Un espacio propio.

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Un Tom, ahora con las rastas morenas, bigote y barba un poco crecidos, se dirigía a la isla secundaria con Gordon en brazos, totalmente dormido, y David mirando atento al horizonte.

– ¿Por qué papá no vino? – preguntó con su tierna vocecita.

– Tiene que arreglar un poco la cabaña – le respondió dulcemente – tú necesitas tu propio espacio.

– A mí me gusta dormir con mis papis – hizo un puchero y se abalanzó sobre su padre, tomándolo por las mejillas – ¡Pica! – gritó y apartó sus manos riendo. Tom se le unió inmediatamente, y lo alejó un poco.

– A nosotros también nos gusta dormir contigo... pero recuerda que Gordon también duerme ahí, y todos dormimos apretujados. ¿No te gustaría poder dormir imitando una estrella de mar?

El mayor sabía que al niño no le agradaría tener que dormir solo, pero era algo que se debía hacer, tanto porque ya no era un bebe, y otro tanto porque los gemelos ya no tenía otra opción más que esperar a que los pequeños se durmieran y salir de la cabaña para tener un poco de intimidad, ya fuera dentro del mar, o cubiertos por los helechos.

El niño sonrió y asintió, dicho de esa forma, dormir solo ya no parecía tan malo. Corrió hasta el otro lado del bote y se aferró al filo. No habló más hasta que el bote se atascó en la arena.

Tom luchó por sostener al bebe con una mano y dejar los remos dentro del bote con la otra. Se levantó y saltó hacia afuera. El agua lo mojó hasta los tobillos.

– Ven, David, abrázate a mí – le dijo al niño, que rápidamente se aferró al cuello de su padre.

Con un poco de esfuerzo llevó a ambos hasta un sitio seguro en la arena, donde bajó al más grande.

– Papi, ¿por qué no te quedaste a ayudar a mi otro papi?

– Porque yo tenía que cuidar de ustedes – le dijo mientras se sentaba, – si yo no los cuidaba ¿quién?

– Abuelito podría haberlo hecho – le sugirió inocentemente. Era un niño, no medía las palabras, y para el mayor la pena era cercana todavía.

Tom frunció el ceño con tristeza y sus ojos se aguaron.

– Sí, cariño. Tu abuelito podría haberlo hecho – ni siquiera miraba al niño, miraba al horizonte. El viejo había pasado siete años buscándolos, solo para irse del mundo dos después. Una lágrima cayó por la mejilla del mayor. En realidad, Gordon siempre había tomado el rol de su padre.

– No llores, papi – le dijo y se acercó para tomarlo nuevamente de las mejillas. No protestó por la picazón que la barba de su padre le causó – El abuelito esta allá arriba – señaló el cielo con su mano, – está feliz.

Tom sonrió y limpió su lágrima, pero no dejó de ver el horizonte.

– Papi – llamó de nuevo el niño. Su padre lo miró, sonriendo aún – tengo sed.

– Oh, ah...

Tom, con el ceño fruncido analizaba los pros y contras de ir hasta la cascada por agua. Los pros eran que no estaba tan lejos, y de paso podía entretenerlos. Solo halló un contra que le parecía que ganaba por sí solo: en un descuido David podía perderse en la selva, y había una razón más por la que el mayor no le había ayudado a su gemelo. Esa noche la luna llena brillaba en el cielo, y cuando oscureciera los tambores sonarían, y alguien moriría. Si el niño se perdía fácilmente podía llegar a donde sus vecinos habitaban en menos de una hora. Eso era otra razón para visitar la isla secundaria: quedaba más lejos de la parte norte.

El regreso a la Laguna azul - TWCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora