Las Flores del Sakura( Saga de las Flores I)

3ª Flor

Después del paseo, volvimos al hospital. Me encontraba inquieta por lo que acababa de pasar, todavía sentía el calor de los brazos de Toshio.

Ese chico llenos de misterios ejercía una poderosa atracción sobre mí, como dos imanes diferentes que buscan desesperadamente atraer a su contrario.

En el camino no dijo una palabra y yo lo miraba como idiota hasta el punto de estar cerca de ser arrollada por bicicletas, camiones, coches etc., y él siempre me agarraba para apartarme del peligro, cosa que empeoraba mi atracción hacia ese misterioso soldado de ojos ámbar.

No hablaba mucho, pero por sus acciones podía adivinar que no quería que me pasara nada. Me sentía protegida y segura a su lado.

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Esto no iba bien, esta torpe enfermera me preocupaba demasiado. Cuando estaba apunto de ser arrollada yo acudía a salvarla, cosa que no hacía normalmente. Pero creo que lo hacía como una especie de pago por haberse encargado de mí mientras estaba convaleciente.

Pero no podía evitar sentirme fascinado y atraído por esa voz que me había servido de luz en la oscuridad.

Escuché de una enfermera que esta chica que se llamaba Rosemarie era hija de un médico suizo y una escritora americana...

-Americana- fruncí el ceño. ¡Cuánto los odiaba a ellos y a todos los de su grupito!. Esos bastardos intentaban tragar más de lo que podían y morirían ahogados como pavos.

-¿Cuándo te uniste al ejército japonés?- la voz de Rosemarie me sacó de mis pensamientos.

-A los dieciséis, después de estar ocho en una academia militar- respondí cortante.

-Entonces llevas mucho tiempo.

-Si, gracias a  mi experiencia ascendí a chui con veinte años- dije sin mirarla.

-¡Qué joven!- se sorprendió.

-Fui el más joven en conseguir ese cargo.

-¡Wow!- abrió la boca de la sorpresa.

-Tu madre es occidental, ¿no?

Le dirigí una mirada reprobatoria.

-Haces demasiadas preguntas- dije cortante y seguí caminado hasta dejarla atrás.

-¡Espérame!- empezó a correr para alcanzarme.

Antes de que me alcanzara ya había llegado al hospital y la mujer que la regañó antes nos miraba con el ceño fruncido y los brazos cruzados