Recepción.

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– Vanessa ¿por qué no regresas al barco? – sugirió el capitán al ver aquella mirada en los ojos de su hija.

– Claro que no – contestó con una irónica sonrisa, – seguro tienen mucho que contarnos ¿no es así?

No había cosa que pudiese negársele a la chica. Siempre obtenía lo que quería; producto de una crianza sin una madre; y quedarse en tierra para averiguar más sobre aquellos hombres no iba a ser la excepción.

– Tom... ¿por qué no vas a la casa a ordenar un poco? – Bill miró al mayor, confiándole con la mirada, que debía esconder a los niños. Si los extranjeros no los conocían siquiera no harían preguntas sobre ellos.

– Sí – respondió rápidamente, bajando la mirada – Disculpen.

Salió corriendo hacia la selva. Daría toda la vuelta de ser posible, no quería que ellos y sobre todo la chica supieran dónde vivían.

– ¡Hey, Tom! – escuchó a sus espaldas y se detuvo a mirar, justo en el linde de los árboles. Bill le hacía señas – ¡Los llevaré a ver al abuelo! – el moreno asintió y siguió corriendo.

En la playa el rubio continuó hablando un poco con los marinos, queriendo distraerlos de la dirección que había tomado su amante y no pasó inadvertida la mirada que soltaron Vanessa y el tipo del rifle hacia Tom, es solo que no supo exactamente cómo clasificarlas.

– Por favor, síganme – les pidió y comenzó a caminar hacia el noreste.

La chica los siguió y cuando entraron a la maleza hecho una mirada vigilante, para asegurarse que nadie la veía escabullirse. Se situó al último de la compañía y se preparó para seguir al moreno, y descubrir qué estaban escondiendo. Se preparó para correr.

– ¡Oye! – se sobresaltó y miró al frente. El rubio la había pillado – Es por aquí – dijo fríamente y siguió caminando.

La tripulación que accedió a acompañarlos la miró con desaprobación. Ella soló bufó de frustración y se dignó a seguirles el paso.

El mayor se encontró caminando lentamente ya a pocos metros de llegar a casa. Estaba confundido. Esa chica no le inspiraba absolutamente nada de confianza, pero a Bill parecía agradarle en cierta manera ¿por qué? En realidad lo que reconocía en él era interés. Claro, eran extraños, era normal... pero a ella la encontraba mucho más fascinante que a los demás.

– Ella es una mujer, Tom y él es un hombre – se dijo a sí mismo. Luego frunció el ceño al recapacitar – ¡Yo también soy un hombre y no babeo por ella! – gruñó y entró corriendo a casa.

Abrió la cortina de David y no había nadie. Su corazón se detuvo por un instante y estuvo a punto de echar a gritar, cuando sintió unas manitas enganchándosele a la cadera. Miró rápidamente hacia su espalda y suspiró con alivio. El pequeño llevaba al menor en su espalda bien sujeto.

– ¡Te asusté, papi! – dijo sonriendo, inocente de todo.

– La verdad es que sí, mucho – se rio de puro nerviosismo. – Escucha, David – se hincó y lo tomó de los hombros – no quiero que salgan de la casa, ¿sí?

– ¿Por qué?

– Solo quiero que obedezcan, ¿sí? – la curiosidad del niño a veces lo turbaba un poco. Era bastante rebelde.

– De acuerdo... ¿dónde está mi papi? – sus ojos se abrieron, cuestionando.

– Tu padre... fue a ver al abuelo.

– Oh – el niño bajo la mirada y pestañeó un poco, recordándose a sí mismo que no debía llorar.

– No llores. – Tom extendió una mano y le acarició una mejilla con cariño – El abuelo quería que crecieras siendo fuerte y muy valiente – se inclinó para dejar un beso en su frente. – Ya debo irme. Alcanzare a tu padre. Cuida mucho a este pequeño – tomó a Gordon en brazos y lo meció de un lado a otro con una sonrisa, haciendo que el pequeño riera, luego lo regreso a brazos de su hermano. Le revolvió el cabello a David y se dispuso a salir – David – se detuvo. – No dejes que nada le pase a tu hermano, nunca. Y protégete a ti mismo también – su mirada expresó preocupación antes de irse.

El niño miró confuso la puerta por unos momentos, luego se sentó a jugar con el menor. Su padre había dicho que no se fueran, más no que no salieran de la cabaña.

...

Al norte de la isla Bill ya se encontraba frente a la tumba de su abuelo y de David. El capitán escuchaba con atención, pero Vanessa solamente rodaba los ojos, suspirando de aburrimiento.

– Mi padre, David Jost murió hace 17 años, aproximadamente. Y mi abuelo, Gordon Kaulitz hace 6 meses, apenas.

– ¿Por qué tienen apellidos diferentes? – cuestionó Jacob. Su hija paseaba la mirada distraídamente por todo el físico del rubio.

– Bueno... David no era mi verdadero padre, pero en realidad pareció haberlo sido...

– El señor Jost nos crio – fue interrumpido por una voz a su espalda. Todos miraron en esa dirección y se toparon con el moreno arribando. Se acercó y tomó la mano de Bill. La mujer enarcó una ceja en señal de despreció y fingió posar su atención en una de las tumbas.

– Llegamos aquí cuando teníamos casi doce años – todos se sorprendieron. – Él nos enseñó todo lo que sabemos, quiero decir, todo sobre lo que sobrevivir solos se refiere... Luego murió, meses después.

– ¿Y han estado solos desde entonces? – el capitán no podía dar crédito a lo que estaba escuchando, parecía ser una historia fantástica.

– Nuestro abuelo encontró la isla cuando teníamos 19 – continuó Tom – y ofreció llevarnos de vuelta a la civilización... pero no quisimos. Así que nos quedamos aquí – bajó la mirada, recordando las circunstancias en las que los había encontrado el mayor.

– ¿Cuántos años tienen? – preguntó Vanessa de improvisto, repentinamente interesada.

– 22 – contestaron al unísono.

– Mmm, tengo una duda – contestó el marinero que había fijado su atención en Tom. Su mirada era aguda y calculadora – ¿Por qué hablan de estos fallecidos señores como si fueran parientes de ambos? – sonrió con malicia.

Bill abrió los ojos, habían cometido un error...

– Bueno, es verdad que el señor Gordon no es mi abuelo, en realidad – contestó rápidamente el moreno, con una sonrisa que transmitía absoluta confianza. – Sin embargo, ambos, Bill y yo somos amigos desde la infancia, desde muy pequeños y su abuelo siempre me consintió como si fuera su nieto en verdad. Yo me refiero al señor Jost como mi padre por la misma razón que Bill: nos enseñó a sobrevivir solos – el marinero bufó y desvió la mirada, apoyándose en su rifle.

– ¿Cómo cuentan los años? – se interesó Woods de nuevo.

– Jost nos enseñó a hacerlo. Contamos las lunas llenas. Doce lunas llenas hacen un año. También aprendimos a contarlas por nuestra cuenta – ambos rieron disimuladamente. Claro que llevaban cuenta de las lunas puntualmente.

– Celebramos Navidad, Año nuevo y Pascua, solo que no sabemos si lo hacemos en las fechas correctas – dijo Tom con una sonrisa. El marinero le miraba de arriba abajo, fijamente.

– ¡Es absolutamente increíble! Los dos solos, todos estos años en este lugar olvidado de Dios.

– Oh, no, Capitán – reprochó el mayor. – Dios no lo ha olvidado, para nada.

– Bueno, y ¿serán tan hospitalarios como para invitarnos a su morada? – preguntó Vanessa con una sonrisa tan falsa como decir que el cielo es amarillo.

Ambos se miraron estupefactos, visiblemente incómodos.

– Bueno, he de admitir que sería agradable experimentar una cena suya antes de que comencemos a explicarles lo que es vivir en sociedad. Claro, si a ustedes les parece.

Los gemelos se miraron una vez más y suspiraron, resignados.

– Claro que sí, pero les rogamos que dispongan de su tiempo libre mientras nosotros vamos a preparar la cena. ¿Harían eso? – dijo Bill.

La morena estuvo a punto de responder, pero su padre fue más rápido.

– Claro que sí, faltaba más. Mis marinos comenzarán a montar un campamento en la playa donde arribamos. Ahí esperaremos hasta que ustedes nos llamen.

Ella rodó la mirada una vez más, y torció los labios. Todos bajaron luego de eso. 

El regreso a la Laguna azul - TWCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora