NUEVE: Miedo a volar y a los sentimientos

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CAPÍTULO 9
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Mau

Vicky y yo tenemos varias cosas en común: nuestro trabajo, nuestro apellido, nuestro gusto por comer limón puro y el terror a volar.

Si no fuera porque el viaje en auto hasta la ciudad de la convención es de casi veintiséis horas, habríamos elegido esa opción. En avión son menos de dos horas, pero creo que eso son muchos minutos para tener el corazón acelerado como en este momento.

Abordamos hace un buen rato, el asiento de Vicky es el que da al pasillo, el mío el de la ventana y Sandy se ha sentado en la mitad, más tranquila que nosotros.

—El gran Mau le tiene miedo a volar —dice, burlona.

Nada más sentarse, Vicky se ha puesto unos audífonos enormes, una visera sobre los ojos y una almohada bajo su cuello; ha decidido que desconectarse es lo mejor porque si no escucha ni ve, puede fingir que va en un bus y no acá. O eso dijo.

—No me avergüenza —respondo.

—Hay más posibilidad de morir en un accidente de tráfico que montando en avión, ¿sabes?

—Claro, porque en auto monto cinco días a la semana y en avión una vez cada vida.

—Trato de consolarte, no me lo pongas tan difícil.

Escuchamos la voz del piloto anunciar que ya va a despegar y mi corazón se dispara. Aprieto más mi cinturón como si eso fuera a servir de algo en caso de que este aparato explote mientras se eleva. Las azafatas muestran un instructivo de cómo ponerse chalecos salvavidas y máscaras de oxígeno en caso de que seamos la excepción en la estadística de Sandy.

—Dudo que si algo pasa, me acuerde de nada de eso —comento cuando las azafatas terminan—. Si muero, asegúrate de que se me recuerde como a un héroe.

—¿Por hacer qué? —replica Sandy, sonriente.

—Inventa algo heróico por tu amigo muerto.

—Puedo morir también.

—¿Qué pasó con lo de consolarme? —me lamento. El avión empieza a moverse por la pista, las ruedas haciendo un sonido rasposo contra la grava—. Ay, Dios.

Sandy, por mero reflejo, me toca la rodilla al verme aterrado. Yo reacciono de inmediato y le tomo esa mano con la mía; nuestros dedos terminan entrelazados, los míos haciendo una fuerza tan grande que un rincón de mi mente me dice que debo pedirle disculpas después a Sandy por si le rompo algún dedo.

Ella al menos no se queja; o no soy tan fuerte o está siendo amable.

El avión empieza a tomar altura, siento un vacío en mi estómago que me recuerda a la subida del carrito de la montaña rusa. Cierro los ojos con fuerza, sintiendo la mano de Sandy como lo único a lo que puedo aferrarme. No sé si es normal, pero siento la inclinación del avión en diagonal y eso me produce náuseas y vértigo. Respiro de forma superficial, tomando aire por la boca, soltando por la nariz. Pasa una eternidad antes de que Sandy hable:

—Ya se estabilizó. ¿Estás bien?

No abro los ojos aún, pero siento el otro brazo de Sandy atravesándose sobre mi pecho, luego escucho un ligero clic a mi derecha. Abro un poco los ojos y veo que ha cerrado la pestaña de la ventana. No me hará olvidar que estoy volando, pero al menos no veré las nubes y la nada tan cerca.

—Gracias.

—Si te distraes lo suficiente, puedes sentir que vas en auto, la sensación es parecida.

En el corazón de Sandy •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora