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—Salud, bambino.

—Salud, bambino

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—Paulo.

El nombrado se estremeció. Aún no entendía por qué su lobo interno reaccionaba de ese modo habiendo pasado tanto tiempo.

—¿Qué querés?

—Dejá de esquivarme la pregunta. — pidió el más alto, cansado ya de que su compañero buscara impedirlo desviando la charla hacia cualquier otro rumbo.

En todo el momento en el que estuvieron tomando vino y volviendo a ponerse al día, Leandro sacaba a la luz una indirecta sobre la razón por la cuál ocurrió aquella separación.
Pero para Paulo, ese tema era uno muy delicado. Aún no se sentía preparado para rememorar un recuerdo que lo marcó tanto.

Por eso no le dirigía la mirada al más alto, su visión se encontraba en el frente, observando las olas que chocaban contra el barco de manera inofensiva, a pesar de sentir la prominente presencia de quién alguna vez fue su esposo, a su lado.

—Yo no esquivo nada, lea. — respondió el ojiverde con una diminuta sonrisa dibujada en su rostro. —Nada más te contestaba lo que querías saber.

—No importa eso. — aclaró. —Solo quiero que, si en algún momento estamos realmente solos, hablemos de nosotros.

Dybala no quería; sabía que esa inocente charla, lo llevaría a una estancia que tanto tiempo de terapia le costó guardar para que dejaran de ser dolorosos.
Pero también sabía que para dar vuelta la página, esa conversación era necesaria.

—No me acuerdo tan bien como me gustaría, pero algo tengo claro, y es que terminó muy rápido. — comenzó Paredes, buscando sentir el aroma ajeno casi de manera inconsciente como para acercarse de ese modo.

—Empezó muy rápido. — corrigió el omega.

—No hablemos de eso porque lo tengo en mi cabeza como si fuese ayer.

Los adultos rieron en conjunto, procurando dar lo mejor de ambos para pasar una buena noche en compañía del otro, intentando que, en caso de ser la última, sea el mejor recuerdo que tuvieran de su alma gemela.

—Parece que las cosas van bastante bien. — comentó Joaquín observando toda la situación en aquella minúscula ventana que, encima, tenía que compartir con el alfa más bajo.

—Gracias a Dios que ninguno se mandó alguna cagada. — agradeció Martínez mirando al techo por unos segundos. —Si no, la rubia tarada me iba a usar de esclavo personal.

—Bueno, entonces mientras vos lloras un rato más en el rincón, yo voy a servir la comida.

—Los dos la vamos a servir, querido. — dijo Lautaro dedicándole una breve mirada que Correa no supo descifrar.

Cuando quisieron dar la vuelta para concentrarse en sus trabajos (impuestos por dos adolescentes, extrañamente), sus cuerpos chocaron robándoles el aliento al quedar a milímetros del otro, y para colmo, la tensión que desde que se reencontraron emanaba en el ambiente, provocó que se miraran por completo en silencio.

JUEGO DE GEMELOS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora