Una sorpresa... no muy agradable.

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Cuando salieron de la maleza de nuevo, frente a la casa, el sol ya se hallaba saliendo ahí en el horizonte. Tom se protegió los ojos de la luz repentina.

– Iré a cazar, los niños deben desayunar algo – dijo Bill.

– Trae piña – pidió el mayor.

– Pero tu odias la piña – le dijo Bill mirándolo con confusión.

– Claro que no. Solo cuando esperaba a los niños. Entonces me da asco.

– Vaya... y yo que pensaba que te había dejado preñado de nuevo – torció el gesto, con decepción fingida.

– Tonto – rio el mayor y le propinó un puñetazo en el hombro al otro – Ve por la comida, anda – le empujó en dirección a la selva de nuevo y el rubio salió corriendo, carcajeándose en el camino.

Tom negó con una sonrisa y caminó paralelo a la playa hasta llegar a la casa, donde tomo el corredor continuo y apartó la sábana que cubría la puerta de la "habitación" del niño. Una sonrisa apareció en su rostro. David abrazaba tiernamente a Gordon. Sus labios estaban posados sobre la frente del menor, que mantenía sus manitas contra su cuerpo, entre sus pechos. Respiraban acompasadamente.

Entró y se sentó con cuidado en el lecho, acariciando con suavidad una mejilla de Gordon y después acomodó uno de los rizos de David, que colgaba sobre su rostro, en el lugar que le correspondía.

– Los amo – susurró y dejó un beso en la sienes de ambos.

Los miró una vez más y salió para preparar una fogata, pero antes saltó velozmente al agua para quitarse todo aquello que llevaba encima.

Fue luego por la orilla de la selva buscando leña, volvió fuera de la cabaña y comenzó a frotar esos palos con agilidad, con un poco de esfuerzo y consiguió un fuego rápidamente, al que agrego yesca y más leña, consiguiendo una gran fogata.

Sudando, suspiró y se enjugo la frente con el ante brazo y lo que vio al mirar ahí al horizonte lo paralizó por un instante. Se levantó lentamente, incrédulo y después de negar salió corriendo hacia la selva en busca de su gemelo. Ahí en el horizonte y dirigiéndose a la cosa oeste, se hallaba una goleta de velas blancas.

– ¡¡Bill!! – gritó, no sabiendo si estar asustado o solo sorprendido.

Por su mente pasaban las palabras de su abuelo cuando fue a vivir con ellos. "Si alguien alguna vez viene, escondan a los niños. Ustedes preséntense como lo harían normalmente, con seguridad. Y... sería mejor que ambos se cortaran el cabello". ¿Por qué había dicho aquellas palabras?, se preguntó muchas veces. Aún no lo entendía, pero algo le decía que si alguien llegaba no sería precisamente con buenas intenciones.

Además, sabía que bajo ninguna circunstancia debían revelar que eran hermanos. Aquello les había quedado claro desde que su abuelo los había encontrado. La gente de fuera les quitaría a los niños si se enteraban, de eso estaba seguro.

Mientras corría gritaba el nombre del menor con urgencia. No se percató de que, el otro, siguiendo sus gritos había corrido en la misma dirección y en un fuerte golpe el rubio derribó a su amante.

– ¡Ah rayos!

– ¡Joder!

Tom tosió mientras se ponía en pie, ayudado por el rubio, que ya estaba erguido y con gesto de dolor.

– ¿Tom? ¿Qué sucede?

– Hay... hay un barco dirigiéndose hacia acá – le respondió aun sobándose el estómago.

El regreso a la Laguna azul - TWCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora