De compromisos y explicaciones.

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Media hora más tarde ambos se encontraban jadeando sobre la arena, recuperándose del orgasmo increíble que acababan de tener. Bill tenía los brazos extendidos, Tom a su lado, con las manos en su estómago, removiendo el semen de los dos con los dedos. De repente se levantó y corrió hacia el mar, adentrándose hasta la cintura y lavándose rápidamente el pecho, luego salió y observó a su gemelo, que le miraba a su vez con las manos apoyadas detrás de su espalda.

– ¿Te diste cuenta de algo? – repitió el rubio.

– ¿Qué?

Bill lo señaló con la cabeza, invitándolo a mirarse. Tom lo hizo y se percató de que estaba acariciándose el vientre de forma inconsciente, quitó las manos con un jadeo de sorpresa.

– Lo hacías también hace un rato – explicó, serio.

– No... No es nada – le dijo, sin mirarlo a la cara.

– ¿Seguro?

Tom asintió y comenzó a caminar hacia su ropa, la que se puso en un movimiento y luego invitó a su hermano a entrar con un gesto.

Bill chasqueó la lengua, sabía que el rastudo no estaba del todo convencido de que no pasaba nada dentro de su cuerpo, quizá sólo quería convencerse... pero si decía que no era nada, seguramente no lo era. Se levantó y sin lavarse nada, porque para ese momento el sudor ya era inexistente, sólo se colocó su pequeña prenda y entró a la cabaña junto con el mayor.

David despertó en cuanto entraron.

– Tengo hambre – fue lo primero que dijo.

Los gemelos sonrieron y el mayor sacó la mezcla que había preparado un rato atrás y los peces que había preparado. Gordon despertó y con un bostezo se sentó sobre su cuna, pidiendo a su padre con los bracitos. Bill fue a por él y lo sentó a la mesa. David hizo lo mismo. Al último fue Tom y pudieron todos comer con tranquilidad, al menos hasta que a Bill se le ocurrió cambiar eso.

Mientras comían, el menor observaba atentamente a su igual, desde la forma en que comía, su abdomen, hasta sus pectorales. Y lo hacía sin ser muy discreto, por lo que Tom se terminó percatando de ello.

– ¿Qué estás mirando? – cuestionó con el ceño fruncido.

– ¿Eh? No... nada – se excusó.

– ¡Contéstame! – el rubio suspiró y bajó la mirada.

– Los grababa en mi mente, para cuando comenzaran a crecer – miró los pectorales del otro – Y estaba sopesado la idea de ir sacando las navajas – dijo, con cierta ironía en su voz.

Tom lo miró con sorpresa, y luego con furia, pero contuvo sus palabras por estar frente a los niños. Sin embargo se inclinó y susurró contra el oído de su hermano.

– Bill, no me provoques. No me hagas recordarte que soy el mayor y seguramente el más fuerte, y que por eso mismo podría convencerte a abrir las piernas en cuanto los niños se duerman. Yo soporto bien el dolor después de dos embarazos, ¿pero tú, Bill? ¿En verdad deseas que te preñe para que sientas en carne propia lo que es tener un bebé? ¿Eso quieres? ¿¡Lo quieres!?

– N-no, perdón... No lo dije con esa intención – le dijo, pálido.

– No, por supuesto que no – le respondió el otro, ya con su voz normal y besó su mejilla, separándose luego – Por cierto, deseo que me ayudes a cortar mis rastas – dijo como si no fuera nada. Bill se sorprendió aún más con esa petición. Las rastas eran lo que Tom más quería después de los niños, Bill y él mismo, por supuesto, o eso creía el rubio – ¿Dónde está David?

El regreso a la Laguna azul - TWCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora