, papi? – envolvió las manos en las de su progenitor, dándole su apoyo.

– Herí sus sentimientos.

Ambos se volvieron hacia la entrada. Bill había contestado y se mantenía cabizbajo en el umbral. Levantó la mirada y se cruzó con la de su gemelo. Trató de sostenerla, pero Tom la desvió rápidamente.

No se habían dirigido la palabra en por lo menos una semana. Ni siquiera un buenos días, un hola, etc. Nada.

– ¿Los sentimientos de papi? – el niño frunció el ceño y pidió ir con el mayor. Tom lo sostuvo por las axilas y se lo tendió a Bill sin verle.

El menor de los gemelos lo recibió y sentó sobre su codo.

– Sí... y acabé hiriendo los míos en el proceso – explicó mientras le pasaba la mano por el cabello, que cada vez abandonaba su estructura rizada y se alaciaba un poco.

– ¿Pero qué hiciste, papito? – su mano se posó en una de las mejillas del mayor. Bill sonrió y se restregó ligeramente contra su palma abierta. Tomó la manita y la besó.

– No puedo decírtelo.

– Yo no quiero que dejes de querer a mi papi. Me siento muy triste - el rubio cerró los ojos y frunció el ceño, tratando de contener el llanto.

El regreso a la Laguna azul - TWCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora