Mi tía Gertrudis y la señora Irene se hicieron amigas rápidamente. Irene Casey era una mujer de trato muy agradable y conversación fascinante, muy culta y preparada. Su profesión le había permitido trabajar para familias muy importantes, y recorrer el mundo. Mi tía estaba cautivada por la impactante personalidad de la institutriz. Al tercer día de haber llegado, ya se tuteaban, y se llamaban por sus nombres de pila: Gertrudis e Irene.
A instancias de la señora Irene, mi tía apareció un día con una bolsita y de ella extrajo un par de agujas de tejer y dos ovillos de lana.
-A partir de ahora aprenderás labores, Marianela. Es importante que una niña sepa tejer, coser y bordar. También aprenderás cocina y repostería. Una niña debe prepararse para ser algún día una buena ama de casa.
Mi tía me dio un par de agujas y tomando el otro par me fue enseñando a hacer tricot. Allí sentada, con las piernas muy juntas como una señorita, con mi vestidito de niña y mi delantal, aprendí a montar la primera hilera en la aguja. Y a hacer el punto derecho y el punto revés. Y a combinar estos dos puntos básicos para hacer los demás puntos. El punto jersey, el punto Santa Clara, el punto elástico, el punto arroz, el punto garbanzo, etc..
-Así, muy bien, nena -dijo mi tía con satisfacción-, aprendes rápido. Más adelante te enseñaré a tejer al ganchillo, o al crochet, como lo llaman acá. Aprenderás a hacer la cadeneta, el medio punto, la media vareta, la vareta, etc.. También aprenderás costura y bordado.
Así, con el correr de los meses me fui volviendo ducha en las labores, y en la cocina. Mi primer trabajo de bordado fue bordar unas florcitas amarillas y azules en mis delantales de cocina. Lo hice bastante bien, para gran satisfacción de mi tía, orgullosa de su niña.También mi dormitorio fue objeto de grandes cambios.
Aunque ya tenía una apariencia bastante femenina, la señora Irene consideraba importante borrar todo vestigio de habitación de muchacho.
Mi cama de roble oscuro fue lijada y repintada de color blanco. Lo cual, unido a la colcha de raso rosado y los almohadones y los peluches en tonos pastel, le daban ahora al conjunto un aspecto muy, pero muy sissy.
También mi cómoda y mi ropero fueron lijados y repintados. Ahora se veían de un delicado tono rosa bebé.
La señora Irene consideró conveniente adornar mi habitación con algunos posters. Por ejemplo, uno de Leonardo Di Caprio...
-A todas las niñas les encanta Di Caprio -observó la señora Irene con una sonrisa-. Todas quisieran ser la joven Rose, en Titanic.
Se discutió (no fui consultada, por supuesto) si el póster de Bon Jovi y el de Matrix deberían ser también retirados.
Por suerte para mí, la señora Irene consideró que podían permanecer.
-En mi época, las jovencitas adorábamos a Jon-observó con un dejo de nostalgia-. Y el póster de Matrix no deja de ser un póster de Keanu Reeves. Mi sobrina lo adora...
El otro póster era de Sex and the City, que pasó a reemplazar el de Star Trek.
Acto seguido, mi tía colgó un bonito cuadro en el que se veían un niñito y una niñita, en pañales, jugando en un jardín. Y otro, que mostraba a un gracioso bebé comiendo su papilla.
-Las niñas suelen tener ya estos gustos, consecuencia de sus incipientes instintos maternales -observó la señora Irene, dando su aprobación.
Varias revistas femeninas fueron convenientemente distribuidas en mi escritorio y los estantes. Eran las clásicas para las adolescentes y muchachas jóvenes: Para Teens, Chicas, Cosmopolitan, etc...
-Sería bueno que Marianela se habituara a leerlas, no sólo tenerlas en su habitación -comentó la señora Irene-. Ya abordaremos esa cuestión.
La cortina azul que adornaba mi ventana que daba al jardín, fue reemplazada por una cortinita blanca de satén, con motivos florales y voladitos y cintas verde agua en los lados.
Lo demás fue colgar algunos cántaros con flores en las paredes, y colocar algunas macetas en mi ventana.La señora Irene también consideró conveniente, hasta donde fuera posible, reorientar mis gustos sexuales.
Todas las noches, cuando nos juntábamos las tres a ver televisión, ella y mi tía hacían comentarios sobre los hombres que iban apareciendo en la pantalla.
-Me encanta Clive Owen -exclamaba la señora Irene-. Mira, Marianela, ¿no es un bombón?
-Sí, señora Irene.
-Cuando yo era jovencita estaba enamorada de Gregory Peck -decía mi tía-. A ti siempre te ha gustado Gregory Peck, ¿verdad, Marianela?
-Sí, tía Gertrudis.
Y la señora Irene agregaba:
-Entre Clive Owen y Gregory Peck, ¿cuál te gusta más, Marianela? ¿A cuál te gustaría tener de novio?
Algo debía responder.
-A Gregory Peck, señora Irene.
-Ya habrá tiempo para que te enamores y te pongas de novia con un buen mozo -agregaba mi tía.
Como he explicado, mi tía nunca se había destacado por sus ideas progresistas sobre cómo educar a un niño. Menos aún a una niña. Puesto que la señora Irene era la típica institutriz inglesa, las dos mujeres solían coincidir en muchas cosas.
Hasta ese momento, pese a su estrictez y severidad, tía Gertrudis siempre había sido poco propensa a los castigos físicos. Mientras fui Raúl nunca me puso una mano encima. A lo sumo, algún que otro coscorrón mientras fui niño. Su fuerte carácter había sido suficiente para que yo no me desviara del rumbo.
Pero una vez fui Marianela, su niñita, su criterio comenzó a cambiar. No sólo me retaba muy seguido, sino que muchas de sus regañadas terminaban con frases como: "Te está haciendo falta una buena paliza, niña malcriada". Es posible que mi tía considerase el castigo físico más apropiado para educar a una niña. Sólo necesitaba que alguien le diera el empujoncito final. Y la señora Irene se lo dio.
La primera vez que mi tía pasó de la teoría a la práctica fue a raíz de una mala contestación mía.
-¡Marianela, niña maleducada! -estalló mi tía.
-Gertrudis, creo que ha llegado el momento de aplicar a Marianela su primer correctivo -opinó de inmediato la señora Irene.
Allí mismo, para mi sorpresa, tía Gertrudis me tomó del brazo y me puso sobre su regazo, boca abajo. Me advirtió que me quedara quieta, me levantó la pollera tableada y me bajó la bombachita de niña hasta mitad de los muslos, dejando mi trasero al aire. Fue todo tan rápido que no atiné a hacer nada.
Yo aún veía a la señora Irene como una persona extraña, por lo que mi humillación fue mayúscula...
De inmediato, tía Gertrudis empezó a estrellar su mano huesuda sobre mi indefenso trasero. Como he dicho, tía Gertrudis era una mujer alta y fuerte, y su fortaleza de carácter estaba en consonancia con su fortaleza física.
¡¡¡Pafff! ¡Pafff!!! ¡¡¡Pafff!!!
-¡Ayyyy....! ¡Perdón tía Gertr...! ¡¡¡Aaayyy....!!!
-¿Qué manera es ésa de contestar, Marianela...?
Cuando al fin se detuvo y creí que había sido todo, tía Gertrudis se sacó la pantufla...
¡¡¡PAFFF!!! ¡¡¡PAFFF!!! ¡¡¡PAFFF!!!
-¡¡¡AAAAAYYYY...!!! ¡Tía, por favor....!
Desde que tenía cinco años no lloraba tanto...
-¿Vas a ser una niña respetuosa, Marianela...?
¡¡¡PAFFF!!! ¡¡¡PAFFF!!!
-¡Sí, tía Gertudis, lo prometo...! ¡¡¡AAAAYYY...!!!
-¿Y vas a ser muy obediente, Marianela?
¡¡¡PAFFF!!! ¡¡¡PAFFF!!!
-Sí, tía Gertrudis... ¡¡¡AAAYYY!!! Voy a ser la niña más obediente... ¡¡¡AAAYYY!!!
Cuando tía Gertrudis se dio por satisfecha, mi rostro estaba completamente empapado en lágrimas y mis dos nalgas enrojecidas como dos tomates maduros.
A partir de ese momento, la sombra de una soberana paliza sobre mi trasero desnudo estaba cerniéndose sobre mí a cada minuto. Que llegara al final del día sin haber recibido una, dependía de que me mantuviera muy respetuosa y obediente.Y hablando de criterios anticuados, algo que mi tía sí había utilizado conmigo de pequeño, y que yo había creído enterrado para siempre, eran las enemas. Mi tía siempre las había considerado una panacea universal. Para ella, ningún remedio o tratamiento que debiera recibir un niño estaba completo sin una buena limpieza de colon. Me las había aplicado como cosa normal hasta los quince años. Sólo al quedar definitivamente atrás mi niñez, mis empachos, estreñimientos y demás malestares comenzaron a ser tratados con un criterio más adulto.
Pero ahora que era Marianela, el irrigador de enemas fue sacado del altillo y vuelto a poner en vigencia. Al parecer, tratándose de niños, tanto mi tía como la señora Irene coincidían en su preferencia por los remedios tradicionales.
Un martes a la noche tuve la mala idea de quejarme de lo pesada que me había caído la comida.
De inmediato, tía Gertudis me ordenó ir a mi habitación.
Y entonces, para mi gran desesperación, ella y la señora Irene aparecieron con el odioso artefacto, de tan malos recuerdos para mí.
Se trataba de un pie o soporte del cual colgaba una gran botella invertida de tres litros. El pico de la botella tenía una válvula para regular la salida del líquido. De allí partía una manguera de goma rosada, la cual terminaba en una cánula de plástico de quince centímetros.
-A ver -me ordenó mi tía-, échate en la cama boca abajo, tesoro.
Entonces tía Gertudis me levantó la pollera hasta bien arriba, me bajó la bombacha y me la sacó. Luego colocó un par de almohadones debajo de mi vientre, de modo que mi trasero quedó expuesto y levantado, completamente en pompa.
Bajo la atenta mirada de la señora Irene, mi tía acercó el irrigador, tomó la cánula y la posicionó en mi ano. Y luego ¡yummm!, la introdujo en mi recto.
A una indicación de mi tía, la señora Irene abrió la válvula. Totalmente resignada, pude sentir cómo el líquido comenzaba a entrar en mis intestinos.
La solución acuosa continuó entrando y entrando, llenándome los intestinos más y más. Parecía no terminar nunca. Una vez que la botella quedó vacía, mi tía retiró la cánula y me insertó en el ano un plug anal.
-Quédate así, quietecita, hasta que nosotras volvamos.
Y se fueron, llevándose el irrigador. Durante un tiempo que me pareció interminable tuve que aguantar y aguantar. Me venían unas ganas imperiosas de evacuar el vientre, pero no podía hacer nada, con el plug anal bien insertado en mi ano. Mis intestinos hacían glu glu glu una y otra vez. Pero el plug anal impedía la salida del líquido.
Por fin, mi tía y la señora Irene volvieron, me quitaron el plug anal y me permitieron ir al baño a vaciar mis intestinos, cosa que hice más que corriendo.
Y bien, desde entonces, difícilmente pase una semana sin que, por uno u otro motivo, me sea aplicada una enema.
Para ambas mujeres, parecía no haber malestar, grande o pequeño, que no pudiera solucionarse con una buena enema.Continuará
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Por no poder ser masculino
RandomRaúl es un muchacho de carácter débil, tímido y apocado, con pocas probabilidades de triunfar en el duro mundo de los hombres. Pero su tía Gertrudis tiene una solución para ello.