TREINTA: Los pedacitos de cristal y del corazón repiquetean igual

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CAPÍTULO 30
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Sandy

Mau respira hondo cuando termino de contarle todo.

No me mira, no mueve ni un músculo, aunque ocasionalmente cambia el peso de su cuerpo de un pie a otro. Me siento tan... vulnerable, tan expuesta luego de tener que desgranar todo lo que nos llevó a esto: su estudio destrozado, mi vida rodeada por el miedo, un espeluznante acosador pisándome los talones.

Toda mi vida se siente irreal en este instante y me imagino que si cierro los ojos lo bastante fuerte y por los suficientes minutos, al abrirlos nada de esto estará pasando, volveré a dos meses antes, a cuando mi mayor preocupación era qué ponerme para salir con mis amigas a tomar un helado.

Cierro los ojos, lo intento, pero cuando los abro, todo sigue igual.

—Vaya, Sandy, que... que complejo —dice Mau finalmente.

Quiero preguntarle si le asquea o le molesta mi trabajo, pero me da mucho miedo ver en sus ojos la mirada de mis tíos cuando lo supieron. Prefiero no saber y confiar en que la cortesía de Mau lo obligará al menos a fingir que le da igual.

—No pensé que pasara algo así... a ti... es una pesadilla.

—¿Qué te dijo la abogada el domingo?

Me repongo un poco para que mi voz suene calmada al responder:

—Con las dos mensajerías que llevaron los regalos van a intentar averiguar quién los envió. Si lo consiguen, puedo poner una denuncia por acoso, una orden de restricción y si algo más pasa, esa persona puede ir a la cárcel.

—¿Y si no consiguen averiguar quién es?

Es impresionante cómo algo tan grave como esto se resume a dos simples opciones, a blanco o a negro, a «podemos tenemos suerte y encontrarlo» o «necesitamos fe de que nada pase porque no supimos quién es».

No sé quién demonios puede estar detrás de esta pesadilla, pero detesto saber que va a un paso o muchos pasos por delante de mí.

Me enfurece tener que mirar a ambos lados cada vez que camino, esperando que no haya un pervertido mirándome desde una esquina; me enfurece no tener el valor de entrar más a mis redes sociales —personales y de contenido— por temor a encontrar una amenaza más densa en contra de la cual no podré hacer nada. Me frustra que él tenga tanto control y yo nada.

—No puedo hacer más. La abogada me recomendó no subir contenido por un tiempo, suspender mis cuentas personales, no salir sola a la calle y siempre decirle a mis padres o amigos dónde me encuentro. Pero no me prepararon para que pasara esto, Mau, tu estudio...

—Tenemos cámaras —dice de repente. —Ya lo había mencionado a los policías pensando solo en el vandalismo, pero ahora que sé lo que pasa, quizás sirvan para localizar a ese pervertido.

Asiento, no muy convencida. La verdad es que hasta ahora el pervertido ha sabido cubrir sus huellas y dudo que tenga un desliz tan estúpido como salir flagrante y nítido en una cámara de seguridad.

—Está celoso —musito. Miro de nuevo la pared llena de fotos manchadas, un escalofrío recorriéndome la espalda. Mau no merece esto, no necesita esto—. Está celoso y puede intentar algo más... Mau, tienes que cuidarte las espaldas mientras solucionamos esto. Si algo te pasa...

—No te preocupes por mí, Sandy —interrumpe—. Sé cuidarme.

—Lamento tanto arrastrarte a esto.

En el corazón de Sandy •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora