Cena tropical.

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Desde el portal de la cabaña podían observar la fogata hecha por los marineros a unos cuantos metros, en la orilla de la costa. Reían mientras mascaban lo que parecía ser algún animal marino que obviamente ellos mismos habrían cazado. El capitán, su ayudante principal y la joven Vanessa estaban sentados entre ellos, esperando a los gemelos.

La chica miró en su dirección, sonrió gozosamente y se puso en pie. Llevaba un vestido blanco y sin tirantes que le llegaba a los tobillos y su cabello marrón suelto y ondulado le daba un aire inocente... el que su sonrisa maliciosa le quitaba por completo. El capitán la miró y al percatarse de la presencia de los dos, también se levantó.

– ¿No puedes cenar con ellos tú solo? – preguntó Tom. – No hemos mencionado a los niños ¿qué sucede si a mitad de la cena despiertan e interrumpen? – su rostro reflejaba su aflicción.

– Están profundamente dormidos. Además – tomó su mano – te necesito a mi lado.

El mayor miró a su hermano y sonrieron. Delante de ellos, Vanessa borró la sonrisa y torció los labios, pero comenzó a acercarse seguida por su padre y el otro hombre. Entró segundos después hecha una furia, se sentó y se cruzó de brazos.

– Buenas noches – dijo el capitán formando una sonrisa forzada producto de la actitud de su hija. Los gemelos asintieron en señal de saludo y los invitaron a pasar. El marinero por su parte ignoro a Bill y paseó la mirada entera por la persona de Tom, quien desvió la mirada, cohibido un poco. No estaba seguro de cómo debía reaccionar a ese gesto. Sin embargo Bill sí lo supo. Carraspeó sonoramente.

– Por favor, siéntese – pidió, sin sonreír.

El marinero lo miró despectivamente y fue a sentarse lo más apartado de la mesa que pudo, cerca de la ventana.

– ¿¡Esto lo hicieron ustedes!? – preguntó asombrado el capitán. – Esta muy bien puesta.

Miró la mesa servida y se maravilló. Encima de hojas grandes descansaban las langostas rojas y apetitosas, decoradas por orquídeas frescas. Bill sirvió la sopa de un cuenco grande hecho de coco en cinco pequeños platos formados por ostras limadas.

– Mira Vanessa, ¡han fabricado sus propios utensilios! – comentó maravillado, jugando con la cuchara hecha de concha y madera. – Como estas cucharas ¡que ingenioso!

La mujer suspiró, más tranquila y comenzó a comer con un poco de desconfianza. Tomó un pequeño sorbo de la cuchara y sus cejas se alzaron con sorpresa.

– Está rico, – sonrió a Bill, coqueta – mis felicitaciones al chef.

Tom tomó el plato destinado al señor "Queensland" y se lo proporcionó llevándolo hasta su lugar. El tipo rozó su mano más de la cuenta cuando se lo tendió, a la par que le mostraba sus dientes poco cuidados en un gesto obsceno que solo Tom observó y que no supo comprender pero que le formó una incómoda sensación en el estómago. Ignoro lo sucedido y se levantó, regresando a su lugar.

– Pero dime, William – continuó el capitán – solo hemos visto esta parte de la isla ¿qué hay más allá, en el norte? – comentó como si nada, comiendo su sopa.

– Solo hay un cementerio – dijo alzando los hombros y engullendo también su comida, restándole importancia.

– Esto está realmente muy bueno. Es un verdadero cambio a la sopa que comemos en el barco – habló Vanessa a Tom, con una sonrisa que trataba de aparentar amabilidad. Había decidido hacía un segundo que sería amable, que aplicaría su máscara de persona gentil. – ¿Qué es? – se llevó otra cucharada a la boca.

– Sopa de melón – contestó Tom, sonriente. – Machacamos el melón, añadimos agua y lo pusimos al fuego. Los trozos blancos son erizos – la chica lo miró, boquiabierta y luego a su sopa. Acababa de comer erizo.

– Bueno, agradecemos su hospitalidad y esperamos que no dejen compensarla – chifló y dos hombres entraron a la cabaña con dos platos grandes. Los pusieron frente a los gemelos y luego salieron.

– Esto es sushi, por favor, pruébenlo – señaló el plato, que contenía solamente doce trozos simples de salmón bañado en salsa.

– ¿Sushi? – repitió Bill y tomó un pedazo con desconfianza.

Tom sujetó uno también y lo olfateo, antes de llevárselo a la boca. De repente todos observaron como el joven tomaba otro trozo y lo comía, luego, sin llegar si quiera a masticarlo iba a por otro y también lo llevaba a sus labios. En menos de veinte segundos ya no había nada en el plato y Tom masticaba, totalmente absorto.

– Te gustó – dijo Bill de pronto con una sonrisa, obligando a su hermano a regresar a la realidad. Tom le miró sorprendido y le sonrió, avergonzado.

– Está muy rico – asintió, terminando de tragar lo que aún mantenía en su boca.

Vanessa miró a Tom con curiosidad, esa ansia por engullir lo había visto en contadas ocasiones. Afiló la mirada, sospechando.

El señor Queensland miró la escena, centrándose en la perla que llevaba el moreno en el dedo.

– Por cierto, joven Thomas, no pude evitar notar que tiene una cicatriz en el abdomen, ¿puedo preguntar qué le sucedió? – dijo antes de tomar su langosta y comenzar a abrirla.

El aludido lo miró con pánico y luego se volvió hacia Bill, que asintió, dándole apoyo. Se aclaró la garganta y respondió sin mirarlo.

– Fue algo que pasó hace algunos años... no deseo hablar de eso – dijo secamente.

– Claro muchacho, tampoco voy a presionarte – extendió el brazo y le apretujó un hombro, mientras le sonreía. Vanessa no estaba nada contenta y le miraba fijamente, sospechando cada vez más el moreno.

– Estar aquí debe ser muy aburrido vivir aquí, me imagino – dijo como quien no quiere la cosa.

– No – respondió Bill con una sonrisa, alzando las cejas y mirando a Tom. – Nunca estamos aburridos. Nunca estamos desocupados – el moreno ladeó una sonrisa al saber a qué se refería.

– ¡Chicos! – exclamó el capitán, interrumpiendo el momento. – ¿Por qué no comenzamos con nuestras langostas?

La velada transcurrió tranquila después de eso. Comieron con unas pocas dificultades su langosta, que acompañaron con la fruta. Al final, como postre, los gemelos sirvieron cuencos con una especie de nata, un cuenco con pasta blanca y otro con pasta rosa.

– Esto es el postre – anunció Bill.

– El primero es pasta de yuca con coco y miel – al oír esto al menor se le formó una pequeña sonrisa, recordando como Tom comía todo lo que podía de aquello cuando esperaban a David sin saberlo. – Lo segundo son una serie de flores comestibles, machacadas y con miel, también – esa mezcla era algo recientemente descubierto y que le había encantado.

Todos la comieron, incluso Bill, que no conocía su existencia y quedaron maravillados igualmente.

Al terminar, el capitán se despidió con un apretón de manos.

– Muchas gracias, muchachos. Nos veremos mañana por la mañana. Vamos a quedarnos unos días aquí y queremos obsequiarles algunas prendas.

– Claro capitán, ha sido un placer – contestó Tom y observó al hombre bajar por la rampa para dirigirse a la silenciosa y oscura costa.

– Buenas noches Bill – dijo Vanessa, inclinándose y dejando un beso en su mejilla. Luego abrazó "cariñosamente a Tom".

– Eso estuvo bien ¿no? – preguntó Bill.

– Sí... dejando de lado los momentos incómodos, claro.

El rubio se volvió hacia su amante y le abrazó, besando sus labios al separarse mientras sujetaba su cintura. Tom suspiró cuando rompieron el beso y juntaron sus frentes.

– Iré a ver a los niños.

– Vamos ambos – dijo Bill al tomar su mano. Se sonrieron y dieron la vuelta para comprobar el estado de sus hijos.

Todo había ido bien... por el momento. 

El regreso a la Laguna azul - TWCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora