Accidentes y recuerdos.

180 15 20
                                    


– ¡Bill! – gritaba el mayor nerviosamente, palmeando las mejillas del rubio, quien comenzó a abrir los ojos lentamente, mareado todavía.

– ¿Qué pasó? – preguntó sentándose y mirando la habitación con aire confuso.

– Te desmayaste – explicó su gemelo aún preocupado.

– Ah... lo siento, es que creí que me habías dicho que... – dijo con una sonrisa, Tom lo miró incrédulo y con un toque de pena, como si hubiera querido darle otra la razón. Bill hizo una mueca de sufrimiento y tomó al otro por los hombros – Tom ¿¡que rayos vamos a hacer si es otro!? ¡La hemos fastidiado!

El mayor lo miró con incertidumbre ¿había querido decir lo que creía?

– Disculpa si no quieres que te dé un bebé más – dijo, visiblemente enojado. Se levantó y salió de la choza.

– ¡Tom, no...! – se levantó con la intención de seguirlo, pero miró a su hijo, que a su vez lo estudiaba con curiosidad – Ve a dormir David – dijo apresuradamente y salió también. El pequeño lo miró con confusión ¿ir a dormir apenas empezando la tarde?

Afuera Tom caminaba con rapidez en dirección a la maleza, buscando perderse por un rato, sin importarle que estuviera diluviando. Detrás de él, Bill gritaba su nombre.

– ¡Tom, espera! ¡Sabes que no quise decir eso!

En cuestión de segundos ambos estaban empapados. Su cabello chorreaba y apenas podían ver a causa de las gotas que se acumulaban en sus pestañas.

– ¿¡Entonces qué diablos quisiste decir!? – le gritó en respuesta, sin detenerse.

– ¡Yo me refería a que no tenemos ya ningún doctor para que pueda ayudarte!

– ¡Tú lo hiciste una vez, puedes hacerlo de nuevo!

Para ese punto ambos ya caminaban libremente por la silenciosa selva, los animales y aves se hallaban en sus refugios, solo se escuchaba el batir del viento y la lluvia contra las plantas.

– ¡Tampoco es eso solamente! Sabes bien que ya es suficientemente difícil cuidar de dos niños pequeños – gritó Bill, dejando salir realmente lo que le preocupaba.

– Es eso ¿no? – Tom se volvió, ahora enfadado de verdad – ¡Te molesta tener que cuidarlos!

– Yo no dije eso...

– ¡Claro que sí! – el mayor derramó algunas lágrimas de coraje y le propinó un fuerte empujón a su hermano. – ¡No te me acerques, Bill! ¡No lo hagas, porque aunque detestas cuidarlos estoy seguro de que disfrutaste hacerlos! ¡Si tanto ibas a odiarlos mejor te hubieras ido a San Francisco en el barco del abuelo, cuando nos enteramos de que íbamos a tener a Gordon!

– ¿¡De qué diablos estás hablando!? ¿¡Te estás escuchando a ti mismo!? ¡Estás diciendo que odio a mis hijos, cuando sabes que los amo con toda mi alma! Lo que yo digo es que ¿¡realmente crees que podamos cuidarlos a los tres sin descuidar a alguno!?

– ¿Deseas que te demuestre que sí? – contestó Tom, con la rabia reprimida en su voz – Ve y cuídalos ¡tú solo! Y luego me dices si pudiste cuidar a nuestros hijos por un rato – dijo y se dio la vuelta para perderse entre la selva.

Bill abrió los ojos con pánico, si dejaba que se fuera las cosas serían aún peores. Impulsivamente se adelantó unos pasos, tomó de la muñeca a su gemelo y lo jaló hacia sí. Tom dio una vuelta rápida y fue a chocar contra el pecho del otro, que sin pensarlo mucho le plantó un beso. El mayor como respuesta le propinó un puñetazo en el pecho; que Bill ignoró olímpicamente, pues el rastudo había puesto toda su fuerza en ese golpe; pero su hermano no lo soltó.

El regreso a la Laguna azul - TWCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora